Capítulo 24

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Ari terminó de leer la carta y la repasó varias veces para asegurarse que no estaba malinterpretando nada. Pero no había forma de hacerlo, esa carta era la respuesta a todas sus dudas acerca de la relación de Olivia y Trevor.

Los sentimientos de él por ella alguna vez habían sido correspondidos, no podía estar más claro. Pero si bien eso contestaba a una de las preguntas que se hacía, le generaba montones más.

Cerró los ojos, tomó un respiro profundo y dejó todo en su lugar antes de sentarse en la cama. Ya no quería seguir buscando en los cajones, se sentía demasiado culpable por haber leído algo ajeno, tan privado, y temía encontrar algo más. Habían sido suficientes sorpresas por un día.

Sin embargo, no importaba cuantas veces se dijera a sí misma que lo que había leído carecía de importancia, los celos bullían en su interior y la rabia creciente invadía sus venas. No sabía qué le enfadaba más, si finalmente tener la certeza de que entre ellos dos sí había sucedido algo y que aún podría haber cenizas chispeantes de esa relación, o que Olivia pudiese haberse casado con James sabiendo que Trevor aún la quería.

Permaneció sentada en la cama, envuelta en la toalla por largo rato hasta que Trev entró en la habitación casi sin que ella lo notara.

Primero se detuvo en el umbral y la contempló, ella tenía la mirada perdida y parecía nadar muy profundo en sus pensamientos. Preocupado, se acercó a ella con paso cauteloso y se sentó a su lado.

—¿Ari? ¿Estás bien?

Ariadne pestañeó. —Trevor —dijo percatándose de que ya no estaba sola—, no te vi entrar.

—Ya veo. ¿Te sientes mal?

—No, solo... pensaba. —Sacudió la cabeza un poco y volvió a mover las pestañas para regresar a la realidad—. ¿Cómo...? ¿Cómo está tu padre? ¿Necesita ayuda en algo?

—Logré llevarlo a la habitación de huéspedes para que duerma. No quería entrar a su cuarto, dice que allí se sentiría peor. Demasiado solo, inundado de recuerdos.

Ari asintió. —Debe ser muy duro perder a tu compañera de vida. A la persona que amas. Creíste que pasarías tu vida con ella y de pronto —chasqueó—, ya no está.

Trevor asintió. —Tenían sus cosas. Pero se querían mucho. ¿No tienes frío? ¿Por qué no te has cambiado aún?

Ariadne se miró el cuerpo que todavía estaba cubierto solo por el toallón y volvió a alzar la cabeza hacia él.

—Estaba buscando una camiseta tuya para dormir pero no pude encontrarla.

—Mmm —murmuró oliendo su cabello—. Si este día no hubiese sido tan agotador y no me sintiera tan mal como lo hago ahora, podría encontrar sus beneficios a esta situación. Me gusta tanto verte así, Ari. Eres la mujer más bella que he conocido.

—¿Ah sí?

Trev no supo cómo tomarse ese tono con el que habló. Ella no sonreía y repentinamente parecía a la defensiva.

—Claro que sí —dijo arrugando la frente—. Ariadne, ¿qué te sucede? ¿Estás enojada?

No, se dijo ella. No podía estar enojada con él. Al menos aún no. No podía decir que él le había mentido ¿no? Nunca lo habían discutido, y si era razonable, no podía esperar que él le contara eso porque quería. ¿Quién lo haría?

—No, estoy bien.

Él supo que no era cierto, pero lo dejó estar. Con todo lo que habían enfrentado ese día no podía esperar más. Se levantó de la cama y le buscó una camiseta en uno de los cajones.

Lo que ocultan las cerezasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora