Sur, capítulo I

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Principios de la Tercera Edad del Sol

La guerra había causado estragos en la población del Bosque Verde.

Muchos guerreros Elfos habían resultado muertos en la Alianza y el rey de los Silvanos volvió a sus territorios con tan sólo un tercio de los efectivos que su padre dispuso para la batalla.

En el transcurso del primer relativamente sosegado milenio, Thranduil trató de sostener y a la vez aumentar la extensión de sus dominios, expandiendo su territorio hacia el norte del bosque.

Gracias al comercio que mantenía entre Enanos y Hombres por medio de senderos que atravesaban la verde región, su legado prosperaba y su pueblo, ya en crecimiento, se mantenía cómodamente bajo su protección.

Aquellos fueron los mejores y más tranquilos años de Thranduil y su reino compuesto de Elfos Sindar, Silvanos y algún que otro Noldo, los cuales encontraban en su rey y en el frondoso bosque que los rodeaba la paz que sólo aquellos tiempos podían ofrecerle.

Y, saboreando aquella tregua indefinida en la cual los Elfos procedían a aumentar sus familias, como a todo varón en edad de desposarse, también le llegó al rey el esperado momento de su vida.

Su nombre era Gliniel Lasgalen y era en verdad hermosa y delicada como una rosa de abril.

Aquella elfa Sinda de largos cabellos cobrizos y ojos de agua de mar, había robado el corazón de Thranduil ya en los albores de su tierna juventud, pero debido a los tiempos de guerra, al posterior luto por la muerte de Oropher y a las ocupaciones y largas ausencias en pro de alzar y ampliar sus territorios, postergó su vida personal hasta encontrar cierta estabilidad para al fin cortejar a la futura reina del Gran Bosque Verde.

Apenas regresó de uno de sus viajes al norte, ocupando con su estandarte las últimas y frondosas millas de vegetación cerca del Río del Bosque, ordenó a sus sirvientes que organizasen una gran fiesta nocturna en los extensos y bellos jardines de palacio para celebrar el fin de su conquista, y que enviasen invitación a todo Elfo de su pueblo, ya fuese Sinda, Silvano o Noldo, entre ellos, por supuesto, la belleza que desde hacía tanto tiempo ocupaba su corazón.

Aquella noche, tras uno de los bailes bajo las estrellas del claro, Thranduil abandonó la insistente compañía de sus oficiales felicitándole por los logros conseguidos durante los últimos años, buscó a Gliniel y la apartó disimuladamente, invitándola a pasear entre los macizos en flor de uno de los solitarios rincones de los jardines.

Al poco tiempo, en una ostentosa ceremonia, el rey anunció oficialmente su compromiso con Gliniel ante su pueblo, intercambiaron los tradicionales anillos de plata y selló su petición colocando en el cuello de su futura esposa un radiante collar de finas gemas blancas como regalo anticipado de bodas.

Y, al convertirla al fin en su reina, la vida le regaló otro motivo más para seguir cerrando el círculo de su felicidad.

Pocas veces se encontraba un amor tan verdadero e intenso como el que los reyes del Gran Bosque Verde se profesaban. A veces se los veía caminar de la mano en solitario por los floridos valles de las montañas y sus miradas se perdían mutuamente bajo las ramas de los frondosos árboles que resguardaban sus más íntimos secretos.

Y entre paseos de enamorados, devoción mutua y entrega incondicional, transcurría la sosegada vida de la intimidad de los reyes Elfos.

Un hermoso y radiante día de finales de primavera, en uno de sus tranquilos paseos entre los arbustos en flor, su esposa lo detuvo ante una pequeña cascada que nacía entre las rocas de la ladera del valle. De aguas frías y plateadas, derramaba incesantemente su musical contenido sobre la superficie de un estanque cuajado de blancos nenúfares.

Lasgalen (El Hobbit)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora