Proceso de cambios

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Con un gran fardo a la espalda, la marcha ya se le había empezado a hacer bastante pesada desde hacía varios días.

A pesar de que era fuerte y resistente, no podía menos que admitir que quizá debió haber recortado aún más con respecto a sus pertenencias a sabiendas de que había un largo camino por delante y que no contaba con ningún medio de transporte.

Pero en el momento en que hizo el equipaje no pensó mucho en ello, simplemente metió sus cosas y partió.

Había confiado demasiado en sus habilidades, cavilaba con desgana.

Pero tampoco podía prescindir de sus efectos más necesarios. Necesitaba ropa para vestirse, aunque vendió una parte de ella y regaló la que consideró necesaria a quien la necesitaba. Ya podría arreglárselas con eso una vez que llegara a su destino. También necesitaba dinero para pagar sus gastos, pero el peso del pequeño cofre la ahogaba y le hacía cada vez más largo el camino.

Vistiendo una capa larga en tonos oscuros y la cabeza cubierta por un capuchón que cubría parte de su rostro, daba la sensación a primera vista de semejar ser un emigrante o un viajero de a pie que hubiese recorrido un largo camino para resguardarse en la ciudad buscando un refugio.

Prácticamente no se equivocarían al considerar aquello, pues era lo que venía haciendo desde que salió de su "hogar".

El graznido de una gaviota se dejó oir vagamente hacia el norte.

Era la primera vez que escuchaba algo distinto al rugir de las aguas del río o de los pequeños pájaros y animales que rodeaban las riberas y poblaban las praderas colindantes.

Tal y como le sacó un día a alguien harto de hacer la misma ruta durante muchos años, siguió a pies juntillas las indicaciones de éste que, entre risas, vino y mucho tiempo por delante para contar batallitas, le detalló de forma tan definida la ruta que casi parecía ver el camino ante ella exactamente como se imaginaba.

Pero lo que más recordaba era una sola cosa en especial.

"No entres al bosque. Está infectado", le había dicho levantando un dedo oscilante frente a su cara.

Por supuesto que estaba infectado, eso ya lo sabía de sobra.

Y aunque no lo estuviera, tampoco era plato de su gusto adentrarse en el territorio de aquellos  despreciables Elfos.

Todos los viajeros y comerciantes decían lo mismo. Hay que seguir el río para ir hacia el norte sin pérdida, pero al divisar las primeras señales de vegetación alta es necesario tomar el sendero que se abre hacia el este. Siempre hay que rodear la zona boscosa y luego retomar la ruta hacia el norte en cuanto el río salga de entre la maleza.

Hablaban de saqueadores escondidos entre los matorrales de la linde, desterrados y proscritos, asaltantes que de pronto se abalanzaban sobre el cargamento de cualquier pobre hombre, y si no te asesinaban ellos, te mataba el aire putrefacto que allí se respiraba. Por no hablar de los monstruos que hacían del Bosque Negro un lugar de horrenda fantasía.

Pero ella no creía que en aquella zona se escondieran ya muchos criminales. Primero, porque las rutas de los comerciantes ya hacía mucho tiempo que fueron modificadas y, a falta de víctimas, habrían emigrado; y segundo...si el bosque era tal y como lo describían, inundado de aire irrespirable y poblado de criaturas peligrosas, ¿qué hombres vivirían allí?

De todas formas, hizo exactamente lo que le indicaron. Para nada había pensado meterse en aquel sitio si no tenía una buena razón para hacerlo.

De aquella manera, había cruzado el Celduin por el mismo puente que los comerciantes años atrás construyeron para atravesar el río con sus carruajes y, evitando de este modo la foresta, había tomado el sendero practicado para estos menesteres. Al día siguiente al caer la tarde, pudo escuchar de nuevo el río a su izquierda, renaciendo entre los sombríos árboles de la linde del Bosque Negro y de nuevo salió en su busca para retomar su viaje hacia el norte.

Lasgalen (El Hobbit)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora