Capítulo 2: No te dejaré

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-No me hagas entrar ahí Raúl -le supliqué mirando el porche desde la ventanilla del coche.

-Tienes que hacerlo. Tienes que entrar y hablar con ella.

-No quiere hablar conmigo.

-Katy, si no lo haces ahora, no lo haréis nunca. Soy tu mejor amigo, y si es necesario te llevaré a rastras ahí dentro, y si tu madre se niega a hablar contigo, llámame y me encargaré de que hable contigo.

-Te lo agradezco Raúl, pero esto es problema mío y de mi madre; de mi familia.

-Soy de tu familia Katy.

-Lo sé, pero ya me entiendes -me encogí de hombros-. Tengo miedo, ¿te lo puedes creer? Tengo miedo de hablar con mi propia madre.

-Citando a mi villano favorito "son las cosas que más queremos las que nos destruyen".

-Coriolanus Snow. Buena cita, aunque en realidad no sale en el libro, pero es una buena frase.

-Oye, si sale mal puedo recogerte y puedes dormir en mi casa, claro que estoy convencido de que tu novio no estará muy convencido con eso.

-Supongo que no -solté un bufido-. Deséame suerte.

-Suerte.

Me bajé del coche de la hermana de Raúl y me dirigí al porche. Mientras subía los escalones y buscaba las llaves en mi bolso no dejaba de pensar en qué haría cuando entrase, qué le diría a mi madre, y lo más inquietante, qué me contestaría ella. Entré y de pronto un delicioso olor a lasaña invadió mis fosas nasales.

¿Mi madre se había puesto a cocinar? Aquello me confundió, creía que seguiría en su habitación sin dirigirle la palabra a nadie pensando en qué podría hacer para hacerme cambiar de opinión.

-Por fin apareces -Daniel salió del salón y corrió a abrazarme-. Me tenías muy preocupado.

-Estoy bien -agradecí profundamente aquel abrazo-. ¿Mi madre ha estado cocinando?

-Está actuando como si no pasase nada. Ha salido de su habitación y simplemente se ha puesto a cocinar. Le he preguntado qué ha pasado ahí dentro.

-¿Y qué te ha dicho?

-Que durante estos siete meses no he sentido la necesidad de hablar con ella y que te lo pregunte a ti.

-Se ha tomado muy mal el que no se lo contásemos -volví a meter el fular en el bolso y colgué la cazadora en el perchero-. ¿Ha venido tu padre?

-Está en la cocina, ha intentado hablar con tu madre pero se ha cerrado en banda, no habla con ninguno de los dos, es como si no estuviese aquí.

-Hizo lo mismo cuando perdimos a papá; lo de actuar como si no hubiese nadie más -aclaré cuando me miró con el ceño fruncido.

Me tendió su mano para ir juntos a la cocina, pero no quería caldear aun más la situación, así que negué con la cabeza y caminé por delante de él.

Rob se levantó rápidamente en cuanto me vio entrar en la cocina, mi madre se quedó en su silla mirando el vino de la copa que tenía en las manos.

-¿Estás bien? -me preguntó.

-Sí, sí, estoy bien -le contesté sin mirarlo, mis ojos estaban centrados en la mirada perdida de mi madre-. Hola mamá.

-Hola -contestó con un hilo de voz. Levantó la cabeza y mi corazón se comprimió al ver aquella expresión tan dolida-. ¿Qué tal está Raúl?

-Bien -contesté confusa-, ¿cómo sabías que estaba con él?

-Eres mi hija, te conozco -contestó encogiéndose de hombros-. ¿Cenamos? -preguntó.

Nos sentamos todos en la mesa, y comenzamos a cenar. Odiaba aquello, odiaba volver a tener una de esas comidas en las que solo se oían los cubiertos chocarse en los platos y los vasos apoyarse en la mesa.

-Que alguien diga algo, por favor -dijo Daniel, de pronto. Claramente yo no era la que se sentía incómoda ante aquella cena.

-Mamá, di algo, cualquier cosa -le pedí.

-¿Qué quieres que te diga Katy? Creo que ya nos hemos dicho todo lo que teníamos que decir.

-Pues yo creo que no, mamá. Te has cerrado en banda y parece que te niegas a entender mi punto de vista, la nuestra -miré a Daniel que estaba sentado en frente mío, en silencio, contemplando la escena.

-Lo he entendido perfectamente, no confías en mí, ninguno de los dos -nos miró a Daniel y a mí.

-Solo tenían miedo de contártelo. Solo son dos adolescentes enamorados -intervino Rob.

-¿Y tu por qué tenías miedo de contármelo? -le reprochó. Rob tragó en seco, no se esperaba que mi madre lo hubiese intuido, pero mi madre era muy lista, de hecho, era la persona más inteligente que había en esa cocina en ese momento-. Es de sentido común. No podrían haberlo mantenido durante tanto tiempo sin alguien que les ayudase, alguien que se encargase de llevarme a cenar y al cine para que ellos estuviesen a solas; ninguno ha confiado en mí para contarme esto, y eso me hace pensar en la clase de persona que me consideráis.

-Mamá, creo que estás exagerando.

-No, que va. Disculpadme, no tengo hambre.

Pidió disculpas una vez más y se levantó de la mesa. Dejó su servilleta sobre la mesa, al lado de la ensalada que apenas había picoteado. Se aferró a las solapas de su bata, color malva oscuro, y salió de la cocina.

-Si me disculpáis, yo también he terminado -dije dejando la servilleta en la mesa, al igual que lo había hecho mi madre.

-Se le pasará, dale tiempo, necesita tiempo para asimilarlo -me dijo Rob.

-Me importa un bledo que lo asimile o no -le contesté-. Lo que me preocupa es que vuelva a meterse en una bola. Lo hizo cuando perdimos a papá, pero tú la ayudaste, ¿quién va a ayudarla ahora que siente que me ha perdido a mí? Hay algo más, hay algo más que no me está contando, no es solo que hayamos mantenido el secreto, lo siento, siento que hay algo más, y hasta saber lo que es no podré ayudarla -me levanté y eché para atrás mi melena rubia.

-Estoy contigo, no te dejaré, ninguno de los dos lo haremos, saldremos de esta juntos; los cuatro -dijo Daniel agarrándome del brazo.

Y sin decir nada más, ni esperar a que alguno de los dos dijese algo más, salí de la cocina y me dirigí a mi habitación.


El amor conlleva sacrificioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora