Por fin entre en mi casa, había sido un día muy extraño y avergonzado... ¿Por qué me tienen que pasar estas cosas a mi?.
Estábamos mi hermano y yo dejando las mochilas cuando le dije -Gracias por guardarme un sitio en el autobús hermanito- con voz sarcástica, -Si... Eh...mmm...Lo siento Alice, pero es que el pobre es nuevo y no conoce a nadie y...
-No pasa nada- interrumpí, seguro que no lo había hecho con mala intención, al fin y al cabo es mi hermano, confío en él.
Saludamos a nuestros padres, les contamos cómo fue el día, y los dos nos dirigimos escaleras arriba hacia nuestros respectivos cuartos; y antes de que nos metiéramos cada uno en el nuestro, dijo mi hermano -No es mal chico... Pero es que tirarle el café encima, ya te vale- con voz burlona y divertida. -Me da igual cómo sea tu "amigo", no me interesa- dije indignada, vaya amigo borde se había hechado; pero no sabía porque no se me iba de la cabeza .
A la mañana siguiente, mi hermano y yo nos dirigíamos a la parada de autobús cuando vimos salir de un chalet, unas manzanas más lejos de nuestra casa a ese tal Dylan; mi hermano le saludó y se unió a nosotros. Yo iba callada, estaba incomoda con su presencia, además no me apetecía volver a meter la pata; sin embargo él se dirigió a mí diciendo- Hola chica del café- con voz divertida y pícara; yo me limité a lanzarle una mirada fulminante, mientras mi hermano se reía, como no.
Cuando montamos en el autobús, ellos se sentaron juntos, y yo intenté ponerme lo más lejos posible de ellos, aunque fue en vano, porque se mudaron de sitio, ¿por qué este chico me quería hacer la vida imposible?
El día transcurrió muy lento; ya estaban en la última hora de clase y teníamos lengua y literatura. Por culpa de aquella profesora nueva salimos más tarde de nuestra hora; y para colmo, el autobús se fue sin esperarme, ¡ni si quiera mi hermano me esperó! Me tenía que ir andando, y para mejorar ya lo que quedaba de día, apareció el pesado de mi vecino, Paul. Era un chico de mediana altura, y con unos ojos castaños oscuros, casi negros podría decirse.
A pesar de ser tan oscuros, se podía ver en ellos ese deseo que tenía por mí, desde hace un par de años. Él iba dentro de su gran coche blanco que no tenía ni dos meses, y en cuanto me vio, fue disminuyendo la velocidad hasta quedarse a mi altura.
- ¿A dónde vas?- me preguntó.
- A mi casa, he perdido el autobús y por no esperar media hora más, he decidido ir andando.
- Si quieres te llevo-dijo emocionado e insistente siguió - que dices ¿aceptas?
- Vale- respondí cortésmente, aunque en realidad no me apetecía demasiado.
Al entrar al coche percibí un fuerte olor a colonia que me "perforó" las fosas nasales.
-¡Qué guapa estás hoy!- me insinuaba.
-Em... Gracias- respondí evitando comenzar una conversación con él.
Me di cuenta de que estaba asustada. Él no dejaba de mirarme y a continuación de esto, iba dando volantazos y esquivando a las personas que cruzaban la calle.
Mientras, continuaba hablándome de cosas que de verdad no me interesaban, yo solo asentía y de vez en cuando dejaba ver mis dientes formando una pequeña sonrisa tímida.
No paraba de piropearme, lo cual me incomodaba demasiado y él parecía que no se daba cuenta.
Finalmente, Paul, me dejó en la puerta de mi casa, llamé al timbre y esperé a que me abriese mi hermano, pero no fue así; si no que me abrió la puerta Dylan, aquí el chico que hacía que me estremeciese cada vez que le miraba o cada vez que él me miraba. ¿Qué hacía aquí? Me pregunté. Siempre aparecía cuando había conseguido dejar de pensar en él.