Tú sí la recuerdas

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Los tablones del suelo crujieron bajo el peso del fardo.

Lo primero que notó al entrar en aquella casa fue el olor que desprendía. No se trataba de un olor rancio, ni mucho menos, ni del característico que se respiraba en el aire del exterior, a pescado, humedad, al musgo que crecía entre los rincones sombríos, nada de eso. Era un olor agradable. A especias suaves, a la leña del hogar, al aceite de la madera, al ramillete de florecillas silvestres del jarrón de barro sobre el alféizar de la ventana...e incluso a trozos de jabón escondidos estratégicamente entre la ropa guardada.

Sin darse apenas cuenta, se había detenido el tiempo para ella. Cada aroma que podía percibir se unía en conjunto con el siguiente, y encadenando uno tras otro, sus sentidos reaccionaban creando imágenes y voces en su mente, sonidos, sensaciones lejanas...

Olía a familia.

—¿Y bien?—la voz autoritaria de su hermano la despertó seguida del sonido al cerrarse la puerta de entrada—Espero que tengas una buena excusa por haber formado tal alboroto en pleno mercado.

En un par de zancadas, su hermano se posicionó frente a ella. Llevaba una especie de uniforme algo gastado por el uso, iba armado con una espada corta envainada a la cintura, un carcaj con flechas y un arco a la espalda.

No se veía demasiado mal. Seguía siendo el mismo alto y apuesto hombre de hace años, aunque algunas canas asomaban ya dispersas entre los mechones de su melena.

El ceño fruncido de éste y su mirada dura le indicó cautela. Intuía una buena bronca  en lugar de la cálida bienvenida que esperaba.

—Puedes quitarte esa capa—le exhortó con gravedad— nadie verá lo horrorosa que eres, sólo tu hermano mayor.

La chica reconoció aquella actitud tan típica de él, se relajó un poco y le regaló una pequeña sonrisa.

—Y eso es razón más que suficiente para que me la deje puesta—rió—. Te he echado de menos, Bardo.

Su hemano esbozó una mueca.

— Seguro que sí—gruñó él con recelo, y desvió la mirada.

Bardo acercó un par de sillas a un poyete de piedra que hacía las veces de horno en su parte inferior, en el centro de lo que era la zona de la cocina, justo a la entrada a la casa.
Mientras él rebuscaba algo bajo una sencilla mesa pegada a la pared, la muchacha se entretenía observando los rincones de la vivienda desde su silla.

—No tenías que entrar al saco—le dijo ésta con tranquilidad—. Lo tenía controlado. Me he topado con cientos de individuos peores que ese idiota y siempre he sabido quitármelos de encima.

—Aquí las cosas no funcionan de ese modo, Edeline—Bardo sacó medio cuerpo de debajo de la mesa y salió con una botella de cristal en las manos. Se quitó las armas que aún portaba encima y las dejó en un rincón—. No existe tu "ley de la jungla".

La chica abrió los ojos exageradamente, fingiendo sorpresa.

—Oh, oh—canturreó—. Me has llamado por el nombre prohibido.

—Te llamas así, ¿no es cierto? —puso la botella sobre la mesa y se apartó de nuevo.

—Tú no me llamas así, hermanito... salvo razones de fuerza mayor.

—Y estas lo son—con dos vasos pequeños en una mano y retirando la silla vacía con la otra, Bardo se sentó frente a ella, con la improvisada mesa entre ambos—. ¿Tienes idea de lo que me juego trayéndote a mi casa en lugar de llevarte detenida por escándalo público? No puedes seguir yendo así por la vida...

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⏰ Última actualización: Jan 12, 2020 ⏰

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