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Estuve con la histérica de mi "amiga" hasta las tres de la tarde. Le dije de forma amable que tenía que irse a su casa a descansar. Después de acompañarla, me fui al hospital donde a veces iba mi tía a trabajar cuando faltaba personal. Ahora vendría la parte más complicada del plan. Cuando entré, pregunté a la recepcionista dónde se encontraba Susan Ross , una de las enfermeras amiga de Karen. Me dijo que la podía encontrar en una salita que el hospital disponía como descanso. Seguí las indicaciones y la encontré. Golpeé la puerta suavemente y salió una mujer bajita, con el pelo negro azabache y los ojos marrones. Por lo que parecía la suerte estaba de mi lado. Me presenté como la sobrina de Karen Anderson.

-Hola cariño. ¿Cómo está tu tía?- preguntó.

-No muy bien, la verdad. Toda esta tensión está afectándole mucho- le contesté con una de mis mejores sonrisas apenadas. Merecía un Oscar. Ella no lo sabía todo, solo el asesinato del vagabundo, que la prensa filtró a las noticias locales pero nada más.

-He venido aquí porque Karen necesita una cosa.

-¿Qué cosa?- preguntó con el ceño fruncido.

-Me ha dicho que te pregunte si hay...- regiré la bandolera como si buscara algo- algo llamado... ¿puede ser Propofol?- Se veía sorprendida con esta petición. Mierda.

-Tenemos Propofol pero... ¿por qué lo necesita?- cada vez arrugaba más el ceño. Tenía que aguantar las ganas de reírme de ella.

-Bueno... me dijo que era... ¿cómo un sedante? Un momento que saco lo que me había apuntado.-

Saqué el papel donde supuestamente había algo escrito con la letra de Karen, aunque en realidad era la mía. Suerte que había estado practicando su caligrafía.- Te digo lo que me apuntó: Necesito Propofol para administrar a un paciente que tuvimos semanas atrás. Le di mi número de teléfono porque si necesitaba cualquier cosa me pudiera llamar. Ayer lo hizo, diciendo que algo le había provocado una reacción alérgica. Me pidió que le trajera Propofol para que su médico lo examinara y le dijera si era alérgico a algún componente- Sabía que semanas atrás, Karen había ido al hospital, pero para decir que estaba pasando una mala temporada y que, con mucho pesar, si sucedía alguna cosa, no podrían contar con ella. Pero su amiga no lo podía saber; estaba de vacaciones. Además, Karen no le contó su decisión. Tenía la sensación de que era una chica muy afortunada.

-Pero no puedo sacar anestésicos así como así, cariño- dijo como si lo sintiera. Si presionaba un poco más, podría ceder.

-Bueno, no pasa nada, tranquila. Te hubiera llamado pero está muy débil para salir de la cama y hablar aunque sean unas pocas palabras. Por eso me lo pidió... Pero da igual. Ya le diré que un día que se encuentre mejor, que venga hasta aquí y que lo pida. Hasta pronto.- con mi voz apenada casi me lo creí hasta yo. Esperaba que funcionase.

-Espera Mandy. Mira, te doy un bote pequeño, ideal para hacer las pruebas que hagan falta. Si está tan mal no le puedo pedir que venga hasta aquí. Espérame un momento, cielo, ahora vengo.

Solo tardó cinco minutos, pero los necesarios para que me preguntara si pediría permiso a alguien o no. Cuando volvió y vi que no iba acompañada me tranquilicé. Me entregó el pequeño bote, nos despedimos y me fui.

Ahora tenía otra parte del plan. Ya no podía rajarme. Tía Karen no volvería a ver el sol nunca más. Me hubiera gustado matarla el 13 de diciembre, celebrando otro mes del asesinato de mis padres pero no se puede tener todo. Lo que sí que coincidía era el día de la semana: sábado 5 de diciembre.

Los secretos de familia son lo peor: los puedes contener pero tarde o temprano acaban explotando y luego, ya no hay vuelta atrás.

Nada es lo que pareceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora