Una fría ráfaga de viento me pone la piel de punta. Mis lagrimas parecen ser secadas por ella, pero en realidad se hicieron nieve. Tenía que respirar, tranquilizarme, mis emociones saltaban hacia todos lados, podría causar un desastre natural en la ciudad si no lograba encontrar mi equilibrio pronto. Solo que eran tantas cosas en mi mente. ¿Como te sentirías tu? La persona en la que hablas confiado durante prácticamente toda tu vida ahora te traicionaba. No creo que esta allá sido la prima vez que lo hayan hecho, ella sueña tan confiada, como si conociera todo desde hace mucho. Hablan como si fuera algo recurrente, como si yo no existiera. No importa lo que tengan que decirme, ahora ellos no son nadie para mí. Como una vez me dijo aquella que fue sincera conmigo en algún momento...
"Tienes que sacar de tu vida aquello que te hace daño"
Ellos me estaban haciendo daño, ellos y su egoísmo. Pero esto no se quedaría así, los haría pagar, hasta tal punto que ni siquiera podrán dormir de noche. ¿Por qué no empezar ahora?
Me sujete desde la ultima baranda del balcón y salte, dejando mis pies flotando en el aire, segura de una caída de siete metros que lo más que podría hacerme seria torcerme el tobillo. Balancee mi cuerpo una y otra vez hasta que mis pies tocaron las enredaderas que crecían en la pared frontal de la casa. La primavera me ayudaría. Con la oscuridad de la noche pude observar, como pocas veces, aquel resplandor verde que brotaba de las plantas al ser estimuladas. Me sostuve de ellas tranquilamente y cerré los ojos. Regule mi respiración, comencé imaginando mi cuerpo estirándose hacia el cielo, parecía que podía tocarlo, solo faltaba un poco más. Las enredaderas imitaron mi sueño llevándome alto, alto hasta poder tocar el techo de aquel ático. Con los pies puestos sobre aquel alto lugar, mis nuevas amigas volvieron a su lugar. Caminaba con paso decidido por el techo lleno de hojas secas y duras que crujían al mi caminar. Encontré la pequeña ventana corrediza del techo. Asomé mi cabeza por esta y lo que mis ojos vieron eran la pesadilla que había estado evitando durante estos cortos minutos. Alice en el lugar que yo siempre ocupaba en la cama de mi amigo. Ella abrazándole el pecho y él mirando al techo, se quedo quieto unos instantes y comenzó a levantar la mirada para observar la pequeña ventana en la que yo estaba a tres metros de su cabeza. No me moleste en moverme, tan solo hice crujir el cristal debajo de mis palmas congelándolo hasta el punto de la Antártida. Un frío cruel, pesado, seco y despiadado. Deje que la temperatura se extendiera por toda la habitación, hasta que escuche el crujir de la puerta de madera que ahora también estaría congelada. Me levante y camine hasta el borde izquierdo de la casa, donde la ventana que daba hacia el pasillo de la planta alta, salte y con una ráfaga de viento me infiltre en aquel recinto, aterrizando sobre las puntas de mis pies y manos. Seguí el camino que me llevaría hacia una puerta parecida a la mía, llevaba al ático. Cuando estaba por llegar un brillo cristalino distrajo mi vista, era la luna reflejando un pequeño porta retratos. Ya había visto esta mesa mucho antes, aquí la madre de Mike colocaba las fotografías de los momentos más gratos de la familia, los que más adoraban y recordaban. Tome el objeto plateado en mis manos, sintiendo la textura un poco fría y suave. Cuando mis dedos se encontraron contra el cristal mi corazón se sintió caliente de nuevo, esta vez era un tristeza abrumadora. En la foto Mike y yo estábamos sentados en el muelle, y detrás de nosotros un hermoso atardecer, azul pastel combinado con un rosa merengue, melocotón y colores nuevos que no se encontrarían en ninguna paleta de artista. Él me miraba como si fuera la cosa más preciada, prometiendo con sus ojos que me cuidaría para siempre, no lo hizo. Yo reía por lo bajo, la mirada baja, observando nuestras manos tocándose, con él me sentía como una humana normal, como si no tuviera que lidiar con mi segunda vida, me sentía viva y cálida. Al rededor de nuestros cuellos una bufanda anaranjada nos rodeaba a ambos, amarrada en el centro como si fuéramos uno solo, su sonrisa perfecta estaba dirigida a mí. Ese era el Mike que yo había conocido, al que solo le importaba que la pizza tuviera extra-queso. Ya no lo era más, ya no era mi Mike. Y yo ya no era su Juno.
Retire la foto de aquel marco plateado, también todas aquellas en las que estábamos juntos. Deje aquella en el centro, congelada a la pared, dejando un hielo transparente en en centro para que pudiera visualizarse perfectamente la imagen, como si de un cristal se tratara. Continúe mi camino con todas las fotografías guardadas en el interior de mi chaqueta negra. Abrí la puerta baja y subí las escaleras con tranquilidad, apagando la pequeña chimenea que había en el descanso, ahora estaba oscuro y frío. Así me sentía ahora. Llegue a la gran puerta azul marino que efectivamente estaba congelada hasta la ultima astilla. Atrape la perilla en mi mano y sin darle vuelta extendí el más frío de mis inviernos. Dejándola completamente inmóvil, ni siquiera un millón de patadas podría derribarla. Mirando satisfecha mi trabajo di la vuelta, no regresaría a casa hoy. Tampoco iría al colegio mañana, esto es una basura.
Me sentía poderosa, valiente y sin temor. Saliendo por la puerta principal como si yo viviera ahí, camine hasta la mitad de la calle. Eran las siete cincuenta y nueve de la noche. Faltaban cinco segundos para las ocho y recordé a aquel chico. Que ahora recordaba, que no había mencionado su nombre. Mi reloj hizo "tactac" indicando que ya eran las ocho en punto. Una voz a mi espalda resonó.
-¿Por qué estás aquí? Esa no es tu casa.
Gire rápidamente para encontrarme con su rostro, impasible. Note el pequeño detalle de sus ojos, ya no eran esmeralda, ahora eran azules. Un azul demasiado claro como para ser real, resultaba hermoso. Hacia que sus facciones delicadas resaltaran, a pesar de eso tenía un rostro bastante atractivo. Sin mencionar sus dientes completamente blancos, que ahora se asomaban en una sonrisa de gato espeluznante y burlona.
-Llegaste temprano.
«que estúpido sonó aquello»
-Creo que ya olvidaste con quien estás hablando, pequeña.
A pesar de su tono sarcástico tenía razón, era muy estúpido, él siempre llega a tiempo.
«Nota mental: es hijo del padre tiempo»
-A todo esto, tarado. ¿Como te llamas?
-Estaba a punto de preguntarte lo mismo-camino a mi costado hacia la siguiente calle. Sería una larga noche.
-Me llamo Eón, mis amigo me dicen Eins-me miro de reojo-tú no puedes decirme así.
-Suena horrible, no lo haría aunque me lo permitieras-contesté restándole importancia.
-No me puedes llamar así porque tú tienes que decirme "amor" o si lo prefieres "querido".
¿Éste de que iba?
-Mi nombre es Juno, y no me gusta que me digan de otra forma.
Había estado a punto de pronunciar "pero mis amigos" luego recordé que no tenía ninguno. Ahora solo me quedaba uno, Aaron, pero no estaba segura si él me consideraba una amiga así de especial. Después de todo, jamás había ido a ninguno de sus partidos.
-De acuerdo, pero yo te diré "querida". Si vamos a casarnos tenemos que empezar a llamarnos así-guiñó un ojo hacia mi dirección.
-¿Cuantos años tienes?-desvíe la conversación, además de que me interesaba saber quien se había vengado de quien.
-Recién cumplí diecinueve, un hermoso veinte de diciembre vi la luz del sol, o bueno...la blanca nieve por primera vez.
-Así que naciste el primer día de invierno.¿Dónde?-tendría que ser en algún lugar como Alaska, la primera nevada regularmente es el veinticuatro de diciembre. Mañana.
Además de que ahora sabia quien había tomado venganza. Oh, madre.
-Eso no puedo decírtelo-contesto con melancolía.
Oh.
-¿Qué hay de ti? Contesta toda las preguntas que me hiciste.
-Bueno pues tengo dieciocho, nací un hermoso primero de enero a las cero horas con un dos minutos. Aquí, en Portland. He vivido aquí toda la vida. Y como extra añadiré que vivo con mis padres y mi hermano mayor. ¿Tú con quien vives? Tienes que añadir la información extra.
Era extraño sentirme tan familiarizada con alguien a quien acabo de conocer, de verdad lo es. Claramente era irritante, y no lo conocía del todo bien, tan solo había algo que me hacia sentir en equilibrio. Era parecida a la sensación que solía experimentar con Mike, solo que está vez era espontánea.
Nuestros pies rozaron con la madera del muelle, frío y callado se encontraba.
Debajo de un farol una banca al lado de la baranda nos esperaba. Eón en vez de ir por la madera formada para el uso de sentarse, utilizo sus manos y brazos en forma de apoyo para poder sentarse en la baranda helada. Yo por el contrario me senté frente a él.
-En realidad es complicado-una vez estabilizado saco el gorro de su chaqueta de cuero para agitar su cabello negro y volverlo a cubrir con el gorro.
-Creo que entenderé
Me miro con un poco de preocupación y sigilo, pero al final cerró los ojos y suspiro.
-De acuerdo. Mi madre murió hace unos años en una montaña. Por una extraña razón hubo una avalancha, ella estaba en el lugar incorrecto, así que...bueno tu sabes. Vivo solo prácticamente. Padre nunca está, en serio, me visita una vez cada dos meses. No había estado asistiendo durante un año así que tomo cartas en el asunto, claro que lo se hubiera enterado si MN no le diera un mensaje para nosotros, cuando llego para dármelo se entero e hizo hacerme regresar al colegio. Por eso estoy en el mismo estúpido semestre. No entiendo porque los hacen estudiar, no podríamos tener un trabajo común de todas formas.
Su voz sonaba frustrada, como si algo lo estuviera molestando verdaderamente. Tampoco entendía muy bien porque le llamaba "Padre" era extraño, aunque no me sorprendería que solo lo hiciera por cortesía, después de todo el no había estado en menos mas de un quinto de su vida.
-Por cierto, tenemos que hablar sobre el mensaje-contesté con la voz baja, tímida a sonar desinteresada por la demás información.
-Oh, claro.
Bajo de la baranda y se acercó seguro, sentándose a mi lado, muy cerca.