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Entré en la sala de la Comisaría y la vi allí, sentada en una silla, destrozada. Pobrecita, si supiera que yo era la culpable... El problema de fingir eran las lágrimas. Lo que hacía era imaginarme el momento en que decapité a mi perro y luego las lágrimas salían a mares. Si hubiera querido, lo habría salvado pero así, tenía todo un toque más dramático.

Se abalanzó sobre mí y tuve que susurrarle palabras de consuelo y toda la parafernalia típica que se suelta.

-Estoy destrozada Mandy- sus sollozos casi impedían que la oyera. Estaba a punto de darle una bofetada para que se calmara pero no creía que fuera la mejor solución.

- Me envió un mensaje diciéndome que tan pronto como lo leyera que fuera a su casa lo más rápido posible y cuando entré...- más llanto. Otra vez. Pero había una parte que me había dejado un tanto... asustada.

-¿De qué quería hablar contigo?- le pregunté.

-No lo sé, Mandy. Solo te puedo contar que cuando llegué, entré por la puerta y la vi toda destrozada. El sofá destrozado, muebles revueltos...- cómo si no lo supiera.- Lo busqué por toda la casa hasta que decidí ir al garaje. La puerta estaba abierta y vi el coche que estaba encendido con las ventanas cerradas. Cogí un martillo de una estantería y golpeé el vidrio hasta que se rompió. Tenía cinta en las muñecas y en los tobillos y...- lloraba tanto que tenía la sensación que se ahogaría allí mismo.- Saqué a Leo e intenté reanimarlo pero no pude. Me siento tan culpable, Mandy. Si hubiera cargado el maldito móvil hubiera oído el mensaje y puede que no estuviera...

Ahora me tocaba a mí hacer el papel de amiga afectada. Allá vamos.

-No puedes decir eso, ¿me oyes? No. Lo. Digas. Si hubieras ido a su casa puede que también estuvieras muerta. Sé cómo te sientes. Yo creí que si hubiera salido antes, mi familia estaría viva pero no se puede cambiar nada. Lo que tienes que hacer es seguir adelante.

Se abalanzó otra vez sobre mí llorando. Patético. Después me di cuenta que no estábamos solas. Su padre estaba ahí, un poco apartado de nosotras. Se marchó, dándonos tiempo a ambas. Intentaba que me salieran sollozos pero no podía. Lo único que quería saber era dónde demonios estaba el diario. Había rebuscado por todos los rincones posibles de la casa pero ni rastro. Al principio me preocupé por si los vecinos oían algún tipo de ruido pero supongo que la distancia entre las casas ayudó bastante.

Con la desaparición del diario, era mejor actuar lo antes posible. Esa noche tendría muchas cosas que hacer.

Nada es lo que pareceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora