LA VIDA SIEMPRE VUELVE AL AGUA

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¿Estoy muerto? No traté ni de pronunciarlo, no por estar solo si no porque me resultaba imposible mover los labios. Mentira. Estaba haciéndome el muerto, al fin y al cabo todavía notaba como el agua recorría mi rostro, aunque a este paso no tardaría en morir.


Hubiera preferido tumbarme en algún fragmento de barco naufragado, pero al no encontrarlo me tuve que conformar con un colchón de mar. El agua escalaba mis mejillas tratando de coronar mi nariz, iba y venía por mi piel morena intentándolo incansable. Los únicos sonidos que rompían la serenidad de aquel océano eran mi respiración y el murmullo cada vez que una ola colisionaba contra mi cuerpo y me salpicaba con espuma. Vista desde el cielo debía de ser una mancha en un inmenso y pulcro mantel, una mancha que pedía a gritos que la encontraran. Por eso mismo el rugido de las hélices me alivió. Era imposible que pasaran de largo. Hice un enorme esfuerzo para abrir los ojos. Necesitaba ver la cara de mi salvador. Pronto, dentro de mi campo de visión descubrí la panza amarilla del helicóptero. Una cuerda cortó el aire y se zarandeó a medio metro de mí. Ahora o nunca. Como una mancha que no quiere ser eliminado, di todo mi esfuerzo para aferrarme a ese resquicio de esperanza, alejándome del detergente que trataba de aniquilarme.

Alargué los dedos hacia el enroscado cáñamo. Mi mano atravesó la cuerda como si fuera un fantasma. Frenético volví a intentarlo, una y otra vez, una y otra vez. Cerré los párpados y al abrirlos la cuerda y el helicóptero habían desaparecido. Angustiada me giré en derredor con el frío calándome los huesos. Ni un mísero rastro de los supuestos salvadores. Maldito espejismo... El cansancio se manifestó como un ancla, hundiéndome y tratando que tocara fondo. No me quedaban fuerzas para tratar de mantenerme a flote, tan siquiera cerré los ojos a pesar de que me escocieran en contacto con el agua salada.

Entonces, ante mí apareció un rostro delicado con el cabello meciéndose a su alrededor con muchísimas algas atrapadas en él. Tenía unas curvas pronunciadas, solo que una vez pasada la cadera una preciosa cola verse sustituía las piernas. Me fijé mejor. El pelo en realidad eran algas que salían largas y onduladas de su cuero cabelludo. Sus carnosos y delineados labios articularon algo que no pude comprender. Genial, más espejismos. El ser se acercó a mí hasta que se quedó a unos escasos centímetros.


Aunque fuera una ilusión al menos podría alardear de que había muerto entre los brazos de una sirena. Espera... una vez muerta no tendría con quien codearme. Sus labios se apropiaron de los míos, jugando con mi vida cual niño con su juguete. Conseguí una última bocanada de oxígeno, la más dulce y ardiente que había tomado hasta el momento. La sirena sólida como una humana se alejó de mí con una sonrisa, dejándome a merced del detergente, que me arrastró hacia el fondo sin piedad.

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