Prólogo

343 10 4
                                    

Sigo recordando ese día, seguía sin poder sobrellevar mi pasado. No tenía idea de lo que quería ser. Era invisible, y eso estuvo bien por un tiempo.
Recuerdo que me encontraba en una fiesta de la realeza, tenía asuntos pendientes con el Conde Lenard. Un hombre de mediana edad, algo voluptuoso y pequeño. Pero, capaz de pagar mis honorarios como portadora de la magia necromante.

En mi pueblo todos son verdugos, gracias a esta magia manipulamos a los seres vivos como si fueran títeres.

Una de las razones para abandonar la ciudad de la muerte: ser demasiado peligrosa para la vida mortal.

Irónico, ¿no?

Un ser que maneja a la muerte a su antojo, por naturaleza acaba con la vida.

Como necromante el deber es mantener el orden dentro del hilo de vida del mundo.
La maldad y la bondad causan daños en exceso. Debe haber un equilibrio. El odio crea monstruos y la bondad hipócritas.  Ahí es donde encajan los necromancers.
Por otro lado, elegir la muerte de las personas no es algo terrible, solo debes imaginarlo o soltar una palabra y verás el hilo ser cortado, un alma ser juzgada y un espíritu regresar a su dueño.

Fui desterrada por ser una amenaza según el Obito Necronte -cabe decir que es un grupo de ineptos ancianos cuyos poderes nunca han sido mostrados en público- para todo Alliot, así que debo vagar por el mundo humano. Por lo que ahora me encuentro lucrando con ellos para extender sus vidas hasta un punto considerable; y si su suerte se acaba, extiendo el trato a un punto más interesante: su muerte, pero no directo al infierno, una estadía en el limbo bajo el juicio de cielo es bastante cruel, tanto como la forma en que enferman la tierra que los dio a luz.
Los humanos y su naturaleza son la peor creación, destruyen todo sin piedad y no valoran la vida en ningún punto. Eso pensaba, resultó verdad cuando conocí a Layle.

Debo decir que al instante que se cruzó en mi camino, todo colapsó. Él tenía un objetivo en mente y yo una venganza clavada como espina en mi corazón

Todo sucedió cuando decidí salir de la fiesta encantadoramente atestada de asquerosos humanos bailando con sus egocéntricos trajes chillones, al son de una música espantosa, para relajarme en el jardín del Conde Lenard Flerment, quien debo decir, mantiene una vida bastante afortunada.

Su jardín era inmenso, lleno de flores de colores exquisitos: púrpuras, rosas pálidos, naranjas opacos, y verdes totalmente vivos que se juntaban con el blanco de la nieve, haciendo parecer que el jardín se encontraba detenido en el frío y amigable invierno. Claro, yo era quien les permitía permanecer hermosas, de otro modo el invierno las quemaría.
Me gustan la naturaleza y sus secretos, totalmente inciertos para la humanidad. Independiente y al mismo tiempo vulnerable ante aquellos que protege.
En el centro del gran jardín se encontraba un laberinto de arbustos, un impresionante trabajo cabe decir. Decidí entrar y ver donde terminaba, al final de un túnel elaborado completamente con enredaderas adornadas con flores de pascua se encontraba una fuente hermosa; tenía rosas alrededor y también pequeños arbustos llenos de gardenias, cuyo pálido color crema amarillento le daba más vida a las rosas que parecían arder bajo el leve sol de invierno.
La fuente era ancha y cuadrada, con tres columnas en forma de espirales que se alzaban desde su interior, el agua cubría sólo un tercio de las altas columnas que sostenían una rosa de los vientos de la cual cada punta mostraba el incomparable fluir del agua.

-Es tan extraña y a la vez tan misteriosamente bella, ¿no lo crees? -
una voz habló a mi oído, había estado tan inmersa en la belleza de la fuente que no pude notar la presencia de un humano. – Siempre me he preguntado: ¿Por qué la rosa de los vientos? – se alejó y se sentó en la fuente.

No me gusta hablar con ellos.

- Las flores siempre son bellas en esta época. Por otro lado el invierno puede causar estragos en las personas, jóven. ¿No cree usted que debería volver a la fiesta? – al observarlo lo reconocí de fiestas anteriores. Desde hace algunos meses que visita frecuentemente al conde.

Irizel: el hilo de la vida. (EN EDICIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora