Capítulo 4: Conectar

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Me desperté en medio de una pesadilla. No me acordaba del sueño pero sí de que era una pesadilla. Aparté el brazo de Daniel de mi pecho y me levanté de la cama. Mientras me ponía las zapatillas miré el tranquilo cuerpo de mi novio. No, Daniel no era un roba-mantas, Daniel era todo un roba-colchones.

Salí de la habitación y me dirigí corriendo al cuarto de baño. Encendí la luz y cerré rápidamente la puerta. La luz, mi gran aliada. Para alguien que tiene miedo a la oscuridad supone un verdadero reto tener que ir al baño en medio de la noche sin poder encender las luces del pasillo.

En cuanto salí del baño volvió a surgir el reto de tener que caminar a mi habitación envuelta en la oscuridad. Pero de pronto me detuve, me quedé quieta, ignorando el pánico; la puerta de la habitación principal estaba abierta. No tuve ni que preguntármelo, sabía quién había salió de la habitación, y sabía dónde estaba.

Volví a mi habitación para coger mi bata, y tras asegurarme de que Daniel seguía plácidamente dormido, cerré la puerta y bajé las escaleras. Parece acceder a la puerta trasera que daba al jardín había que cruzar el salón y el comedor. Odiaba la planta baja cuando era de noche, siempre quedaba alguna ventana abierta o alguna persiana sin bajar, y debido a los espejos y los cristales, surgían escalofriantes reflejos en medio de la oscuridad que me ponían los pelos de punta.

Estaba en lo cierto. La puerta trasera estaba abierta. Salí al jardín y me dirigí sin pensarlo al columpio que había cerca del pequeño cobertizo donde mi madre guardaba todos los utensilios de jardinería. Era un columpio pequeño, de dos asientos. Fue un regalo de navidad de mi padre, creo que tenía cuatro años cuando lo construyó. Había pasado mucho tiempo desde que lo instaló en el jardín, y las barras, que hace mucho tiempo brillaban con un intenso color rojo, estaban ajados y de color gris.

Me senté en el asiento en el que solía sentarme de pequeña y miré a mi madre, que estaba sentada donde se sentaba mi padre.

-Hace frío, ¿cuánto tiempo llevas fuera? -le pregunté mirando sus pies descalzos.

-No sé, no llevo reloj.

-No consentiré que vuelvas a hacer esto mamá -me miró confundida-. Hacías lo mismo cuando murió papá. Venías en medio de la noche y te quedabas aquí durante horas. No dejaré que vuelvas a caer como entonces.

-No voy a volver a caer.

-Cualquiera diría lo contrario -me encogí de hombros-. Estoy muy preocupada por ti mamá, no quiero que vuelvas a cerrarte como hace cuatro años. No sé qué pasa mamá, no sé qué ha pasado para que te hayas puesto así, si es por lo de Daniel, te ruego que me perdones, sabía que te lo podías tomar a mal pero jamás pensé que te afectaría tanto. Tienes que creerme que ninguno de los dos quería esto, no lo hicimos con malicia, solo nos preocupaba que te lo tomases mal.

-Katy, esto no tiene nada que ver con que estéis juntos. Bueno, en parte sí, me ha dolido muchísimo que n me hayas contado y necesitaré tiempo para replantearme las cosas, pero en realidad esto es por mí -traviesas lágrimas comenzaron a descender por las mejillas de mi madre-. Me gusta Daniel, me gusta mucho. Es un buen chico y sé que te tratará bien. Esto es por mí, tengo motivos para haberte dicho lo que te dije, pero tienes que saber que me gusta Daniel.

-¿Cuáles mamá? ¿Cuáles son esos motivos? -rogué por una respuesta.

-No puedo -negó con la cabeza-. No estoy lista, yo... -sorbió por la nariz-, no estoy lista para volver a revivir aquello.

-¿Revivir el qué? -insistí.

-Katy, no.

Y con esa simple palabra, hizo que dejase de insistir. Mi madre no decía muchas veces que no, pero si lo decía no había nada más que hablar.

-Mamá, he estado pensando, y quiero ir a Houston este verano.

-Lo suponía, vas todos los años.

-No, quiero ir contigo mamá. De hecho, quiero que vayamos todos, los cuatro.

-Bueno yo... -balbuceó-. Claro, reservaremos los billetes y podemos ir en julio, unas semanas.

-Quiero pasar ahí todo el verano.

-No sé si podría pasar todo el verano, de hecho no sé ni si podré ir durante unas semanas, puede que tenga trabajo.

-Llevas haciendo turnos extras y renunciando a días libres durante meses, según he calculado juntando todos los días de vacaciones que tienes pendientes podrías irte para casi tres meses.

-Katy, lo cierto es que no creo que sea buena idea que yo vaya.

-Ya, pues lo cierto es que necesito que vengas. Sí, lo necesito -insistí cuando me miró con el ceño fruncido-. Escúchame mamá, llevas años sin ir, y cada año que has renunciado a ir, yo he sentido que tu y yo nos distanciábamos, porque cada vez te estás distanciando más de la familia de papá, y todo lo que formaba parte de su vida. Te quiero, eres mi madre y a pesar de todo, te amo, siempre te amaré, pero no quiero que nos sigamos alejando.

-¿Y por qué quieres que vaya a Houston?

-Porque necesito que vuelvas a conectar con aquello, y tal así, podrás volver a conectar conmigo. Tu decides mamá, ¿vienes o no?

El amor conlleva sacrificioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora