FULGURANTE CALOR

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Un rugido eclipsaba el latir de su corazón. Las lenguas de fuego danzaban tratando de llegar aún más alto. El hombre permaneció quieto, el calor le envolvía como si del abrazo de una madre se tratara.

Embriagado por aquella temperatura dio dos pasos y se agachó hasta recoger su mechero entre las briznas chamuscadas. Se arrancó el colgante, del que pendía una cruz, y lo usó para crear un nudo que siempre mantuviera pulsado el interruptor. Asintió satisfecho al ver como no lo tendría que estar presionando todo el rato. Aseguró con otro nudo la cuerda y con todas sus fuerzas lanzó el objeto, que se perdió entre las copas de los árboles.

El fuego no tardó en propagarse y lo que empezó siendo alguna que otra llama dispersa se convirtió en un feroz incendio que gruñía y devoraba cualquier árbol que tuviera por delante, rápido como una ardilla saltando de rama en rama. El humo volvió el cielo grisáceo, tirando a negro. El fulgor de las llamas creaba dibujos anaranjados cambiantes y sinuosos en aquellos nubarrones.

Se quedó atontado contemplando esa increíble escena. Donde el verde había gobernado ahora solo quedaba el negro de los troncos chamuscados y el gris de las cenizas, pero un color se alzaba como el soberano, el naranja, acompañado de la mano del rojo.

Se encontraba tan hipnotizado por el danzante fuego que no escuchó la sirena de los bomberos, incluso apenas notó el placaje del guardia forestal, que observaba horrorizado la escena. Dejó de ver a aquel dios caprichoso y voraz para darse de bruces contra la tierra, se revolvió. No podía perder ni un segundo en incorporarse, tenía que seguir viéndolo, sin embargo el que acababa de venir le tenía bien inmovilizado. A pesar de que les separaba una considerable distancia, quería llegar a donde el fuego y sentir su apasionado calor más de cerca.

En acto de esfuerzo sobrehumano se quitó de encima el guardia forestal. El crepitar del fuego mitigaba los gritos desesperados de los bomberos, zancada tras zancada se acercó al fulgurante y danzante espectáculo. Corrió con los brazos extendidos, queriendo abrazar al fuego. Se internó sin una sombra de duda, y se dio de bruces contra el mismísimo infierno.


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NOTA: Por favor, que nadie se convierta en un pirómano.

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