ALMA DE TINTA

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¿Cuánto poder tienen las palabras? Solo la persona que sabe usarlas puede llegar a palpar el inmenso poderío, ¿pero qué pasaría si a parte de obtener el dominio se usa el corazón? De la unión de deseo y habilidad surge un escritor que es capaz de asombrar a miles de personas llegando hasta la capacidad de conmover o incluso derramar lágrimas. ¿Aunque cómo alguien pudiendo maravillar al resto con tanta facilidad puede acabar viviendo una vida repleta de miseria? Desgraciadamente paradojas así se presentan en la vida y es bien sabido que la señora Existencia tiene de pasatiempo colocar obstáculos amargos por el camino. ¿Es acaso intentar oponerse a los caprichos del destino una locura?


Érase una vez un hermosa mujer que se planteó lo mismo y que su pasión era la escritura, pero llegaba a tal alarmante grado que escribía en su cuerpo de papel. Las demás personas la trataban con un vil desdén. La despreciaban, pues no solo tenía una gran mentalidad, también se mantenía en forma gracias a la materia que la formaba. Ella solía encerrarse en casa, porque no podía soportar los días de viento y lluvia, sin contar que la frialdad con que la trataban destrozaba su frágil corazón hecho de tinta roja. Pero a pesar de todo, ella no perdía la esperanza, aún esperaba a su príncipe azul que desterrara aquella soledad que la oprimía tortuosamente. Aquel día que cambió tan radicalmente su vida era uno como otro cualquiera. Llovía a mares y el cristal se empañaba con la respiración de Pandora. A través de la ventana podía ver a lo lejos una luz titilante, un resquicio de una lumbre que parpadeaba en la inmensidad de la negrura. Ella sonrió cansada sin dejar de escribir en su antebrazo, era un recordatorio de que en ese mundo no estaba sola, había más gente perdida en la inmensidad y en el vacio de la oscuridad esperando a salir de ella. Las letras se grababan en su piel, eran pedacitos de su alma que salían de su mente en el vano intento de consolarla. Aquella penumbra se desgañitaba en un vendaval, asolando al valiente espíritu de la muchacha. El frío calaba y dolía. Anhelaba la alegría de un amor, pero en su boca el sabor amargo de la soledad que a sorbos se tragaba sin poder endulzarlo, acudía como las desgracias que nunca vienen solas.

Entonces asombrada dejó de escribir, aquello que desde un principio pensó que era una hoguera extinguiéndose se acercaba a su casa tambaleante. Temerosa abrió la puerta para ver mejor que era. Una gélida ráfaga de viento la lanzó volando y chocó contra la pared de su salón. Entonces aquello que había estado observando atravesó el umbral de su casa y cerró la puerta. Pandora apresurada se incorporó y observó curiosa al atractivo joven que se sostenía en pie a duras penas. Su pelo naranja estaba revuelto y completamente mojado y sus ojos denotaban un gran cansancio, pero lo más curioso era que unas llamas casi apagadas brotaban de su piel. Ella lo miró asombrada, era un hombre de fuego. La esperanza de un príncipe azul cambió a uno rojo. Pero pronto se dio cuenta consternada que era de papel y que si le tocaba se calcinaría. Pandora amablemente le ofreció que se quedara en su casa, para que no pereciera bajo la lluvia que les acechaba fuera. Dante convivió con la muchacha con temor a rozarla. Pandora para que su inquilino no se aburriera, le contaba las historias que tiempo atrás en su pálida piel habían habitado. Por suerte para ella, por mucho tiempo que duraba la tormenta seguía incansable, sin amainar y día tras día se enamoraba más de Dante, sin saber que a él le sucedía lo mismo. Pero para su desgracia un día la tormenta cesó, así que Dante, apesadumbrado se alejó de ahí.

Pandora siempre había estado sumida en la soledad, y ahora que él se iba la tristeza volvería. Ella decidida corrió hacia Dante, no iba a sufrir otra vez, aunque ello significara su muerte. Se detuvo delante de él y se percató de que la miraba de forma dulce. Se fueron acercando y les separaba tan poca distancia que Pandora pudo sentir su tibio aliento. Él le acarició con ternura sus mejillas. Sus latidos se aceleraron y sus respiraciones se tornaron más lentas. Dante tomó el rostro de su amada y la besó. Sus labios eran tersos, ardientes y discretos. Era un beso dulce, que atraía sus labios, simplemente increíble, tanto que no se había dado cuenta de que su cuerpo estaba ardiendo. Pero también ardió la tristeza que había estado torturando a su corazón de tinta. Pandora se separó de él, y con una gran y eufórica sonrisa dirigida a Dante murió siendo completamente feliz por una vez en toda su vida.


El joven, dejando que sus lágrimas se suicidaran, observó cómo la brisa esparcía las cenizas. En memoria de la difunta, escribió todas las historias que Pandora le había contado. Estos cuentos llegaron a ser famosos y leídos por todo el mundo, pero el que triunfó sobre todos los demás fue "Alma de tinta", la historia que sucedió entre Dante y Pandora.

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