El rugido del motor del auto de Faye rompe el silencio de la carretera solitaria. La tarde está pintada de tonos dorados, y el sol empieza a esconderse detrás de las montañas. Yoko, sentada en el asiento del copiloto, observa por la ventana con curiosidad mientras el paisaje cambia de la ciudad al campo.
─¿A dónde me llevas? ─pregunta, girándose hacia Faye con una sonrisa inquisitiva.
─Es una sorpresa ─responde Faye sin apartar la vista del camino. Su tono es calmado, pero Yoko detecta una leve sonrisa en sus labios, algo que siempre le resulta enternecedor.
─¿No podrías darme una pista? ─insiste Yoko, haciendo pucheros.
Faye suelta una risa suave, esa que reserva únicamente para Yoko.
─No, pero te prometo que te va a gustar.
El auto finalmente se detiene en un camino estrecho rodeado de árboles altos. Faye apaga el motor y baja, rodeando el auto para abrirle la puerta a Yoko, un gesto que nunca deja de hacerla sonreír.
─Por aquí ─dice Faye, ofreciéndole la mano.
Yoko la toma sin dudar, entrelazando sus dedos con los de Faye mientras caminan por un sendero cubierto de hojas. El aire es fresco y huele a tierra húmeda. Sunny, que las ha acompañado en este pequeño viaje, corre adelante, moviendo la cola con entusiasmo.
Después de unos minutos, el bosque se abre a un claro que parece salido de un sueño. Hay un lago cristalino que refleja el cielo anaranjado, y a su alrededor, flores silvestres crecen en abundancia.
─Faye... esto es hermoso ─susurra Yoko, sorprendida.
─Solía venir aquí de niña con mi hermana ─confiesa Faye, soltando suavemente la mano de Yoko para caminar hacia el lago─. Mi madre nos traía cuando queríamos escapar de todo. Nunca le he mostrado este lugar a nadie.
Yoko la observa con ternura. Es raro que Faye comparta algo tan personal, y el hecho de que lo haga con ella la llena de calidez.
─Gracias por traerme aquí ─dice Yoko, acercándose para tomar la mano de Faye de nuevo.
Faye la mira, y por un momento, su expresión se suaviza por completo.
─Quería que vieras este lugar. Es importante para mí.
─Y ahora también es importante para mí ─responde Yoko, sonriendo.
Ambas se sientan en el borde del lago, con los pies descalzos rozando el agua fría. Sunny, mientras tanto, corretea por el claro, persiguiendo mariposas.
─¿Sabes? ─dice Yoko después de un rato─. Puedo imaginarte aquí de niña, corriendo entre los árboles. Seguro eras muy seria incluso entonces.
Faye ríe entre dientes, negando con la cabeza.
─No siempre fui tan seria, ¿sabes? Tenía mis momentos.
─¿Ah, sí? Dame un ejemplo.
Faye se queda pensativa por un momento antes de hablar.
─Había una vez una colina por aquí. Me lanzaba cuesta abajo rodando solo por el placer de ensuciarme de tierra y reírme como loca. Mi madre siempre me regañaba, pero yo lo hacía de todos modos.
Yoko ríe ante la imagen, imaginándose a una pequeña Faye haciendo algo tan despreocupado.
─Me gustaría haberla conocido. Tu madre, quiero decir.
Faye asiente lentamente, su mirada fija en el lago.
─A ella le habrías encantado. Siempre decía que yo necesitaba a alguien que me hiciera reír más.
Yoko sonríe y se inclina para besarla suavemente en la mejilla.
─Entonces creo que he cumplido mi misión.
El cielo empieza a oscurecer, y las estrellas comienzan a aparecer una a una. Faye saca una manta de su mochila y la extiende en el suelo. Ambas se acuestan juntas, mirando las estrellas, mientras Sunny se acurruca a su lado.
─Este lugar es perfecto ─susurra Yoko, apoyando la cabeza en el hombro de Faye.
─No es el lugar ─responde Faye, girándose para mirarla─. Eres tú quien lo hace perfecto.
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