Capítulo 17

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Trevor salió del baño sintiéndose renovado. Todavía conservaba ese malestar que lo hacía sentirse enfermo y débil, pero la mejoría era sorprendente.

Sonrió cuando vio a Ariadne sentada en la cama mirando hacia todos lados, como si estuviera analizando qué era lo que tenía que le quedaba por hacer.

¿Había cambiado las sábanas? Entrecerró los ojos e intentó recordar de qué color eran antes de entrar al baño.

Ella lo vio y se puso de pie para acercarse.

—Sí, sí, las cambié —dijo contestando a una pregunta que él no había formulado y lo tomó por un brazo para llevarlo de regreso a la cama—. Vamos, deberías volver a acostarte. ¿Te sientes mejor?

—Sí, gracias. No tenías que hacer todo esto —compuso dejando que lo condujera solo por el hecho de disfrutar el tenerla tan cerca.

—Pero lo hice —respondió obligándolo a sentarse y colocándole una mano en la frente—, y deja de agradecerme. Mira, te ha bajado la fiebre. ¿Ves que los cuidados no son todos en vano?

Lo empujó con suavidad para instarlo a acostarse y volvió a taparlo como si fuera un niño.

—Hey —protestó él cuando ella se alejó—. Te faltó algo.

Ari dio un paso atrás y observó todo a su alrededor hasta que terminó por mirarlo a él en busca de una respuesta.

—Un beso, tienes que darme un beso —aclaró sonriendo.

Ella soltó una carcajada. —Parece que alguien se siente mejor —murmuró y se sentó a su lado.

—¿Tal vez así me mejore más rápido?

Ari continuó sonriendo y movió la cabeza a ambos lados. —Compórtate. ¿Crees que deberías comer algo o prefieres esperar?

La sola idea de volver a descomponerse lo asqueaba, y menos con ella allí presente.

—Ahora no, quizás luego. ¿No vas a darme mi beso entonces?

—Debería prepararte una sopa liviana —dijo pensativa pasando por alto su anterior pregunta.

Trev buscó su mano y la envolvió con la de él dejando las bromas atrás. —¿Por qué haces esto? Sabes que no es tu obligación, aunque a veces te pida cosas extrañas para lo que es tu trabajo, cuidarme cuando estoy enfermo no es algo que te pediría jamás.

Ariadne lo sabía, pero también sabía por qué lo estaba haciendo casi sin pensarlo. —Yo sé lo que es estar sola y no es nada agradable cuando te sientes así. Déjame ayudarte.

Él asintió sin dejar de mirar su bello y preocupado rostro. La besaría, se moría por besarla y agradecerle, por volver a probar esos labios. Pero como si estuviese leyendo sus pensamientos, ella se puso de pie y se alejó, quitándole la oportunidad de intentarlo.

—Voy a prepararte una sopa y dejarla lista para cuando te sientas mejor, luego comenzaremos a trabajar.

—Te haré compañía —propuso destapándose, listo para levantarse de la cama.

—Oh, no —se apresuró a decir ella, viéndolo como si estuviera loco—. Tienes que quedarte acostado, no seas ridículo, ni siquiera puedes caminar sin tambalear.

Él resopló, y Ari alzó las cejas.

¿Estaba bromeando? ¿Cómo podía ser tan caprichoso? Se miraron fijo por unos largos segundos hasta que Trev terminó por rendirse y volvió a meter las piernas dentro de las sábanas y taparse.

Lo que ocultan las cerezasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora