Capítulo 9

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Ariadne se despertó la mañana de la boda más temprano que lo usual. Sabía que ese día no trabajarían porque tenían que prepararse para la ceremonia, pero no había creído que comenzarían tan temprano. Oyó los ruidos provenientes del pasillo, pero continuó refugiada bajo las cobijas y cerró los ojos esperando volver a dormirse un rato más.

No duró mucho tiempo. Un golpe en la puerta la obligó a levantarse y abrir.

¿Trevor también estaría preparándose tan temprano? Tenía que ser una broma. ¿Qué más que cambiarse tendría que hacer un hombre? Y todos los días usaba un traje, no debería representarle un problema.

Se colocó las pantuflas y casi se arrastró a la puerta.

Se sorprendió al ver que no era su jefe quien estaba allí, sino su madre.

—¡Buenos días, Ariadne! —Saludó con otra de sus sonrisas radiantes.

—Señora Johnson —respondió aunque mucho menos animada, adormilada—. Buenos días. ¿Trevor me está buscando?

—Mi hijo está durmiendo, mejor así, hay que dejarlo para que no moleste. Pero Alice y yo estamos comenzando a prepararnos, vengo a invitarte. Tenemos una sorpresa para ti. Ven, vamos a mi habitación.

Ari se miró los pies y el pijama.

—Uhm...

—Así estás bien, luego regresas, te bañas y vuelves para que empecemos a ayudarte. Va a ser muy divertido y vas a quedar preciosa. Vamos a hacer que mi hijo se caiga de espaldas.

Y de nuevo con lo mismo. Ariadne no podía evitar ponerse a la defensiva, cosa que no le resultaba demasiado difícil teniendo en cuenta que la habían despertado casi exclusivamente para eso. —Señora Johnson —dijo con toda la amabilidad que pudo reunir—. Me gustaría que entendiera que no tengo ninguna intención de impresionar a nadie en otro ámbito que no sea el profesional.

Katherine era incluso más terca que ella. Ari se encontró pensando en que quizá podría comprender a Trev cuando decía que su madre no era la más receptiva de todas.

—Querida, si no le das una oportunidad, nunca verás lo maravilloso que es mi hijo. —Hizo una pausa pero volvió a hablar antes de que Ari pudiese refutarle—. Como sea, tienes que ver lo que compramos para ti.

No le quedó más remedio que seguirla hasta el cuarto. Entró detrás de ella y se encontró con Alice que la saludó tan efusivamente como su cuñada.

Pusieron frente a ella el vestido más hermoso que ella hubiese visto jamás. Era sencillo, para nada extravagante, pero con solo verlo uno podía notar la delicadeza de la tela con la que estaba hecho.

—¿Qué te parece? —Preguntó Alice extendiéndoselo a ella, y mostrándolo de ambos lados.

Era largo, de un color que se confundía entre verde agua y celeste. Con la cintura alta y una caída perfecta, plisado, lleno de pequeños pliegues. Cerrado en el cuello y con una cinta para atarlo por detrás, sin mangas. La espalda quedaba toda descubierta desde la cintura hacia arriba.

—Es muy hermoso, señora Johnson. Va a quedarle precioso.

Las dos mujeres soltaron una carcajada.

—Ay cariño, esto no es para mí. Es para ti.

—¿Para mí? Yo ya tengo un vestido.

Katherine soltó uno de suspiro. Tenía una forma muy particular de descartar las palabras de los demás cuando no iban acorde a sus propias ideas. —Pero este es perfecto, apenas lo vimos pensamos en ti. Tienes que usarlo. Hasta te compramos zapatos a juego. No podemos devolverlo. Seguro que puedes usar tu otro vestido en alguna fiesta en Nueva York.

Lo que ocultan las cerezasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora