La sala se encontraba totalmente en silencio, excepto por mi padre al que se le subían los colores, y mi madre que daba saltitos detrás de él. Eso no fue lo más extraño del caso, lo más raro era la sonrisa que se había formado en mi rostro inconscientemente, al mirarlo a los ojos mis mejillas de tornaron del mismo color de mi vestido, sentía que explotaría. Eón me atrajo a él abrazándome en forma protectora y cariñosa.
Acerco sus labios a mi oreja susurrando.
—La última parte de tu pequeña venganza
—¿Qué?—alcance a escuchar antes de que la puerta de entrada resonara en un portazo.
Mire a los visitantes, a mi familia, todos estaban ahí, excepto una persona. Mike.
Sentí un poco de decepción al darme cuenta de que solo lo había hecho por una idea más en el "plan".
Mis ánimos disminuyeron repentinamente, tocando el suelo.La cena dio por terminada, los Buttler agradecieron la invitación y se fueron a casa. Papá y mamá llevaron a los abuelos a la suya. Mientras bajaba el vestido hasta mis tobillos sentí frío, un frío desolado y seco, adentro de mí, llovía dentro de mi por alguna razón, mi vestido estaba empapado de gotas de lluvia, pero yo estaba seca. Cuando lo acerque a mi rostro pude sentir mis mejillas, húmedas. Eran lagrimas, no lluvia. No entendía porque lloraba, era más que obvio que Eón solo fastidiaba, que el matrimonio es obligatorio, pero podremos intentar cancelarlo. Nada pasaría.
Regresaba al dormitorio cuando un pequeño destello de luz dio en mis ojos, había un pequeño hueco entre las cortinas, y una silueta se alcanzaba a visualizar. Asome mi ojo por la ranura, Mike miraba hacia me dirección sin percatarse de que estaba allí. El pequeño pedazo que dejaba entreabierto permitía que pudiera escuchar, se escuchaba agripado, pero no lo estaba. Lloraba.
Su mano se estrellaba contra la baranda una y otra vez mientras sollozaba. Las ganas de correr a él a consolarlo no me faltaban, pero el recuerdo continuaba proyectándose en mi mente.
—Ahora sí, muy bien hecho Mike, perdiste a la única persona que te importaba. Felicidades—dijo entre llanto
Cayó de rodillas al piso sollozando, no podía seguir viendo aquello.
Regresé a la habitación.
Mire de reojo al gran actor recostado en su sofá cama, jugando con una pelota. Me lance a la cama tomando mis audífonos, los conecte a mi celular.
—Oye...
Antes de que pudiera continuar me coloque los audífonos con la música a todo volumen y azote mi cabeza a la almohada, extinguiéndose del planeta.Esa mañana el sol no había estado muy presente, las grises nubes que se habían formado frente a este no se lo habían permitido. Supongo que en parte había sido mi culpa, había pasado toda la noche llorando en silencio para que Eón no me escuchara. A media noche me acerqué de nuevo a la ventana, pero esta vez, salí.
Desde el umbral de la otra ventana mi corazón se partió en otros mil pedazos al ver al que alguna vez había sido mi mejor amigo, o qué tal vez seguía siendo, con lagrimas secas en sus mejillas, párpados rojo al igual que la nariz y abrazando con gran euforia la gran almohada con nuestras iniciales que yo le había obsequiado. Con las puntas de mis dedos seque sus lágrimas, al sentir mi tacto se formó una pequeña sonrisa mezclado con un gesto de angustia en su rostro.
Lo extrañaba demasiado, pero ahora mismo no estaba con ánimos de volver a revivir sentimientos, por el contrario, desearía no tenerlos.
Decidí ir por una pequeña caminata rápida a las seis de la mañana, recién amanecía. Sobre los pastizales se comenzaba a sentir mucho frío, justo antes de llegar a la cascada un siervo cruzo rápidamente frente a mí, hermoso buscando refugio. Me detuve un minuto en el gran terreno que ahora no tenía flores, era plano y le llegaba la luz a pesar de las nubes, me recosté justo en el centro, a pensar. La luz chocaba con mi blanco cabello haciéndolo brillar, mi pijama compuesta por un short y una blusa de manga larga me cubría lo suficiente, además de que mis botas afelpadas daban una gran comodidad. Mire al cielo pensando en nada, eso hice hasta que del cielo comenzaron a caer pequeños pedacitos de algodón, algodón helado y brillante que cuando chocaba con mi rostro lo dejaba frío. Se estaba poniendo de hielo, pero para mí, era igual de cálido que el verano, e incluso reconfortante.
De regreso a casa ya podía pisar un piso lleno de nieve, delicioso y revitalizador. Era como estar caminando sobre las nubes, el crujir de la nieve era música para mis oídos, la gran sonrisa no se hizo esperar por mi rostro, demasiado grande como para ocultarla. Empecé a dar pequeños saltitos hasta que se convirtieron en pequeños pacitos de baile mientras avanzaba, así era yo, feliz, o al menos así solía ser."Los veré el cuatro de Enero, no me extrañen.
Volveré, June."Decía la carta que deje pegada al refrigerador con un imán de Pepsi-cola. Salí de nuevo, pero esta vez por la puerta de atrás, la que daba hacia el bosque. Necesitaba encontrarme de nuevo, un retiro, y sabía quién podría ayudarme.
Cecil, hijo de Morfeo.