𝕰𝖑 𝕵𝖚𝖊𝖌𝖔 𝖉𝖊𝖑 𝕽𝖊𝖞. [HiccElsa]

ℂ𝕒𝕡𝕚𝕥𝕦𝕝𝕠 𝕏𝕏𝕍𝕀𝕀

𝔈𝔫 𝔢𝔩 𝔮𝔲𝔢 𝔰𝔢 𝔫𝔞𝔯𝔯𝔞 𝔩𝔬 𝔮𝔲𝔢 𝔬𝔠𝔲𝔯𝔯𝔦𝔬 𝔡𝔢𝔰𝔭𝔲𝔢𝔰 𝔡𝔢 𝔮𝔲𝔢 𝔢𝔩 𝔯𝔢𝔶 𝔈𝔷𝔯𝔞 𝔠𝔢𝔯𝔯𝔞𝔯𝔞 𝔩𝔞𝔰 𝔭𝔲𝔢𝔯𝔱𝔞𝔰.

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Murdoch observa con una sonrisa enorme la delicada figura de aquella preciosa muchacha. Su negro cabello cae en cascada, cubriendo levemente su espalda desnuda y llena de chupetones y leves mordidas, su fino cuerpo se estaba inclinando poco a poco hacia fuera de la cama, como si quisiera alcanzar algo, como si estuviera componiendo su tembloroso cuerpo para finalmente irse de aquella habitación que apestaba a lujuria.

El rey de DunBroch siente un tirón en su corazón y su consciencia, como una premonición de que algo terrible estaba a punto de ocurrir, esa sensación que conoce también desde que recibió la bendición de la bruja de los bosques de DunBroch. Chasquea la lengua con molestia en cuanto confirma el resultado más aburrido y evidente, un destello metálico aparece cerca del cuerpo de su amante y él sabe perfectamente qué es lo que tiene que hacer.

Ella suelta un chillido cuando Murdoch la agarra con fuerza del cuello y la arroja violentamente de regreso a la cama. Se monta encima de ella, restregando deliberadamente su desnudez contra la suya, como una amenaza, como un recordatorio de quién tenía el poder. Le agarra los delgados brazos y los dobla contra su espalda. 

Apretada con fuerza en la mano izquierda de aquella pobre desgraciada, se encuentra una de la flechas desbordantes de magia que Murdoch siempre llevaba consigo. Se la arrebata sin problemas, porque, por algún motivo que no era capaz de comprender, ella no estaba peleando en lo absoluto contra su agarre.

—No, no, esperad, por favor, no es lo que parece —su voz tiembla, pero su cuerpo se mantiene firme y regio, como si no estuviera ocurriendo nada extraño ni peligroso. Eso le disgusta a Murdoch, que siempre ha sido un poco sádico y que escuchar los gemidos y ver los temblores de sus amantes siempre había sido su parte favorita del coito. Se aprieta más contra ella, aprieta su rostro contra el colchón y cuando Tadami Hamada sigue sin responder se le escapa un gruñido grave y feroz—. No pretendo haceros daño alguno —asegura apresuradamente, hablando lo mejor posible a pesar de tener los labios apretados contra las sábanas—, solo quiero desmentir los mitos de vuestra supuesta magia.

Tadami puede sentir que respira con normalidad cuando Murdoch finalmente retrocede un poco. Escucha su seca y burlona risa corta, y unos segundos después puede volver a ver su rostro, cuando le agarra de la cintura para alzarla y darle vuelta sin cuidado alguno. Araña levemente las sábanas cuando él se coloca entre sus piernas mientras le aprieta el centro del cuello con la punta metálica de la flecha. Una sonrisa inmensa se le forma en el rostro cuando finalmente Tadami se retuerce bajo su violencia.

—Los mitos de mi supuesta magia —repite, jocoso, relamiéndose los labios mientras empieza a bajar poco a poco la flecha por el cuerpo de su acompañante—. ¿Creéis que lo que yo consigo hacer lo podría hacer cualquier otro humano? —le arranca un chillido cuando la afilada punta termina su viaje descansando sobre el ardiente centro de sus piernas. Sería divertido dejar el proyectil ahí más tiempo, pero se tiene que recordar de inmediato que esos juegos tan crueles son del tipo que solo gente como Ezra aceptaban, esta pobre chiquilla extranjera estaba tan espantada que le quitaba la gracia. Retira la flecha pero la mantiene a su alcance, por si realmente le ocurría alguna estupidez a esa desconocida que había metido en su alcoba—. Soy el rey oso, mujercita, soy el rey bendecido por los bosques arcanos de mi tierra. No solo he sido  electo por el Dios de la Santa Sede, también soy el predilecto de los dioses antiguos. No hay nadie en ninguno de los continentes que pueda hacer lo que yo hago. Mi magia es tan real como el aire que respiras.