LADRONA

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Paso tras paso se crispaba más, a pesar de caminar liviana como si de una pluma se tratara. El crujido de la madera acompañaba el murmullo de cada pisada. Cuanto más silencio necesitaba, más rehuía de ella.

La sosegada respiración del hombre mitigaba el ruido de la mujer. Cándido él. Las sabanas lo envolvían como minutos antes lo habían envuelto los brazos de la joven. Su rostro se veía calmado, rebosando confianza mientras que el pecho subía y bajaba despreocupado, ajeno a su alrededor. Por un momento ella dudó, sólo que el vació de su cartera arrancó los titubeos. Sin embargo una astilla se afianzó en su conciencia. Alargó las yemas hacia el abultado compartimento de cuero. La vela, que había estado observándolos durante la noche, ahora era el aliado perfecto para dirigir su hurto sin tirar nada. Aquella cartera adelgazó bastante cuando extrajo unos cuantos billetes. Se dio la vuelta y fue entonces cuando unos destellos plateados atrajeron su atención. Ya había reunido una cantidad decente, aquel reloj de trabajadas esferas no era estrictamente necesario. Miró el rostro sobre la almohada.

Tras aquellos párpados unos alegres ojos la habían acogido y esa boca había cantado las más dulces canciones de amor. Dirigió su mirada a aquellas manecillas. Ya le había robado el corazón, no creyó que un fajo de billetes y un reloj marcarían una enorme diferencia.

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