Capítulo 5

76.5K 4.8K 211
                                    

Trevor no tendría que haberse sorprendido, cuando de camino a su casa, Ari no dijo ni una palabra. Había preferido caminar antes de que alguno de sus primos lo llevara hasta la casa a unas cuadras de donde se habían reunido en casa de Ruby, porque de esa manera tendrían la oportunidad de tomar un poco de aire y despejarse después de tanto bullicio.

Él se había acostumbrado tanto a estar lejos, que terminaban por abrumarlo cuando estaban todos juntos.

Pero después de relajarse un poco, se dedicó a observar a su compañera de viaje que miraba un poco todo lo que iban pasando a medida que se movían.

—¿Y qué te parece? —Le preguntó cuando ya no pudo más mantener la boca cerrada.

Ari giró la cabeza para mirarlo a él.

—¿El pueblo? Es lindo, parece tranquilo. Desde luego no es Nueva York —compuso con una sonrisa divertida.

Entonces no estaba molesta. Decidió Trev. Tenía que acostumbrarse a la idea de que ella simplemente era callada.

—Desde luego que no —repitió—. ¿Y la familia? Creo que te han hecho ver que pasar desapercibida como creías no va a ser posible.

—Todos fueron muy amables y parecen una familia muy unida.

—Ahora lo son —murmuró él casi sin quererlo. No quería develarle nada sobre el pasado oscuro de los Gardiner y los Johnson. Con eso correría el riesgo de que se enterara de su propio pasado y no quería que cambiara la forma que tenía de verlo. Lo bueno de estar en otro continente era que había podido esconderlo todo y las personas no lo veían como el monstruo que era, sino que pensaban que era un buen ser humano.

Y eso estaba bien. Lo juzgaban por lo que hacía en el ahora, en lo que resultaba ser bastante bueno, y no lo que había hecho años atrás, cuando no tenía ni idea de lo que era la vida, el amor, la vergüenza.

Si él no hablaba o hacía preguntas, rara vez ella lo hacía. Así que cuando no dijo nada más, volvieron a sumirse en un profundo silencio.

Estaba casi de noche cuando Trevor salió de la ducha, se puso un pijama y bajó a la cocina. Habían llegado a la casa más o menos una hora antes y había anunciado que necesitaba un baño urgente para sacarse la pesadez que le había dejado el viaje y la reunión sorpresa.

Al parecer Ariadne había hecho lo mismo, solo que era mucho más rápida y ya estaba sentada en la barra de desayuno de la cocina con el ordenador encendido, y el cabello húmedo.

—Una ducha después de un día tan largo es una delicia ¿no? —Ari dio un respingo al oírlo e hizo dos inhalaciones profundas para calmarse—. Oh, lo siento. Te asuste.

—Sí, estaba tan concentrada que olvidé donde estaba —musitó con una sonrisa, observando como se paseaba con un pantalón de pijamas por la cocina y abría la heladera.

Sin nada en la parte superior.

Era obvio que no tenía pudor y estaba bastante orgulloso de su cuerpo, pero ¿era eso necesario? ¿Por qué no se daba cuenta de que ella no era su amiga? Un jefe no andaba medio desnudo frente a su empleada.

Bajó la vista a la pantalla para seguir leyendo, pero era un trabajo imposible con él haciendo tanto ruido. Atisbó hacia la heladera, donde estaba todavía, y vio como metía y sacaba cosas después de solo mirarlas.

—Ari, ¿cuánto tiempo hace que vives sola?

—Siete años —respondió extrañada por la pregunta.

Trevor ladeó la cabeza. —Eso es mucho tiempo. ¿Y sabes cocinar? ¿O eres una chica de delivery?

—Puedo cocinar casi cualquier cosa, señor —dijo y tuvo que corregirse cuando él alzó las cejas—. Trevor.

Lo que ocultan las cerezasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora