EL SUEÑO DE UNA DEMENTE

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Mi corazón latía desbocado. La trenza que afianzaba mi cabello oscuro me golpeaba. Mi respiración agitada acompañaba a mis largas zancadas que lograban que atravesara la calle como una centella. No disminuía la velocidad para esquivar los charcos formados en la acera. Era un día maravilloso, al menos para mí, a pesar de que el resto de los transeúntes con el ceño fruncido desmintieran mi opinión y blandieran paraguas a punto de ser desplegados. Un cielo plomizo se alzaba sobre mi cabeza anunciando la inminente lluvia. Antes de que las primeras gotas descendieran, yo ya había llegado a mi destino.

Me detuve ante el enorme edificio de piedra e intenté regular la respiración. Restableciendo la tranquilidad entré en silencio a la biblioteca tratando de ser lo más silenciosa posible. Mis pies agradecieron el descanso tras enfrentar las empinadas cuestas que había recorrido corriendo. Mis ligeras pisadas en el suelo de madera creaban tenues sonidos. Dirigí una sonrisa de oreja a oreja a la bibliotecaria a modo de saludo, ella habiéndome conocido desde que era un renacuajo correspondió al gesto. Subí un corto tramo de escalones para llegar al segundo nivel de estanterías. Anduve con una mano en la barandilla y con la otra recorría el lomo de todos los libros que se cruzaban en mi camino, profiriéndoles caricias al tiempo que me desplazaba en busca de mi siguiente lectura. Capté uno que inmediatamente me llamó la atención, no solo por el relieve de la tapa, también por el tétrico título que auguraba tensión y una intriga capaz de sacar a flote los nervios de la persona más serena. Apretándolo contra mi pecho me dirigí al centro de la sala con bastantes mesas y muchas más sillas. Con discreción me fui al extremo de aquel lugar de lectura buscando un lugar de mayor intimidad. Me hundí en el cómodo sillón y me preparé para comenzar mi ritual. Deslicé las hojas, haciendo que el aroma llegara a mi respingona nariz. Traté de empaparme de ese olor delicioso que me seducía. Como una buena lectora empedernida saboreé aquel momento al máximo apreciando las sutilezas de aquel perfume comparado con el de otros que había percibido.

Volví al inicio del libro, dejando a mi olfato descansar y mis ojos marrones se deslizaron por las primeras líneas. Poco a poco todo mi ser se iba sumergiendo en ese mundo que estaba entre las páginas. La sensación de tener ese escenario escrito al alrededor no hacía nada más que agrandarse. Cautivada por la maestría del que movía los hilos de esa obra, dejé de llamarme Pandora para acabar en la piel del protagonista. Sin saber cuánto tiempo había pasado, cerré el libro con los impactantes momentos vividos todavía grabados a fuego en la mente. Agradecida por las cuatro horas gastadas, como marcaba mi reloj, deposité el libro en el mismo lugar donde lo había encontrado. Con cariño rocé con la yema de los dedos aquel volumen.

-Gracias-susurré despidiéndome de él.

Bajando las escaleras todavía notaba la carne de gallina que el escritor me había provocado, pero lo más memorable es que justo al final del libro mi cuerpo se había olvidado de respirar. Ahora me había deshecho de la rigidez de la tensión vivida entre esos párrafos, pero todavía sentía mi cuerpo y mente como una marioneta con la que novelista había estado jugando hábilmente. Un escalofrío recorrió mi columna vertebral al mirar hacia atrás, donde miles de esperanzas, ilusiones y enseñanzas se habían materializado en libros que aguardaban en las estanterías con el propósito de trasmitir todo lo que contenían. Cada historia que leía no hacía más que acrecentar la fascinación por la literatura. Giré en derredor sintiéndome llamada por distintos ejemplares que sin decir nada tentaban a mi alma, para que los acunara entre mis brazos, para que pasara sus hojas, para que me volviera uno con ellos. Mi corazón me resonaba en el pecho como un tambor desatinado. Mi imaginación emprendía un ligero vuelo entre todas mis capas de consciencia. Aquellos entremezclados sentimientos desgarraban mi interior como si de un furioso tornado se tratara, arrancando cualquier manojo de dudas y sustituyéndolo por una fiera determinación.

Tras la tormenta viene la calma, así que mi mente acabó siendo un remanso de agua imperturbable y cristalina. Me dirigí al centro de la sala. Admiración, lo que sentía por las personas que habían dado su tiempo para crear esas obras. Eran mis héroes, las estrellas que alumbraban mi camino. Todo mi cuerpo temblaba, no obstante ni una pizca de miedo era lo que me hacía vibrar, solo emoción. Notaba a más gente absorbida por sus distintas ocupaciones y algún otro que distraído giraba su cabeza hacia las decididas pisadas que yo profería. Enumeré mentalmente todos y cada uno de los libros que me habían afectado y después los autores de aquellos trozos de arte. Cuando la lista estuvo completa cerré los ojos con fuerza y me detuve. Me apropié de todo el oxígeno que mis pulmones me permitían. No quería quedarme atrás, yo también deseaba dar al mundo a conocer mis pensamientos y conmoverlos. ¡Quería dejar huella! ¡Convertirme en una heroína!

-¡Seré una escritora!-grité a todo pulmón.

El silencio que hasta hace poco reinaba en aquel lugar había sido quebrado por la decisión que al fin había tomado sobre mi futuro. Docenas de miradas se desviaron acusadoras y confusas. Yo, erguida en aquel paraíso, creé otro deseo que estaba destinado a convertirse en una novela. ¡Costase lo que costase no estaba dispuesta a rendirme!

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