III

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Shima y Saeko se fueron al cuarto más visitado por mis amigos, bueno, más que el mío.
-¿Te quedarás a dormir, Taka?-El enano terminaba de tragar su té.
- Emm... no. Fueron demasiadas ideas eróticas como para quedarme a dormir con Akira.- Agachó su cabeza.
- Ni que te fuera a violar.- Dije, estaba enfadado.
-Takanori, ya es demasiado tarde como para volver a tu casa. Quédate, Akira no te hará nada.- Yuu daba pequeños sorbos al café caliente, observando con atención a nosotros.
-Bueno, está bien. Le diré a mi madre.- Takanori sacó su celular y mandó un mensaje a su madre.
- Vamos.- Ordené, levantándome del asiento de madera.
Ambos nos despedimos de la pareja, la cual se miraban de reojo y sonreían, era evidente que querían estar a solas; y subimos a mi habitación.
- No sabes lo que conseguí.- Dije al entrar a la "zona segura".
-¿Qué?- preguntó, sentado en la cama.
Abrí el primer cajón del escritorio, buscando en él fondo de este una caja de metal. Al encontrarla, la saco y la dejo a la vista del chico afeminado. Él me miró con intriga.
-¿Te sumas?- Separé la tapa de metal de su base, tomé un rollo junto a un encendedor.
- Estás loco.- El chico rió, agarró el rollo, lo colocó en su boca y lo encendió. Al rato, largó el humo del rollo de marihuana.
- ¿Qué tal?- Desenrollé el envoltorio de una pastilla de extasis.
- Está bien, algo fuerte.- Ambos reímos. - ¿Qué diría tu madre si te ve con esto?- preguntó.
- Me mata, además está en un caso contra el narcotráfico. Es juez, por si no lo recuerdas.- Takanori termina el rollo en cuestión de segundos. - Tranquilo que no hay mucho.- Reí vagamente.
Pasó una hora, nuestra vista de nublaba, veíamos objetos inexistentes y colores que nunca habíamos visto antes.
Lentamente, Takanori se fue transformando en una hermosa mujer de grandes curvas.
Alejé la mercadería de la cama.
- Eres hermosa, ¿Lo sabes?- Acaricié su mejilla con ternura, ella, por alguna extraña razón, no contestaba.
Deslicé mi mano hasta su nuca, acercando su cabeza y unimos nuestros labios. Ella se fue recostándo en la cama.
Era traviesa, juguetona mejor dicho, se notó al momento en el que de deshizo de la tela y ropa de arriba que llevaba puesta.
Me excitaba la idea de verla desnuda, rendida ante mi, suplicando más y más hasta que llegáramos al punto final.
Volteamos, ella se sentó sobre mi cadera. Alejó la ropa de su cuerpo y bajó de su "asiento", lamiendo mi intimidad con gracia y experiencia.
Gemía por cada vaivén que la musa cumplía. Hizo lo que no quería, que me tuviera en su mano y me manejara como un títere erótico.
Hice que estuviera nuevamente debajo mío.
Sería de más describir, si le besé hasta la sombra. Estábamos listos para empezar la tercera fase: la penetración en el ser femenino.
Sus piernas ya estaban ubicadas en donde debían, rodeando mi cintura. La puerta del placer estaba abierta para mi y la entrada era gratuita y sin compromiso.
Adentré mi miembro erecto en la entrada húmeda y... ¿Virgen?, era muy estrecha.
Mi reacción fue sorprendente al fusionarnos: había agachado la cabeza, suspirando con dificultad. Ella aspiró, sujetó con fuerza los cabellos de mi nuca y se quedó tiesa por unos segundos.

ViolaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora