Sur, capítulo II

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Aquel oficial no exageró al advertirle antes de emprender la marcha.

Conforme sus pasos se dirigían hacia el sur, la oscuridad se hacía más penetrante. Las prácticamente inapreciables pisadas de los Elfos que avanzaban a través del Bosque Negro se habían vuelto más cautelosas y vigilantes, pues lo que no era de aquel mundo parecía acechar tras cada una de aquellas retorcidas y gigantescas columnas vivientes que eran los árboles del Bosque Negro. Aunque el sol de la mañana brillara con fuerza sobre los valles de las Emyn Muir a poco más de una legua de distancia.

Y el silencio...

El siempre presente piar de los pájaros había desaparecido por completo, como si alguien hubiera pasado por allí antes que ellos y los hubiese espantado a todos. Ni siquiera se escuchaba a las huidizas ardillas corretear por alguna rama.

Éstas parecían muertas, pensaba Erdalion. Sus escasas hojas habían oscurecido, como rendidas a la vida, opacando el brillante color verde que caracterizaba a aquel bosque, e incluso el aire aparecía cargado, denso, incómodo de respirar...a veces surcado por una leve bruma baja que se arremolinaba alrededor de los gruesos y viejos troncos como un velo sutil y fantasmal que desaparecía poco a poco ante sus ojos para volver a encontrarla más adelante, envolviendo cualquier arbusto grisáceo y desprovisto de vigor.

—Es estremecedor—musitó el joven observando a su alrededor—. Los árboles rezuman dolor, puedo sentirlo en cada hoja.

—Silencio, mi señor—susurró Eathor, el capitán que caminaba a su lado—. No debemos revelar nuestra presencia aquí. Hay demasiado silencio, e incluso nuestros propios pasos pueden delatarnos.

En la base situada al límite de los valles que rodeaban al reino, poco antes de la entrada a la espesura, los generales habían repartido a los soldados en diferentes grupos antes de emprender la marcha, ya ataviados con sus respectivos y ligeros equipajes y armados con sus arcos, espadas y dagas.

Ésta vez eran más numerosos y mejor organizados que las partidas que se habían acercado demasiado, como decían los oficiales, a Dol Guldur. Tenían órdenes expresas de Thranduil de no invadir en profundidad aquel territorio, más cuando Erdalion formaba parte de la defensa, pues era ésto lo que se pretendía, evitar el posible acercamiento de enemigos, al menos hasta que el rey ordenase lo contrario.

El grupo al cual el hijo del rey pertenecía estaba formado por un oficial,cinco soldados y cinco cadetes. No lejos de ellos, al este, se habían adentrado otros tres de igual número, y al oeste lo mismo. Con aquello bastaría para crear el invisible cerco defensivo que Thranduil había ordenado.

Eathor, quien abría la marcha a la vanguardia, hizo una seña con la mano e indicó un alto. Señaló hacia los altos y oscuros árboles y los Elfos que lo seguían se deslizaron en absoluto silencio para trepar por sus ramas con una agilidad asombrosa. Los árboles se encontraban muy juntos y resultaba fácil saltar de uno a otro a través de sus retorcidas ramas.

El oficial, con otra silenciosa seña, indicó a los Elfos que se desplazaran de rama en rama y se apostasen en algún lugar donde tuviesen buena visibilidad. Cuando se aseguró de que todos habían ocupado sus respectivos lugares, él también trepó de un par de saltos por uno de los nudosos troncos y se colocó junto a Erdalion.

Le había prometido a su rey que cuidaría de él como de sí mismo.

—Ojo avizor, mi señor—dijo preparando su arco. Y detuvo bruscamente sus movimientos—. Podéis olerlo, ¿verdad?

Erdalion aspiró el aire enrarecido. Un olor extraño, entre dulzón y picante, pero indudablemente desagradable, llegaba a sus sensibles fosas nasales. Le resultó repulsivo.

Lasgalen (El Hobbit)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora