Día 3

2.6K 324 42
                                    

Tercer día de vigilia

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Tercer día de vigilia. El agobio comienza a embotar mis sentidos, pero el miedo es más poderoso que el cansancio, por lo que la mente resiste. Dijeron que si no duermo de igual forma moriré, que cuanto mucho mi cerebro soportará diez días antes de perecer por agotamiento; mas si duermo, inevitablemente, moriré dormido. Cuento, al menos, con tiempo en mi favor, aunque no tengo idea de cómo librarme del sujeto.

Por lo pronto accedieron a proporcionarme una lámpara de mesa y unos foquitos de reserva. Debo decir que me sorprendió que consintieran sin mayores cuestionamientos mi petición.

La doctora, una castaña de mirada nerviosa, insistió en su preocupación por posibles ideas suicidas... ideas que habitan su mente, no la mía. Le enseñé mis vendas recordándole que si quisiera morir ya estaría muerto; sujeté, luego de descubrir la herida de la muñeca, el extremo del hilo de la sutura y, como un gusano que corroe la carne putrefacta, se deslizó por la lesión hasta desprenderse de ella. Una hebra de sangre bajó con delicadeza por mi brazo ante el rostro perturbado de la mujer que parecía no saber cómo reaccionar. ¡Ah, dolor que me indica que estoy vivo!

—La vida es eso que transcurre entre el misterio de la muerte y el dolor de existir, yo le temo a lo primero, no huyo de lo segundo —dije. —He aceptado mi destino terrenal, doctora.

—¿Por qué le temes a la muerte? —preguntó luego, sin hacer referencia alguna a lo sucedido con anterioridad.

—Porque reconozco al dolor como parte de mi esencia. En cambio, la muerte es el fin existencial, he visto con horror la nada en los ojos de Anahí, y créame, nunca sentí angustia más grande que la de la mujer que amaba muriendo en mis brazos... nunca sentí soledad más terrible que los ojos de Anahí viéndome sin mirarme. No me gusta como se siente la muerte.

—¿Cómo se siente? —preguntó entonces. Sus ojos se afinaron apenas, insidiosos, como si la respuesta le provocara algún tipo de deleite profesional.

—Asfixiante, como si llegara por mis espaldas y me sujetara del cuello hasta dejarme sin aire.

—¿Alguna vez estuviste al borde de la muerte?

—Cada vez que cierro los ojos.

Días de vigiliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora