Prologo

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Aquel fuerte olor a tabaco habría provocado más de una nariz arrugada a cualquier adolescente normal que lo oliese, a mí no. El hecho de olerlo todos los días a todas horas había acabado por hacerme inmune a aquel repugnante olor. "El tabaco te pudre los pulmones" ¿Qué más les dará a los demás lo que hagamos?¿Acaso ellos se van a poner enfermos si nosotros fumamos? A mí me da que no. Nosotros ya sabíamos las consecuencias de fumar, el hecho de repetirlas una y otra vez no iba a hacernos cambiar de opinión.

-Pásame un cigarro ¿Quieres?-Marcus alargó el brazo para que le tendiera un cigarrillo en la mano. Yo era la única de todos nosotros que aún no se había ventilado un paquete entero, de hecho apenas había terminado el primero. Marcus era un muchacho delgaducho y escuálido que parecía hecho nada más que de huesos y pellejo, tenía el pelo rapado al cero salvo el flequillo que se había teñido de un espantoso color morado. En la nuca tenía un tatuaje que se suponía que era un tigre pero que a mí me parecía más una cobaya con un par de rayas. Por si su aspecto no lo dijese todo, aclarare que sí, Marcus se drogaba, aunque no muy a menudo pues hacia poco que se había dado a las drogas. En mi opinión era un error, pero ¿Quién era yo para impedirle hacer lo que quisiera? Al fin y al cabo el no era un niño pequeño, era completamente consciente de lo que hacía y de las consecuencias que conllevaba el hecho de drogarse. Lo único que podía hacer por él era salvarle el culo en algunas malas peleas y poco más, porque con las deudas ambos estábamos prácticamente igualados.

-Tengo una idea mejor. ¿Por qué no mueves el culo y te compras un paquete?-Dije dándole una nueva calada al cigarro que sujetaba entre mis dedos.-No pienso gastarme una libra en ti. Si tanto te apetece cómpratelo tú.

-Joder Kat, no seas así. Sabes que no me sobra el dinero, y es un cigarro, tampoco te vas a arruinar.-Suplicó el muchacho, si lo que pretendía era darme pena no lo había conseguido. ¿Qué se esperaba? No es como si necesitara aquel cigarro para vivir. Tomé una última calada, luego tiré el cigarro al suelo y lo pisé con el pié para apagar las ascuas. Resopló al ver el cigarro a medio terminar espachurrado en el suelo.

-Me parece bien que fumes todo lo que quieras, me importa una mierda lo que hagas con tu dinero, pero no pienso gastar el mío en algo que te mata.-Marcus resopló molesto y se pasó la mano por el flequillo morado. Ignorando su cara de pena me giré para mirar a Elena que fumaba a dos manos. Se había fundido por lo menos dos paquetes de cigarros en aquellas dos horas y había comenzado con el tercero. Elena empezó a fumar con la temprana edad de doce años, y aunque no se drogaba se había convertido en una jonki de los cigarros incapaz de separarse de aquellos "canutos de la felicidad" como los llamaba ella. Además de aquello, aunque todos los presentes habían tenido relaciones sexuales ella había sido la primera con tan solo catorce años, con un chaval del diecisiete que además era un capullo integral. De esos que son la prueba de que "Dios" tiene un extraño sentido del humor.

-¿No te parece que ya es suficiente Ele?-La reproché. Yo misma odiaba cuando me ponía en plan "mama responsable" Incluso a mi me resultaba pedante el hecho de estar siempre ocupada de que tal persona no fumase más de dos paquetes o de que nosequién no hiciese tratos chungos con el chino de la esquina. Elena soltó un resoplido, pero no se deshizo ninguno de los cigarros que sostenía en ambas manos. Soltaba tanto humo que si alguien la hubiese visto a lo lejos la habría confundido con una locomotora de vapor. A pesar de que yo era la menor de todos, era la más responsable. Presión de grupo ¿Qué es eso? Mis amigos ya sabían que yo nunca fumaria más de un cigarro por cada par de días. Con esta técnica era capaz de saciar mi ansiedad pero sin hacerme adicta a la nicotina... no del todo adicta. Supongo que era la más santurrona de todo ellos, y eso que tenía la costumbre de emborracharme en todas las fiestas y meterme en peleas que nada tenían que ver conmigo, pero a pesar de todo esto, era la única de todos ellos que aún era virgen. Me levanté de la silla y le arrebaté los cigarros de la mano para luego tirarlos al suelo y aplastarlos. A continuación agarré la caja y me la guardé en el bolso.

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