CAPÍTULO 18

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Escuchó sus pasos cansados desde la puerta, decidió abandonar la habitación por fin. Estaba saltándose su "castigo", sí es que podía llamarse así, pero no le importaba. Le daba igual que se enfadara, ya había estado suficiente tiempo encerrada y sola. 

Afortunadamente para ella, Jeff no disponía de tiempo ni de ganas de enfadarse. Bastante tenía con lo que le acababa de suceder hacía apenas unas horas.

Janette se acercó al asesino que sostenía su brazo con una mueca de dolor. Llevaba la capucha puesta y parecía estar sufriendo. Trató de examinarle, pero Jeffrey se separó de ella bruscamente con un quejido. Le dolía infiernos.

—¿Qué te ha pasado? —preguntó inquisitiva.

No es que a Janette le importara, solo tenía curiosidad. Por una razón evidente, Jeff siempre aparecía herido delante de ella, con un comportamiento estoico y a punto de desangrarse. Irascible y lívido, con la cabeza dándole vueltas y pidiéndole huir.

Jeffrey bufó, no quiso responder. Janette aprovechó para echarle la capucha hacia atrás y observó su rostro pálido lleno de sangre y de moratones.

—¡No me toques! —vociferó, dando un paso atrás. —Vuelve al dormitorio, ahora. —sentenció, con la voz ronca.

—¿Quién te ha hecho eso?

Janette pasó olímpicamente de las órdenes que el asesino de la sonrisa eterna le había dado. Desconocía cual era el sentimiento que la impulsaba a ser tan magnánima, a preocuparse por sus heridas incluso cuando Jeffrey era un insolente. Trató de revisar entonces su brazo, porque no dejaba de sujetarlo, y resultaba evidente que trataba de esconderlo de sus tenaces ojos. Jeffrey se quejó cuando le colocó la mano sobre el hombro, sin el más mínimo cuidado.

Janette pensaba, pensaba a toda velocidad que era lo que le pasaba en el hombro, por qué aullaba de dolor y no dejaba de sujetarlo, por qué se negaba rotundamente a dejar que lo examinara.

—Tienes una luxación en el hombro, ¿verdad? —Jeffrey la miró sin entender que narices había dicho. —Dime, ¿qué has hecho?

—No lo sé. Fue cuando me colgué de la cornisa de un octavo piso.

Janette le miró horrorizada. ¿Qué clase de cosas se dedicaba a hacer Jeff? Tenía el labio sangrando y un ojo morado, el hombro fuera de su articulación. Su respiración estaba agitada y estaba más lívido que de costumbre, desprendía un aura álgida, endeble. No era propio de él.

—Déjame que vea. —declaró ella, para sorpresa del pelinegro.

Se apartó con brusquedad de ella. No tenía la más mínima intención de dejar que la castaña pusiera sus ponzoñosas manos sobre él.

—No. Vete, ¿te he dicho que podías salir? No hagas que me cabree.

Janette frunció el ceño, sólo trataba de ayudarle. Era un imbécil. Mejor así, podría dejarle ahí muriéndose del dolor y con las heridas infectándose. Quizás de esa manera pudiera darle una septicemia y adiós Jeff. No tenía porqué importarle.

Eso dijo y de la misma forma caminó al baño en busca de un botiquín. Afortunadamente había, Janette supuso que era lo que Jeff usaba para curarse así mismo cuando podía, y era lo mas probable observando el desorden que había dentro de la pequeña cajita de primeros auxilios.

Con el hombro así no podría él sólo, eso estaba claro, y la muchacha no se imaginaba al payaso colocándole el hombro y desinfectando sus heridas con esas enormes garras de depredador.

Regresó con el botiquín en las manos y le miró directamente a los ojos. Sin veneno en ellos, sin rencor ni resentimiento. Todo lo contrario, su mirada era suave, indulgente. Era como si se le hubiera cruzado un cable, porque iba a salvarle la vida por segunda vez a un asesino despiadado.

Instinto |Jeff The Killer| [Book #1]  •օղҽ•  ✔ #CreepyAwards2019Donde viven las historias. Descúbrelo ahora