Smaug

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Llevaba varios días pensando en si asomarse y preguntarle qué tal le iba.

Todos los días, en cuanto regresaba del bosque, tenía que recorrer uno de los pasajes de las grutas pasando por enfrente del recinto de la enfermería y podía oírlas hablar desde dentro. A veces sólo se escuchaban las voces femeninas y otras alguna de un varón, seguramente uno de los más antiguos del reino, cuya experiencia y años vividos resultaban de gran apoyo para las enseñanzas de Nestabess.

Tauriel ya no formaba parte de la guardia y Legolas echaba de menos la compañía de su alumna más aplicada.

Pero entendía que sus dotes debían ser desarrolladas todo lo posible, por el bien del pueblo de los Silvanos.

Legolas, aún con sus armas colgadas, se detuvo unos breves momentos ante la puerta de la enfermería. Allí no se escuchaba a nadie y le extrañó. Dudando si hacerlo o no, al fin empujó la puerta y encontró a una Nestabess solitaria doblando sábanas y colocándolas encima de una de las camillas.

—¿Dónde está Tauriel? —preguntó el príncipe cuando ella se volvió a mirarle.

Nestabess negó enérgicamente con la cabeza.

—¡Eso quisiera saber yo! —respondió sacudiendo la sábana que tenía en la mano—Llevo horas esperando que aparezca y dada la hora que es, me huelo que no le veré ni un solo de sus rojos cabellos en lo que queda de día.

—¿No ha venido hoy? —volvió a preguntar Legolas.

—No—Nestabess hizo un doblez en la blanca sábana apoyándola en su regazo—, ni hoy, ni ayer...no sé dónde se mete esa chiquilla, ¡y la he buscado por todos sitios! Si vuestro padre se entera se formará una buena.

Legolas la miró pensativo.

—No te preocupes, iré a buscarla ahora mismo.

—¡Bien! —dijo Nestabess agitando otra sábana—¡Decidle que si no aparece mañana, yo misma avisaré al ejército para que vayan a por ella! ¡Hasta Thranduil temblará cuando me la encuentre !

Legolas sonrió a la enfurecida Nestabess, se despidió de ella y salió de la enfermería para volver a la puerta de entrada a la fortaleza.

Hacía años, cuando la pequeña Silvana del bosque empezó a interesarse por las armas, Legolas a veces la sacaba a escondidas de la fortaleza para darle unas lecciones que ella misma le pedía. Se negaba a entrenar en el cuartel, decía que era aburrido disparar siempre a las mismas dianas, a atacar con la espada sacos de arena colgados de las estalactitas y a pelear con Elfos que siempre la dejaban ganar.

El príncipe menor no podía negarse a aquellos verdes ojitos suplicantes y, haciéndole prometer absoluto secreto, le soltaba cualquier excusa a la niñera que se ocupaba de ella y se largaban los dos a un rincón del bosque, tras la fortaleza, donde estarían solos y tranquilos, fuera del alcance de los guardias.

Y allí fué donde Legolas encaminó sus pasos.

El joven dejó atrás el arroyo donde caían los barriles hacia el río, saltó sobre unas cuantas rocas grandes y rodeó el grueso muro de las grutas para encaminarse hacia el claro rodeado de grandes árboles de gigantescas ramas retorcidas, donde tantas veces se habían deslizado los dos haciendo carreras.

Legolas anduvo un par de decenas de metros sorteando espesos matorrales y gruesas raíces, apartó un último arbusto alto y se asomó al claro.

Allí no se movía ni una hoja, pero presentía que su alumna no se encontraba muy lejos.

Lasgalen (El Hobbit)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora