Capítulo 1: El arte de conducir bajo la lluvia

99.6K 3.6K 95
                                    

Cerré la puerta sin sacar ruido. Me apoyé en ella y me quedé ahí durante unos instantes, tratando de asimilar lo que acababa de pasar, pero no conseguía hacerlo, no conseguía entender lo que acababa de pasar en aquella habitación. ¿Cómo había podido mentirle a mi madre de aquella manera durante tanto tiempo?

-Katy, ¿qué ha pasado?

Me giré y vi que Daniel me estaba mirando desde el umbral de la puerta de su habitación. No quería hablar con él, no quería darle ninguna explicación. Sentía que había traicionado a mi madre, mi madre que siempre había luchado por mí, que siempre se había preocupado por mí, y yo se lo hice pagar mintiéndole. Quería gritar, chillar, destrozar algo hasta liberar aquella maldita sensación de angustia y agobio de mi garganta.

Sin decir nada, bajé las escaleras rápidamente y cogí mi cazadora de cuero y mi bolso del perchero de la entrada. Oía como Daniel me estaba hablando, pero no conseguía entenderle nada. Por mi cabeza no dejaban de pasar las palabras de mi madre <No confías en mí>, <Sal de mi habitación>, <Ahora>.

-Katy, por favor, háblame -me detuvo Daniel agarrándome del brazo en el mismo momento en el que abrí la puerta de la entrada. Me giré y vi sus ojos azules que me miraban con preocupación.

-Necesito salir de aquí, por favor -fue lo único que pude decirle.

Aunque no sabía lo que había pasado en aquella habitación, me soltó el brazo pues sabía que realmente necesitaba salir de aquella casa; y también sabía que necesitaba estar a solas, sin él.

Abrí el bolso y saque de dentro mi fular lila. Me lo enrollé en el cuello mientras bajaba los escalones del porche. De pronto el aroma del perfume de mi madre invadió mis fosas nasales, había vuelto a cogerme aquel fular sin decírmelo. Por un momento me planteé la opción de quitármelo, pero en aquel día nubloso de mayo hacía mucho frío en la ciudad de Londres.

Caminé, sin rumbo al principio, pero a medida que seguía caminando me di cuenta de que mis piernas estaban recorriendo aquel camino que había recorrido tantas veces en los últimos trece años.

La casa de Raúl no estaba excesivamente lejos de la mía, había menos de dos kilómetros de distancia, 1'663 metros para ser exactos. Se tardaban unos veinte minutos en llegar ahí a pie, pero con el frío y fuerte viento golpeándote de frente, que me hizo tener que pararme alguna que otra vez, y las botas de tacón que llevaba puestas tarde algo más de treinta y cinco; en buena hora decidí ponerme tacones aquella mañana. Pero a pesar de que los pies me ardían no pensaba parar hasta llegar a mi destino.

Llamé a la puerta y mientras esperaba a que me abriesen me planteé por primera vez la posibilidad de que Raúl no estuviese en casa y hubiese hecho todo aquel trayecto para nada.

Fue Dahlia, la hermana de Raúl la que me abrió la puerta. Le pregunté si su hermano estaba en casa y me contestó que estaba en su habitación. Me dijo que fuera yo misma.

La habitación de Raúl era la que estaba al fondo del pasillo. Llamé y entré cuando él me dio permiso. Como era habitual, mi mejor amigo estaba sentado en la butaca de cuero que tenía frente a la ventana con un libro entre las manos. Puede que con esa apariencia de "chico malo", la moto y lo fiestero que era no lo pareciera, pero Raúl era un amante de la literatura. Adoraba leer, era el mayor fan de la lectura que había conocido en toda mi vida. Aquel era el motivo por el que, al entrar en su habitación no te encontrabas con skates o cazadoras de cuero, como pensarían muchos, lo que te encontrabas eran montañas de libros. Por ello una de las paredes de la habitación consistía en una increíble biblioteca que él mismo había montado con la ayuda de su padre.

-Hola Katy -me saludó sin apartar la vista del libro que sostenía entre las manos-. Tenías razón, este libro es estupendo.

Me giré y vi el libro que lo tenía tan absorto. En la portada salía la cabeza de un perro mirando hacia arriba, tal vez hacia el cielo, tal vez hacia su amo. El arte de conducir bajo la lluvia siempre había sido uno de mis libros favoritos. Aunque os caballos fuesen mis animales favoritos, también adoraba a los perros.

-Me alegra que te guste -miré las portadas de las ediciones de coleccionista de las hermanas Brontë.

-¿Qué te pasa? -al girarme vi que Raúl había dejado el libro en el suelo y que me miraba con preocupación con los codos apoyados en las rodillas.

-Raúl... -no tuve que decir nada más. Mi amigo se levantó y me abrazó con fuerza.

-¿Qué ha pasado? -preguntó acariciándome el pelo. Desde que era niña había sido una persona muy patosa, y Raúl, que siempre estaba a mi lado, acabó cogiendo la costumbre de acariciarme el pelo siempre que me hacía daño o me sentía triste-. ¿Habéis roto? -negué intentando contener las lágrimas-. Oh, Dios mío, se lo has dicho a tu madre, ¿verdad?

-Sí -asentí levemente.

-¿Se ha enfadado?

Y de pronto exploté, y me sorprendí a mí misma porque no había llorado de aquella manera desde hacía años, cuando murió a mi padre. Primero perdí a mi padre, y luego, traiciono a mi madre. ¿Qué demonios estaba pasando conmigo?




El amor conlleva sacrificioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora