CAPÍTULO 20

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Janette no había pegado ojo la noche anterior y es posible que no lo hiciera hasta que Jeffrey no apareciera por esa puerta. Hacía dos días que se había ido y la castaña no cabía en sí de la preocupación que tenía, de la rabia que sentía por haber confiado en sus palabras. 

Lo prometió, prometió que regresaría pronto, y sin embargo, habían pasado dos días enteros sin rastro de él.

Siempre lo supo, por eso no quiso que saliera en esas condiciones, con las costillas rotas, probablemente. También con esa herida en el labio, cerca de las comisuras de su eterna sonrisa, y con el ojo morado e hinchado, para terminar de rematar la faena.

Se acostó sobre la cama y se quedó mirando al techo. Se iba a volver más loca de lo que él la había dejado, y es que no podía dejar de pensar en dónde estaría o que le habría pasado. 

De repente no aguantó más, se levantó de la cama. Se vistió con rapidez, sin importarle como fuera a lucir, solo quería hacerlo lo más rápido posible. Abandonó el apartamento a paso ligero. No había rastro de Laughing Jack y ni falta que hacía, lo único que tenía que hacer era salir de allí.

Cuando se adentró en el bosque oscuro, su corazón se aceleró, estaba muy nerviosa. No sabía por donde ir y todos los caminos le parecían iguales, rodeados de árboles y arbustos; pero tenía que tranquilizarse y respirar hondo, tarde o temprano terminaría por llegar a la ciudad.

De esa forma lo hizo, desembocando en el hospital psiquiátrico. Le dio igual, lo rodeó sin dudarlo un solo segundo y cuando accedió a la ciudad se paró en seco. ¿Qué coño estaba haciendo? ¿A donde pensaba ir? Como si la ciudad no fuera lo suficientemente grande y Jeffrey lo suficientemente escurridizo.

De pronto, escuchó un vaivén agudo y alarmante. Janette no dejó de correr por las calles nocturnas en busca de esas sirenas de policía que era capaz de escuchar.

Llegó al lugar de donde provenía el sonido de esas sirenas. Era una redada. Varios pares de policías armados le apuntaban con sus pistolas. El asesino de la sonrisa eterna estaba justo en el centro, rodeado de ellos. Escuchaba los gritos de los agentes cortando el paso y pidiéndole a la gente que saliera de allí enseguida, y que por nada del mundo se acercasen.

—¡Jeff!

—No puede estar aquí, es peligroso. —le dijo un agente, con severidad en la mirada.

Uno de ellos la sujetaba y la impedía el paso. Trataba de alejarla de la escena a toda costa.

El pelinegro extendió la sonrisa incluso en ese maldito momento. Los policías abrieron fuego. Jeff cayó abatido a balazos.

—¡Te odio! —le gritó ella. 

Le odiaba con todas sus fuerzas por haberla mentido. ¿Por qué tenía que reírse incluso en sus últimos momentos? Sabía que ella estaba mirando porque sus ojos se habían encontrado en más de una ocasión.

Le divertía hacerla daño.

Janette se despertó sudando producto de la pesadilla. Entonces se percató de la presencia de las lágrimas rodando por sus mejillas y las secó tan pronto como pudo.

No aguantaba más, algo tenía que haberle sucedido y lo peor era que ella no podría hacer absolutamente nada. Pero alguien sí podía.

Se levantó de la cama a la velocidad del rayo en busca del matasuegras que guardó en el cajón de la cómoda. Lo observó, parecía una estupidez. Se sentía ridícula, pero necesitaba contactar con Laughing Jack tan pronto como le fuera posible.

Recordó las palabras del pelinegro cuando tomó el matasuegras en sus manos. Jeffrey estaba convencido de que Janette no debía confiar en Lauhging Jack, pero como siempre se largó sin dar explicaciones. Una actitud muy presuntuosa para alguien que no tiene credibilidad alguna.

Inspiró y llenó sus pulmones de aire para después soplar por la boquilla. La cola del aparato se extendió inundada por el aire y el mecanismo emitió ese sonido tan característico producto de la fuerza del aire.

Laughing Jack no tardó en hacerse presente en la estancia. Janette no podía creer que fuera verdad que el payaso pudiera escuchar el sonido del jodido matasuegras a kilómetros a distancia.

—¿Qué necesitas?

Janette corrió hacía Laughing Jack, estaba desesperada porque jamás se habría acercado a él de esa manera.

—¿Sabes algo de Jeff?

Laughing Jack se encogió de hombros.

—Ni idea.

—¿Alguna vez ha tardado tanto en volver?

El payaso asintió. Eso tranquilizó en parte a Janette. Por otro lado, seguía pensando en los cientos de cosas que podrían haberle pasado.

—Dependía de lo que fuera a hacer.

Janette estaba sobrepasando los límites de la cordura, y es que no podía aguantar por mucho más tiempo la presión de esa incertidumbre.

—Tienes que ayudarme Jack.

—Claro, ¿a qué?

—A encontrar a Jeff.

Laughing Jack entornó los ojos y arrugó la nariz, no entendía a Janette.

—Intentó matarte, ¿en qué estás pensando?

Janette no lo sabía. No tenía una respuesta válida para esa pregunta, ella no controlaba lo que sentía. Y en ese momento su corazón estaba inundado de él.

—Estoy loca, lo sé. Él también, ya lo sabes. Nada desentona en este caso.

Laughing Jack negó con la cabeza.

—No pienses en ello, volverá.

—¿Y si no?

Janette no tenía certeza alguna de que lo que Jack decía fuera a suceder de verdad. Lo único que sabía es que llevaba dos días sin aparecerse por allí, y no era normal.

—Siempre vuelve.

—Tú no lo entiendes. —se apresuró a decir, viendo que Jack no estaba por la labor de ayudad. —Estaba herido todavía, no podía ni sentarse en el sofá sin quejarse,  ¿comprendes?

—Es problema suyo, no te incumbe —sentenció, con amargura en la voz.

—Cierto, tienes toda la razón. —continuó. —Aún así, me meteré en donde no me importa, gracias por el consejo.

Janette salió del dormitorio molesta. Laughing Jack le dijo con anterioridad que estaría dispuesto a ayudarla siempre que soplara el dichoso matasuegras. No había cumplido su promesa.

—Esperemos un poco más. —apareció cerca de ella. —Creo que no debes preocuparte, Jeff sabe cuidarse sólo. Siempre lo ha hecho.

—No sé que es lo que acostumbra a hacer, no le conozco, Jack.

—No pienses en ello. —insistió el payaso. —No tiene sentido que lo pases mal por sus pequeñas escapadas.

Janette le dedicó una mirada furtiva.

—Es que no puedes hablarme como si supiera lo que tu sabes.

—Pues ya te lo he dicho, no debes preocuparte.

Janette no se conformaría con esperar. Si Laughing Jack no la ayudaba, lo haría ella sola. Después de todo, si estaba allí era por Jeff. Sin el pelinegro tirado por el apartamento, su presencia allí era innecesaria.

—Iré a la ciudad, aquí estoy aislada y es imposible enterarse de nada.

Pero en los planes de Laughing Jack no entraba el permitir que Janette abandonara el circo de las sombras.

—Janette, escúchame. A Jeff no le importas, si fuera por él, te hubiera matado hacía tiempo.

Janette escuchaba con atención las palabras de Laughing Jack, le miraba a los ojos y sentía como su mente se iba quedando en blanco poco a poco. Hipnotizada por sus palabras y, sobre todo, por sus ojos, dejó de pensar en Jeff.

De repente, ambos escucharon pasos que parecían provenir de la entrada del piso. No podía ser otro que él. Solo que la mente de Janette ya estaba libre de su influencia. La castaña no había comprobado si quiera que fuera él, había dejado de importarle. Como Laughing Jack dijo, Jeffrey siempre volvía. Y que volviese o no había dejado de ser asunto suyo.

Instinto |Jeff The Killer| [Book #1]  •օղҽ•  ✔ #CreepyAwards2019Donde viven las historias. Descúbrelo ahora