Las dos caras de la misma moneda

363 20 17
                                    

Cinco meses después.

El calor se empezó a notar con el cambio de estación.

Tanto en Esgaroth como en la recóndita fortaleza del bosque de los Elfos, sus habitantes parecían haberse influenciado de la misma actitud alegre y revoloteadora de los pájaros que poblaban el lugar. Algo traía la naturaleza junto a sus temperaturas que hacía que todo ser viviente se sintiera alegre y con unas extrañas fuerzas por querer vivir a plenitud.

El sol, ya más fuerte y brillante, había hecho derretirse las crujientes capas de hielo que solidificaban buena parte del lago de Esgaroth, y el Río del Bosque, el cual con la crecida debida al deshielo de las Ered Mithrin, derramaba con fuerza sus aguas llenando todo su recorrido del típico y estruendoso bramido de las corrientes al abrirse camino entre las rocas.

Todo parecía nuevo y reluciente con la llegada de la nueva estación.

Incluso algún que otro Elfo, caracterizados por parecer sombríos y silenciosos la mayor parte del año, experimentaban un cambio de actitud marcadamente optimista en aquellas fechas.

Súlion canturreaba distraído mientras ojeaba unos documentos.

Él mismo ya se había dado cuenta hace poco, se sentía bien, rejuvenecido, como hacía muchísimos años que no se encontraba.

Y cada vez que pensaba en Irya, durante prácticamente todo el día, lo invadía una impaciencia incontrolable por volverla a tener en sus brazos.

Pero enseguida la imagen de su joven rostro volvía a aparecer en sus pensamientos y un atisbo de duda lo hacía pensar.

Sabía que se había metido en un atolladero.

Irya era mortal, para ella los días estaban contados desde su nacimiento, mientras los suyos terminarían al morir el mundo mismo.

Y entre esas dos épocas podrían transcurrir edades enteras.
Sin duda la vería morir en un suspiro... aquello era algo que para un Elfo resultaba inconcebible... tanto que podría llevarlo a una muerte segura al apagarse la luz que debería acompañarle el resto de su existencia.

Ya lo vio en Thranduil al desaparecer su amada Lasgalen, fue un milagro que su rey no hubiera caído junto a ella al quedarse solo y querer reunirse con su esposa en el Salón de Mandos. Gracias a sus hijos, y gracias al apoyo prestado por el mismo Súlion, Thranduil logró sobrevivir y continuar al frente de su reinado.

Roto y consumido por una pena casi constante, el rey del Bosque Negro seguía allí, vivo, aunque no con todo el esplendor que podría mostrar.

¿Y qué sería del mismo Súlion cuando Irya dejase este mundo?

Prefería no pensar mucho en ello, pues lo hecho, hecho está y lo que tuviese que ocurrir y afrontar en su debido momento, así lo encajaría.

Era un guerrero sin armas, vencedor y vencido. Y ya hubo sido derrotado muchas veces.

Quizá sólo le quedase ya aquella batalla...

Por otro lado lo asaltaba otra duda, poco menos inquietante...

Irya no parecía haber cambiado acorde a la estación como los demás, sino todo al contrario.

La última vez que Súlion la vio, hace poco menos de dos meses en su visita comercial a Esgaroth, ella lo había recibido de una forma algo distinta a la de siempre.

Le extrañó de cierta manera aquel inusual distanciamiento del que se percató al hablar con ella, contestaba con evasivos monosílabos a sus preguntas e incluso le dio la impresión de que su amplia sonrisa juvenil se había tornado algo forzada.

Lasgalen (El Hobbit)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora