Capítulo 12

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El bosque sonaba cada vez más tranquilo mediante avanzaba, empezaba a haber escasez de aves, excepto por uno que otro pichón que dormía en los árboles sin hojas. Al pisar el sendero con hojas doradas, sin nieve, supe que estaba cerca. Lo seguí, adentrándome aún más a la parte más oscura del bosque, hasta que los rayos del sol no pudieron tocar mi piel, excepto por uno o tal vez dos pequeños que iluminaban el final del camino, lo demás, estaba oscuro completamente. Camine valientemente por el ya conocido sendero.
Había encontrado aquel camino cuando tenía tan solo nueve años, hace nueve años ya.
Había estado jugando un buen rato en la parte de atrás de la casa cuando un águila voló justo por sobre de mi, con las plumas blancas y las alas enormes, su majestuosidad me había dejado perpleja. Mientras mis padres y Lucas preparaban la ensalada y la carne yo seguí aquella ave. Desapareció justo en este punto, en la oscuridad. Sin embargo lo que me hizo cruzar aquel día no fue nada más ni nada menos que un niño. Entre las cortinas del final de la oscuridad pude divisar a un niño jugando con pequeñas marionetas sostenidas por alambres. Al estar justo detrás de la cortinas asomando mi ojo por la ranura, lo vi, un niño muy bonito para mis ojos inocentes, con cabello dorado hasta los hombros, vestido de blanco. Sus marionetas eran mariposas, dinosaurios y peces que se movían al ritmo de los alambres. Sentado en el pasto otoñal sonreía, pero tenía cierta melancolía. Algo aquel día me había hecho perder mi timidez por primera vez, acercándome le dije...
—¿Puedo jugar?
Una niña era tan solo, mi cabello rojo hasta el final de mi espalda ondeaba con el viento.
Su mirada fue como mil rayos de Sol dorados, sus pupilas eran simplemente hermosas, brillantes y doradas. Ojos grandes con pestañas largas y rizadas, parecía un pequeño ángel.
—Por favor—contesto con la cabeza baja
A partir de ese día jugaba con él cada viernes por la tarde, hasta que un día tuve la gran idea de ir justo al anochecer.
Además de que me preocupaba nunca haber visto a sus padres o a alguien con el, tenía unas grandes ansias de que probara las galletas que había hecho con mi madre esa tarde.
Pero esta vez no había nadie, entre a la gran cabaña que olía siempre a gardenias. Encontrando todo en orden, incluso su peluche de oso favorito, pero él no estaba.
Me quedé dormida profundamente en su sofá, esperándolo. Justo esa noche el otoño terminaba, así que desperté al alba encontrándome con aquel niño frente a mí haciendo figuras con algo que parecía una especie de polvo mágico, hacia formas en el aire, dinosaurio que se movían y hacían sonidos, al igual que mariposas y animales marinos. Incluso, una sirena.
—No vuelvas a venir de noche, por favor. Por cierto, lindo cabello.—tomo mi mechón blanco entre sus manos.
Su sonrisa tierna me dio confianza aunque sentí el impulso de preguntar.
—¿Quién eres?—
Después de un largo suspiro, contestó.
—Pues es difícil de explicar, mi nombre es Cecil, hijo de Morfeo. El Dios del sueño. Verás, hace mucho tiempo...—
—Hace mucho tiempo el hombre de la luna eligió ciertos seres para proteger a los humanos. Así como la madre naturaleza y el padre tiempo—dije, no tan sorprendida.
—¿Pero cómo...
—Me llamo June, soy hija de la Madre Naturaleza.
Pasamos toda la tarde mostrando lo que podíamos hacer. Él era mí más grande secreto, después de mi misma. A diferencia de mi, él no podía tener una vida normal. Si por alguna razón alguien llegaba a odiarlo podría afectar sus sueños, rechazarlo, no podría hacerlo soñar o si quiera sanar su mente. Ya saben, como el dicho, "mejor consúltalo con la almohada", en realidad lo están consultando con Cecil.

Un chico de diecinueve años, sentado en las escaleras de su pórtico, observaba las nubes recargando sus codos justo en las primeras tablas del piso firme. Había conservado su cabello largo hasta los hombros, de vez en cuando solía hacerse un pequeño moño alto, o a veces, como ahora, lo dejaba suelto y húmedo. Haciéndolo parecer mechones hechos de oro puro. Su piel con tonos apiñonados brillaba con pequeños destellos propios de la diamantina, pero así era él tan solo. Un sueño. Una nariz afilada y femeninas con un pequeño cuadrado en la punta, ojos igualmente inocentes que el primer día que lo vi, pantalones de mezclilla recortados de los tobillos, dejando a la libertad esos grandes pies masculinos, unas mejillas ligeramente sonrosadas dándole un toque aún más sutil de inocencia. Y aquella camisa que era su favorita, blanca, sin tirantes, holgada dejado un poco de su pecho al aire. Apaciguado dejaba que el viento lo acariciara, eso le gustaba. Cecil, como te he extrañado.
—Y yo a ti, June—
Al abrir mis ojos me di cuenta de que aquello lo había dicho en voz alta.
Me miraba con una sonrisa pícara mostrando la hilera superior de sus blancos dientes, ladeando de lado.
Levantó sus brazos dándome como entendido que fuera hacia el. Eso hice. Me senté en su regazo abrazándolo y absorbiendo su aroma. El único que fue sincero conmigo desde el principio. El único que jamás me ha mentido. El único amigo que me queda.

—Veo que traes tu mochila, sabes que eres más que bienvenida. Llegaste en un buen momento, de improviso mi padre se encargará de todo por un mes, así que estoy libre y aburrido—comentó hablando sin importancia retirando un tazón de cereal de su estante.
—Bueno si, este me quedaré hasta el cuatro de enero—dije con un poco de pena.
—¿Qué? ¿No irás a casa en tu cumpleaños?—dijo, preocupado
Me miró por un par de segundos asombrados pero cuando confronte su mirada intentando darle a entender porque, pareció inútil.
—Verás, ha habido unos cuantos malos acontecimientos y honestamente lo menos que necesito es soportarlos en mi cumpleaños.
A veces resulta un poco gracioso que haya nacido justamente en año nuevo, bueno, dos minutos después.
Por nuestros antecedentes Eón debió de haber nacido en mi cumpleaños y yo en el suyo, ya saben...renovar año (tiempo) y el invierno (Jack Frost). Eón. Me pregunto qué estará haciendo. Miro hacia el reloj que está justo sobre la televisión de plasma que cubre casi toda la pared. Son las ocho de la mañana, tal vez ya están despertando. Aunque para Eón no creo que signifique ni importe mucho.
—Bueno, te entiendo. Solamente se me hizo un poco extraño ya que lo más que te has quedado ha sido un fin de semana—se llevaba una cucharada de cereal a la boca

Después de un nutritivo desayuno prendimos la consola para jugar un poco. Él es buenísimo en esto, pero yo soy aún mejor a pesar de que solo juego cuando vengo a verlo, pero tiene bastante lógica, suelo venir muy seguido. Claro, últimamente no he podido ni ir a hacer pipí sin un poco de drama.
Unos brazos me empujaron fuera del sofá, dejándome caer sobre el piso de madera barnizado en la sala de estar. Sobre los cojines verdes, Cecil reía mientras apretaba con fuerza el botón "X" y movía la palanca izquierda. Un combo.
«Fatality» sonó en la pantalla.
Aquel chico saltó y grito de la emoción burlándose de mí descaradamente. Furiosa, me levante decidida.
—Eso no es justo Ricitos de Oro, hiciste trampa
—Acéptalo, preciosa, perdiste desde el momento en el que tomaste ese control

No me gustaba que me llamaran así, pero él era la excepción. Obviamente.

—Por su puesto que no, íbamos empatados, si no me hubieras empujando con tu brutalidad, hubiera ganado fácilmente—mis mejillas comenzaban a tornarse rojas
—Claro que no, Rose. Además, ni si quiera te empuje fuerte. Esto si lo es—dicho esto me dio un empujón el cual hizo que cayera de espaldas al mueble reclinable.

La guerra.

Corrí hacia el con todas mis fuerzas tumbadolo en el sofá. Me senté sobre su cadera golpeándolo con un cojín, siquiera podía cubrir mis golpes, hasta que detuvo uno. Lanzó el cojín a una esquina de la habitación, luego invirtió los papeles, ahora él estaba sobre mí.
Con tan solo una mano detuvo las mías sobre mi cabeza y con la otra tapo mi boca.
Moviendo su cabeza con desaprobación, dijo:
—Ya no hagas eso, por favor. Tienes que recordar que ya eres toda una muchachita, y yo soy un chico alto, fuerte y guapo que fácilmente podría seducirte. Aunque al parecer la que quiere tomar ese papel, eres tú

Mis mejillas se tornaron completamente rojas, pero está vez llenas de vergüenza.
Podía parecer inocente, pero no lo era.

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