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Nicole hizo un intento de moverse al mismo tiempo que tía Karen empezaba a convulsionar. Eso la paralizó. Una sonrisa de satisfacción cruzó mi rostro mientras veía cómo intentaba resistirse pero, en cuestión de segundos, se iba quedando cada vez más quieta y más pálida hasta que soltó su último aliento. Me sentía orgullosa de mí misma. Nicole gritó e hizo un intento de salir corriendo pero yo era más rápida que ella y en un instante estaba sobre ella, con mi mano agarrando su cuello mientras ella me arañaba para intentar salir.

-Si te quedas quieta, verás a tu novio en unos minutos- dije, con una sonrisa fría mientras veía cómo se había quedado pálida de golpe.

-¿¡Tu mataste a Leo?! ¡MALDITA ZORRA, TE VOY A MATAR!- gritó. La chica los tenía bien puestos. Aunque la estaba asfixiando, habló alto y claro. Lástima que había visto demasiado.

-Mira cómo tiemblo. ¿Te crees que toda esa amabilidad existía? Por favor. Cuando supe que eras hija del detective sabía que tendría que ser amiga tuya para enterarme de todo lo que pasaba. Por cierto, amiga- dije, resaltando la última palabra- gracias por contarme la seguridad de la comisaría. Mira que tenía miedo de ir demasiado al grano, pero eres demasiado inocente. Sin ti no habría podido colarme y robar la cabeza del perro. Por cierto, ¿cómo has entrado? Solo por curiosidad.

-Me dijiste que si algún día... quería venir a tu casa... que me colara por la ventana del lavabo... porque siempre está medio abierta...- cada vez le costaba más respirar. Qué día más productivo.

-Vaya... Ves, ese es el problema de hacer el papel de amiga. Que sin quererlo, se me escapan detalles. Como tu queridísimo Leo, un error mío os ha llevado a los dos derechito a la morgue. Qué pena.

Pareció que aquel detalle le había enfurecido porque sin saber cómo, se liberó de mis brazos y salió corriendo. No llegaría muy lejos. La puerta estaba bien cerrada. Me dirigí a mi habitación mientras oía los golpes que Nicole hacía a la pobre puerta. Metí la mano dentro de las botas y saqué el cuchillo en el que había la sangre de mi tío, mis padres, el perro y la mía. Se podría decir que una generación de Spencer y Anderson se encontraban ahí. Mientras bajaba por las escaleras, encontré a Nicole aun forzando la puerta de entrada. Idiota, pensé. En la habitación, por un momento me había parecido no escuchar ningún golpe en la puerta, pero me equivoqué. Sigilosamente me acerqué a Nicole para clavarle el famoso cuchillo en la espalda. Ya casi estaba... pero una patada de Nicole, provocó que me estampara en la pared de al lado, haciendo que un dolor sordo se adueñara de mí por un instante. Ella se abalanzó con un cuchillo. Así pues, sí que había parado de dar golpes. Intentó clavarme el cuchillo en el pecho pero fui más rápida y lo esquivé. Aunque su arma me hizo un corte en el brazo. Antes de que la chica pudiera reaccionar, me giré y la clavé el cuchillo en el estómago. Me acerqué a su oído y le dije:

-En este cuchillo hay sangre de mi familia. Ellos mataron a mi tío y a un hermano que no recordaba que tenía. Me los arrebataron porque vieron que estaban locos. Pero lo que no sabían, era que la locura ya estaba instalada dentro de mí. Adiós, amiga.

El sonido de un coche hizo que me levantara de Nicole. Subí las escaleras hasta mi habitación donde, en el armario, tenía una mochila que había preparado aquella tarde. Mientras oía el ruido de la puerta que salía de sus goznes, me escabullí por la ventana del lavabo y me fui. Por el rabillo del ojo vi cómo el padre de Nicole entraba y algunos coches de policía y dos ambulancias se aproximaban a la casa de Karen

Mi venganza había terminado.

Detective Stevenson

Entré en la casa de Karen Anderson y me encontré a mi hija en el suelo con un charco de sangre a su alrededor y un cuchillo en el estómago.

-Nicole, cariño, abre los ojos, por favor- supliqué. Estaba muy pálida. Le toqué el cuello y vi que el pulso era débil.

Entraron mis hombres y escudriñaron toda la casa. Solo encontraron el cadáver de Karen. Mandy había desaparecido. Mierda, pensé. Aquella loca nos había mentido a todos.

Entraron los de la ambulancia y, con cuidado, trasladaron a mi hija en una camilla. No podían arriesgarse a sacarle el cuchillo por miedo que sufriera algún daño. Entré en la ambulancia y, sujetando la mano pálida de mi hija, el vehículo arrancó hacia el hospital.

Cuando estábamos a punto de llegar, Nicole empezó a sufrir una parada cardíaca. Estaba desesperado. No quería que muriera. Le aplicaron el desfibrilador pero no parecía que funcionaba. Sin darme cuenta, habíamos llegado a nuestro destino y se llevaban a mi hija al quirófano. Deseaba profundamente que tuviera la suficiente fuerza para salir de esa.

Nada es lo que pareceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora