35.

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Tus ojos cada vez se veían más opacos y sin vida.

Tu sonrisa era casi inexistente en tu rostro.

El ceño fruncido casi estaba tatuado en tu cara.

Las cosas iban de mal en peor y ya no sabía qué hacer.

No me dabas los buenos días y mucho menos las buenas noches, ya no me platicabas como estuvo tu día, ni lo que aprendías en la escuela.

Éramos como dos desconocidos encerrados en una casa, compartiendo la cama pero sin caricias y mucho menos amor.

Te pedí perdón en un impulso. Quería que las cosas estuvieran mejor y aunque la culpa era de ambos, al final siempre era yo el perdedor.

Me besaste mientras las lágrimas caían por tus mejillas y susurraste que ya no podías con lo nuestro.

En La Monotonía Del Matrimonio.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora