Capítulo 8: ÉL

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_ Espero que lo que tengas que decirme justifique que me hayas hecho venir hasta acá _dijo Felipe, cuando Tomás le abrió la puerta.

_ Vamos a los jueguitos _ fue toda la respuesta de Tomás.

_¿Me hiciste venir para ir a los jueguitos?

_Pensé que te gustaría sacarme a ventilar un rato.

Felipe abrió los ojos, asombrado. A veces, Tomás realmente se aprovechaba de su parálisis.

_¡No, nabo! _ se río Tomás, viendo la cara de desconcierto de Felipe _ Te pedí que vinieras por otra cosa, pero ya que estamos vamos a los jueguitos así salgo un cacho, y de paso te cuento por el camino.

_Todo bien ¿no? ¿Pero no me lo podías contar por teléfono?

_No. Quería ver qué cara ponías.

Tomás le pegó un grito a su mamá, avisándole que se iba y volvía en una hora, mientras Felipe llamaba al ascensor.

Antes, siempre bajaban jugando carreras. Tomás, por el ascensor y Felipe, por la escalera. Ganaba el que llegaba primero a la puerta de calle. Habían establecido reglas. Salían los dos al mismo tiempo y, como él ascensor bajaba más rápido, al llegar, Tomás tenia que cerrar las puertas para darle a Felipe la chance de ganar alguna vez. Si dejaba las puertas abiertas, no valía, aunque llegara primero. Como ganaban alternativamente uno u otro, la competencia terminó aburriendoles, así que lo que últimamente comenzaron a hacer era superar su propio récord de tiempo. Habían llegado a velocidades increíbles, cuando tuvieron que suspender la competencia. Tomás, un día, se había llevado por delante a la gorda del séptimo, que había caído sentada, con tan mala suerte que Felipe, que venía bajando a toda velocidad, se la había tragado antes de poder frenar.

Aunque los chicos habían pedido disculpas, la gorda había armado un escándalo y mandado una carta al consorcio, donde decía que la silla de ruedas era un "vehículo peligroso", y que no había que permitir su entrada al edificio.

Por su puesto, nadie le había hecho caso, pero a Tomás, sus papás le habían prohibido terminantemente jugar carreras dentro del edificio, a riesgo de no dejarlo salir nunca más.

Así que, esta vez, bajaron como gente civilizada y salieron a la calle. A veces, si estaban apurados, Felipe empujaba la silla, pero hoy, el asunto parecía lo suficientemente interesante como para ir charlando uno al lado del otro.

_Bueno, ¿qué pasó? _ quiso saber Felipe ni bien se pusieron en marcha.

_¿Qué tenés que hacer mañana a la noche? _ preguntó Tomás.

_Nada, no sé... Todavía no hablé con los demás. ¿Me vas a contar lo que pasó?

_Te lo estoy contando.

_No, me estás preguntando, y si me estás preguntando quiere decir que yo sé, y que vos no sabes; pero el caso es que yo no sé, así que no entiendo para qué preguntas, cuando el que me tiene que contar sos vos.

_¡Para de decir pavadas, chabon*!

_Y vos, para de hacerte el misterioso.

_Está bien, está bien. Tenemos una fiesta.

_¿"Tenemos"?¿Quién tiene?

_Tenemos. Primera persona del plural. Nosotros tenemos.

_¿Nosotros tenemos una fiesta? ¿En tu club?

_No, no tengas miedo. Es una fiesta normal.

_¿Y quién nos invitó, si se puede saber?

_ A vos nadie, o mejor dicho, a vos te estoy invitando yo.

Caro dice l Maria Ines FalconiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora