Capítulo 14: ÉL

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Tomás, con la boca abierta de asombro, vió cómo Carolina se alejaba abriéndose paso a los empujones a través de la pista de baile. Si en ese momento se hubiera visto en un espejo, había sentido vergüenza de su cara de bobo.
Era Luciérnaga. No tenía ni una sombra de duda. Hasta hubiera podido jurar que, al salir corriendo, había dejado un destello de luz a su paso. Era Luciérnaga tal cual la había imaginado. No por la cara, no por el cuerpo, ni por el pelo, ni por nada. Era Luciérnaga porque brillaba, eso pensó.

Se revolvió el pelo con las dos manos. No podía estar pensando en tantas estupideces juntas.

Por suerte, ella no lo había reconocido. Podía seguir manteniendo el incógnito.

¿No lo había reconocido?... Otra vez se sacudió la cabeza.

Trató de localizarla a través de la gente. Quería verla otw vez, quería confirmar que no se había equivocado, pero no la encontró.

Levantó la lata abollada que Carolina había dejado caer al irse corriendo. La dio vuelta entre las manos y se la guardó sin saber muy bien para qué. Un aro, un anillo, una hebilla de ella hubieran tenido algún sentido como recuerdo, ¡pero una vulgar lata de Coca abollada, como los millones que rondan en los tachos de basura!... Y además... ¿recuerdo de qué? ¿Del "hola"?¿De haberla encontrado? ¿O de que ella hubiera salido corriendo?

Se sintió verdaderamente tonto. Estuvo a punto de tirarla, pero se arrepintió. Era lo único que había conseguido, su trofeo de guerra, su Luciérnaga transformada en lata.

"Soy una verdadero tarado", pensó.

¿Por qué, de repente, se había puesto...triste... melancólico... o vaya a saber cómo? No había ningún motivo para eso. Lo único que quería era reconocerla, y la había reconocido. Las cosas habían salido bien. No entraba en los planes hablarle, y él le había hablado. Había roto las reglas, y lo que había pasado se lo tenía merecido.

Tiró la lata al aire y la atajó como si con ese movimiento quisiera hacer desapercer su malestar.

"Bien", pensó, "encontré a Luciérnaga: me acabo de ganar una Coca llena y una lata vacía. Que Felipe pague".

Y girando su silla con un movimiento rápido, avanzó hacia el centro de la pista.

Pero esta, evidentemente, no era su noche: Felipe estaba bailando con la de la pollerita negra.

También había perdido la apuesta.

Caro dice l Maria Ines FalconiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora