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9 horas antes

Leo Reynolds se encontraba en su escritorio acabando de escribir el mensaje para su novia. Tenían que verse lo antes posible. Como si estuviera en modo automático, dejó el móvil sobre su cama y aun consternado por lo que leyó, bajó por la escalera sin darse cuenta, con el diario en la mano, para comprobar que la puerta estuviera cerrada. Aun seguía tan consternado por lo que había leído que tardó unos segundos en darse cuenta de un ruido que venía del garaje. Se guardó el diario debajo de la camiseta y decidió que era el mejor momento para llamar la policía. Se podía hacer una idea de quién podía ser. El problema era que sus padres estaban en Alemania, cerrando un negocio y estaba solo. Además se dio cuenta que el móvil se lo había dejado en su cama. Genial, pensó. Quiso salir fuera pero pensó que aquella persona era demasiado astuta como para dejarlo que corriera en busca de ayuda así que decidió ir a coger el móvil, llamaría a la policía y luego se encerraría en alguna habitación para su seguridad. Espero que funcione, pensó. Antes de subir, decidió esconder el diario debajo de una baldosa, cerca de las escaleras. Descubrió este escondrijo cuando vio por primera vez su nueva casa.

Subía los escalones de la forma más silenciosa posible. Ya no se oía ningún ruido y eso le hizo pensar que había sido su imaginación. El último escalón chirrió y se estremeció. Entró a hurtadillas en su habitación y se alivió al ver que no había peligro. Cerró la puerta y cogió el móvil. Se dispuso a marcar el número del padre de Nicole para enseñarle lo que había descubierto cuando la puerta del armario se abrió.

-Si fuera tú no marcaría el número de teléfono, cariño- dijo con sorna.

-Mandy... ¿cómo has entrado?- preguntó. Tendría que despistarla para marcar al menos el número que deseaba.

-Te crees que soy idiota, ¿no es así?- se acercó mientras daba un paso hacia atrás. Si al menos pudiera conseguir la lámpara...- Por si no lo sabías tu ventana está encima del garaje. Solo tenía que hacer el suficiente ruido para que tu cerebro quisiera comprobar la puerta y darme así unos segundos para subir hasta aquí. Tampoco es tan difícil.

Leo intentó reconocer a la chica que se suponía que era su amiga pero no la encontró. Sus ojos estaban inexpresivos, con una mueca desagradable en la boca. Pensó por un momento que había conseguido engañar a toda la gente haciendo el papel de víctima.

-Me parece que tienes algo que me pertenece. Te daré una pista: mi diario. ¿Me lo puedes dar o lo tengo que encontrar yo?-

Nunca le daría el diario. El chico quería que se descubriera la verdad y haría todo lo posible para que el mundo viera que Mandy Spencer estaba loca. Lo que había leído en el diario, los detalles de cómo mató a sus padres aun hacía que se estremeciera.

-No sé a qué te refieres- respondió el chico.

Aprovechando que había decidido explorar la habitación de Leo, este se aproximó más a la lámpara. Casi la podía tocar.

-Sabes, te diré una cosa: odio que me tomen por idiota. Mis padres lo hicieron y están bien muertos. A toda la gente que me toma por idiota, les pasan cosas cómo decirlo...- parecía que estaba buscando la palabra correcta pero Leo sabía que lo único que quería era asustarlo. Solo necesitaba que se acercara lo suficiente para golpearla.

-Así pues, ¿quién era el vagabundo?- le preguntó. En su pensamiento solo tenía a su chica, ajena a la situación que vivía él. Solo esperaba volver a verla.

-Digamos que el vagabundo estaba en el momento y lugar equivocado. Vio demasiado. Era como un jodido fantasma. Suerte que la policía fue tan imbécil de creer que era el culpable- una risa, del todo menos amistosa, llenó el ambiente. Leo se preguntaba cómo había podido esconder esa locura.

- La verdad, me hizo temer que se lo contara a alguien pero parece que el pobre no lo hizo. Error suyo. Supongo que te puedes imaginar quién degollaba a los gatitos. Quería espantar a mi tía, y lo conseguí. Pero en algún momento me debió ver en el puerto cogiendo los gatitos y creyó que lo mejor era espiarme, hasta que un día que quería entrar en el Departamento de Policía lo vi y se acabó vagabundo.

-Estás loca- susurró Leo.

-¿Me dices que estoy loca? Por favor, Leo- lo dijo con un resoplido de fastidio- Si quieres que te diga una cosa te diré que todos estamos locos. Algunos están locos por amor, locos por la aventura y luego estamos los locos por matar. Así de sencillo.-

Cada vez se aproximaba más a él. Era su oportunidad.

-Me parece que ayer cuando dejé la bandolera, por algún misterio cayó en esa horrible bolsa de deporte que curiosamente estaba abierta. A veces hay casualidades que dan hasta miedo. El caso es que o me das el diario o te puedes despedir de tu pelirroja.

-No la metas en esto- la rabia tiñó su tono de voz y eso hizo que Mandy acortara la distancia. Adiós zorra, pensó Leo.

-Dame mi puñetero diario- notaba como sus fosas se dilataban.

-Ven aquí y cógelo- dijo el chico.

Ella se abalanzó y Leo le propinó un golpe con la lámpara. Se tambaleó y cayó. Él aprovechó esa oportunidad para salir pero Mandy le agarró el pie y le hizo tambalearse. Un ruido muy feo de su tobillo le hizo salir un grito de dolor. Bajó las escaleras cojeando. Decidió coger el coche porque no se veía capaz de salir corriendo buscando ayuda. Tenía una vecina, Claire, pero estaba demasiado sorda para oír algo; otro que trabajaba en el turno de noche de un hospital y en la casa que daba enfrente, no vivía nadie. Menuda suerte tengo, pensó. Entró en el coche e intentó arrancarlo pero un golpe en la parte posterior de su cabeza, le hizo perder la conciencia.

Parecía que Leo se despertaba. Aunque no podía moverse. Estaba entumecido. Miró a su alrededor y vio que estaba en un coche, en su coche. Los recuerdos le vinieron de golpe e intentó salir de su vehículo pero no podía. Literalmente no podía moverse. Estaba en el asiento del conductor, con el motor en marcha y las ventanillas cerradas. Vio que tenía cinta americana alrededor de las muñecas y en los tobillos. Era imposible escapar. Vio a Mandy recostada sobre el capó sonriéndole fríamente.

-Estás inmovilizado y seguramente te cuesta respirar. ¿Sabes cómo lo sé? Bueno, mientras estabas echando la siesta puede que haya manipulado el tubo de escape. Pero como soy tan buena persona te propongo un trato: si tú me dices dónde está el diario, yo te ayudaré a salir del coche. ¿Qué me dices, Leo?

Pero Leo sabía que ya estaba muerto. Además, si le decía dónde estaba seguramente ella se marcharía. Veía en sus ojos que mentía. Y ella lo sabía. Solo se estaba entreteniendo con él. Cada vez le costaba más respirar.

-Vale. Tú te lo has buscado. Pobre Nicole, cuando sepa que estás muerto...- él se tensó. No quería que el nombre de la chica saliera en su conversación.-Suerte que me tendrá a mí para reconfortarla. Bueno Leo... que tengas dulces sueños.

Y se fue. Lo dejó dentro del coche, cada vez le costaba más respirar. Antes de perder el conocimiento, deseó que la policía encontrara el diario y que Nicole fuera fuerte. Después de esto, una oscuridad le absorbió por completo.

Nada es lo que pareceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora