Golpeé con una fuerza inesperada el saco de boxeo. Hacía mucho tiempo que no me pasaba por un gimnasio, añoraba aquel nauseabundo olor a sudor masculino, el sonido de la batalla que se desarrollaba en el ring y el vibrar de las máquinas de ejercicio. Si es cierto que yo nunca había recibido clases de nada, sin embargo, desde que cumplí los diez años comencé a frecuentar diferentes gimnasios para fortalecer mi cuerpo y pulir mis técnicas. Notaba mi cuerpo desentrenado, como una máquina que lleva años sin funcionar, y por ello tenía que encargarme de que volviese a su pleno rendimiento. Golpeé el saco de boxeo y a continuación protegí mi cara con las manos, pegué dos golpes seguidos y me protegí, y así repitiendo el proceso variando la cantidad de puñetazos y la forma en que los daba. Y mientras golpeaba al pobre saco, en mi cabeza iba recitando los lugares en los que estaría golpeando si se tratase de una persona. "mandíbula, estómago, abdomen, mandíbula, estómago, estómago" Cuando me cansé de golpear el saco, me quité los guantes de boxeo y suspiré mientras me limpiaba el sudor de la frente. Ah... al fin era sábado. Tenía todo el tiempo para mí. Agarré mi bolsa de deportes y me metí en los vestuarios para darme una buena ducha y cambiarme. Cuando al fin me liberé del incómodo sudor que se adhería a mi piel y a la ropa de deporte, y vestí y salí del gimnasio con la olorosa bolsa de deporte colgada a mi hombro. Dejé que el sol me acariciase la cara y me recordase que los calurosos días de verano se estaban terminando dejando paso a días más fríos. Hoy era el día, el día en el que iría a visitar a mi madre. Entré a la floristería y compré un enorme ramo de flores, después pasé por "casa" a dejar la bolsa de deporte y subí al primer autobús que me llevaría a mi viejo hogar. El viaje se hizo monótono y aburrido, puesto que ninguna de las personas que había montadas en el autobús hablaba, y eso daba una aspecto más gélido al ambiente. Finalmente llegamos a la ciudad y todos bajaron y tomaron diferentes direcciones. Yo, sin embargo, fui la única que tomó el camino opuesto a todos los demás, y me adentré en los suburbios, los barrios más peligrosos. Como en los viejos tiempos me movía por los estrechos y oscuros callejones como pez en el agua, esquivando, cubos de basura, saltando muros y doblando esquinas entre aquel húmedo laberinto. Conforme me iba adentrando en aquellas oscuras calles, estas se estrechaban y las casas se hacían cada vez más deprimentes. Al fin llegué a una chabola vieja, que prácticamente se sostenía con alambres y que amenazaba con caerse en cualquier momento. Una punzada de nostalgia me golpeó el pecho, pero ignorándola me acerqué con paso decidido a la casa. No llamé al timbre, no teníamos, tampoco a la puerta, pues estaba abierta. ¿Quién necesita cerrar la puerta de una chabola como aquella? Si alguien entrase a ella con la intención de robar, posiblemente dejase un billete en la entrada por pena, puesto que no encontraría nada más que basura. Entré directamente, abriendo con cuidado la puerta, como si se fuese a derrumbar. Nada había cambiado en aquellos meses, todo estaba tal cual como lo dejé, incluso mi madre seguía igual... Tumbada en el sofá, con un periódico sobre la cara que había estado leyendo justo antes de dormirse, y en la otra mano sujetaba una botella de... de vete a saber tu qué, que ahora estaba toda desparramada por el suelo. Me acerqué a ella y quitándole es periódico de la cara, mecí sus hombros para que se despertase. Ella gimió y abrió los ojos poco a poco, parpadeó un par de veces y se incorporó lentamente sobre el sofá frotándose el puente de la nariz.
-No quiero nada, no compro nada. Márchese.-Gruñó sin mirarme. Parpadeé un momento algo desconcertada, luego fruncí el ceño indignada.
-Mamá soy yo.-Gruñí molesta por no haber sido reconocida por mi propia madre. Ella se quedó mirándome y luego sonrió alegre. Incluso con aquel aspecto tan deprimente, su sonrisa era la de una reina, una sonrisa dulce y encantadora. Se levantó de golpe y me abrazó para a continuación colmarme de besos. La aparté poco a poco, no estaba acostumbrada a ese tipo de trato por parte de mi madre. Le entregué el ramo de flores y ella sonrió alegremente.
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Infierno Celestial
RomanceKat, revelde y peligrosa con un oscuro pasado y un presente tercermundista. Nathaniel, delegado principal y estudiante modelo. Una convinación explosiva que comienza cuando Katerina se translada de los suburbios a las afueras de Londres a un barrio...