Capítulo 2: ÉL

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La tal Luciérnaga se había desconectado hacía ya más de una hora, cuando Tomas apagó la compu.

No se había divertido mucho. Había chateado un rato con Gaston, pero siempre hacía los mismos chistes. Su amigo Felipe no había aparecido. Seguro estaba enfrascado estudiando para la prueba de Historia. Los demás eran los mismos tarados de siempre. Ni siquiera tenían imaginación.

Tuvo que reconocer que lo único interesante de la tarde había sido Luciérnaga, pero como todas las chicas: dos chistes y se había ofendido. Se había quedado conectado con la esperanza de volver a encontrarla. Le encantaba molestar a las chicas con sus bromas y tratar de adivinar cómo iban a reaccionar. Por lo general, se hacían las ofendidas, le decían tonto o asqueroso, amenazaban con desconectarse, y finalmente se quedaban. Pero esta vez se había ofendido en serio, y por mucho que esperó, no volvió. ¿Cuántos años tendría? Se había olvidado de hacerle la típica pregunta, para escuchar la típica respuesta: todas decían que eran más grandes. Aunque él también tenía un personaje para esos casos: quince años, jugaba al basquet y odiaba la escuela, escuchaba la música que ellas escuchaban y...bueno, nunca podía llegar más lejos. Ni ellas tampoco, claro.

Apagó la computadora y miró alrededor. Estaba verdaderamente aburrido. Agarró el control remoto de la tele e hizo zapping por un rato. También apagó la tele.

Manoteo el libro de Historia. Debería estar estudiando, como Felipe. La prueba era pasado mañana y no había leído nada. Sin ganas, buscó la página hasta encontrar el tema: Grecia. Mitología. Los dioses del Olimpo. Otra porquería que no le iba a servir para nada.
Agarró un lápiz para ir subrayando y, mientras leía sin entender ni una sola palabra, empezó a garabatear en el margen. De pronto, el dibujo se le hizo mucho más interesante que las letras y, cuando se quiso dar cuenta, había dibujado una especie de mosca con antenas. No sabía muy bien que era, salvo que era un bicho y que le había salido bastante bien.

Se acordó otra vez de la chica del chat, Luciérnaga. Por lo visto, hoy era el día de los bichos. Miró la compu apagada y la prendió. Capaz se había vuelto a conectar, pero no.
Sin apagar la computadora volvió al libro. "Luciérnaga apagada", escribió debajo del dibujo, y después, haciendo un verdadero esfuerzo de concentración, empezó a leer.

Para su sorpresa, el tema lo atrapó. Media hora después, se sabía el nombre de los dioses de memoria y terminó buscando más datos en Internet.
Había demasiado para leer todo, pero encontró dibujos fantásticos.

Sacó de abajo del colchón su bloc de hojas; ese era su secreto que no compartía con nadie. Le encantaba dibujar, pero le daba mucha vergüenza que alguien se enterara. Estaba seguro de que se iban a reír de él. Dibujar no era una actividad demasiado común entre compañeros. No era una actividad nada común, y ya tenía demasiados motivos por los que lo miraban como a un bicho raro, para agregar uno más. Dibujar era su secreto. Lo escondía incluso de su mamá. Le daba pánico que ella supiera que dibujara y terminara mandandolo a hacer otro curso más o, lo que era peor, mostrandoles sus trabajos a las tías. Pero lo cierto es que, a veces, se pasaba horas garabateando papeles.

Con mucha atención, empezó a copiar las imágenes. Le salían bastante bien, pero como copiar no le gustaba mucho, después del tercer dibujo, decidió inventar sus propios dioses. No eran tan buenos como los dioses griegos, pero eran mucho más divertidos. Combinaba cuernos y alas, grandes cabelleras, espadas y tridentes, escudos y lanzas. "Venganou", escribió debajo de uno que le sonaba a dios jefe con pinta de vengador. Pensó que podía inventar su propio Olimpo. Rápidamente, grabateo una diosa, con túnica y alas, y una linterna en la cabeza, como la de los mineros. Quedaba muy ridícula. Luciérnaga, la llamó. Otra vez. Ese estúpido nombre se le aparecía todo el tiempo.

Hizo un alto dibujo y volvió a la computadora. Nada. Todo seguía igual. Pensó que tal vez se le había ido la mano. Si no se hubiera pasado de vivo, ella no se habría desconectado. Podía pedirle disculpas y ver que pasaba... Ni loco. Después de todo, ni siquiera sabía quién era ella y no parecía muy viva. No se había bancado ni una broma. Pero tenía algo...no sabía...distinto. ¿Qué? A lo mejor había sido esa pregunta que le hizo sobre que era gay. Cuando preguntaba: "Sos hombre o mujer?", las chicas siempre respondían "¡Mujer nene!". Era una fija. Pero Luciérnaga había ido más allá y lo había sorprendido. Bueno, tampoco era para tanto. Una respuesta ingeniosa no quiere decir nada. "Ya fue", pensó, y apagó la compu.

El grito de su mamá llamándolo a comer lo sacó de sus reflexiones, del Olimpo propio y también del ajeno. Rápidamente, escondió el bloc debajo del colchón, e impulsando su silla de ruedas con habilidad, salió del cuarto...corriendo.

Caro dice l Maria Ines FalconiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora