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Tía Karen enfermó. ¿La razón? La multitud de gatos degollados que aparecían cada mañana en nuestra casa. Ella se encontraba en un estado de ánimo muy precario. Entre la muerte de su hermana y de su cuñado, ahora tenía miedo de salir por encontrarse algún gato en el jardín. De momento ya llevábamos seis. Cada semana recibíamos dos. El primero era durante la madrugada del sábado y el segundo, la madrugada del lunes. El Detective Stevenson nos vino a visitar y dijo que probablemente tenía un significado personal para los culpables: el sábado fue el día que asesinaron a mi familia y el lunes, cuando en las noticias se mostró el suceso y la única superviviente. Cada noche, mientras Karen se tomaba sus somníferos para ayudarla a dormir, me encargaba de llevar a los policías un termo lleno de café, a petición de mi tía. Pero en algún momento de la noche, de alguna forma los culpables conseguían burlar la seguridad. La policía estaba muy nerviosa y con motivo. Nicole y Leo siempre pasaban a buscarme para ir al instituto y volvíamos juntos. Eran los únicos momentos de paz que podía conseguir. Todo este asunto oscuro también había llegado al centro. Podía sentir la inquietud de la gente a mi alrededor pero era mejor hacer como si no pasara nada.

La gota que colmó el vaso fue el 19 de octubre. En el jardín donde tendría que haber el gato había la... cabeza del perro, perfectamente envuelto. O al menos lo que quedaba de él. La descomposición confirió un estado más monstruoso. Eso hizo que Karen estuviera tres días en cama. Ella había vivido demasiadas muertes y eso le pasó factura. A mí también me hubiera gustado hacer como ella pero tenía que ser fuerte. No sabía el motivo de todo eso, pero no me podía permitir el lujo de ser débil.

Por la tarde decidí ir a hablar con Nicole, que estaba en su casa. Cuando Leo no estaba con ella, estaba sola. Su madre era una reportera freelance. La mayor parte del tiempo se encontraba viajando por el mundo y ahora estaba haciendo un reportaje sobre las alteraciones del ecosistema causadas por el cambio climático en la selva amazónica.

-Hola Mandy, ¿cómo te encuentras? Y no respondas que no muy bien porque necesitas a alguien para desahogarte- dijo con una sinceridad que me impactó. No era de la clase de personas que te preguntan por tu estado y solo desean que digas que estás bien, aunque por dentro estés destrozado; sino de las que quieren que les respondas con sinceridad. Puede que no tenga la forma de hacerte sentir mejor pero, de esta manera, te quita un peso de encima.

-¿Por dónde comenzar? Bueno, tengo probablemente dos desconocidos que se dedican a matar los pobres gatos que pasean tranquilamente para ponerlos en el jardín de mi casa, además Karen parece que no mejora, al contrario, la veo más pálida y delgada y... Oh, sí. Hay policías que se turnan para patrullar por mi casa pero nunca han visto a los misteriosos psicópatas, como si fueran fantasmas.

-No sé si te lo tendría que decir porque es información confidencial. Pero bueno. Somos amigas y la situación que estás viviendo es de locos y te mereces algunas respuestas. Por lo que oí hablar a mi padre por su teléfono, parece ser que los gatos degollados forman parte de algún ritual para atormentar a las víctimas y hacerlas sentir miserables o alguna cosa así. Pensaban en trasladaros a ti y a tu tía a otro lugar pero no saben dónde. Papá se está desesperando porque los culpables hacen parecer a los policías como unos completos idiotas y está estancado. Además como te puedes haber dado cuenta ha hecho aumentar la seguridad y ahora contáis con un coche policía y dos policías que no paran de dar vueltas alrededor de tu casa. Pero siempre hay alguna cosa positiva por muy pequeña que sea y es que mi fantástico padre me ha dicho que nos podemos ir de compras. Seguramente no es el mejor momento pero tienes que hacer algo que sea normal.

-Después de tu gran discurso, me parece bien - dije. Por lo que parecía la policía no tenía sospechosos ni respuestas. Menuda suerte.

Nos fuimos a un centro comercial que tenía una fuente en medio. Decidimos comprar ropa y luego ir al Starbucks. Fue una muy buena tarde. Cuando terminamos nos fuimos hacia nuestras casas. Pero algo no iba bien. Notaba que mi amiga iba aumentando gradualmente el paso y un aire de seriedad se había adueñado de su rostro.

Nada es lo que pareceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora