Día 15

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Estuve rondando mi vecindario y, como lo sospeché, mi casa se encuentra vigilada. Supe desde un principio que intentar llegar a mi madre implicaría un doble riesgo, pues, aun si lograse sortear a los vigilantes y colarme en la vivienda, existe el peligro de ser delatado por la propia mujer —que, claro quedó, me aborrece.

Pero incluso en mis arrebatos, en apariencia impulsivos, tengo un plan cuidadosamente delineado. Existe una forma de ingreso, arriesgada, sí, pero la única que se me ocurre para llegar, en primer lugar, hasta el patio trasero de la casa.

El escenario es el siguiente: frente a la puerta de entrada se encuentra un vehículo con dos oficiales vigilando todo el tiempo, por supuesto, el coche no es un patrullero y los oficiales no están uniformados, claramente, pretenden pasar desapercibidos. ¿En verdad piensan que soy tan estúpido como para ingresar tranquilamente a la residencia por la puerta principal?; a esta altura de los hechos, me ofenden. Alrededor de la manzana patrulla, de tanto en tanto, un segundo vehículo, este sí se trata de un patrullero policial, sin embargo, dada su inconstante —y esporádica— presencia, no representa mayores inconvenientes —aunque tampoco el primero, considerando que no voy a meterme por donde esperan que lo haga—. Lo que haré es penetrar el perímetro de mi casa desde arriba, sí, como un ángel caído.

Mi casa es la contigua a la situada en la esquina derecha de la cuadra —desde la perspectiva de cara a las viviendas—. Cada residencia se alza muy cercana a su vecina —algunas, incluso, están pegadas—, por lo que resulta sencillo desplazarse de una a otra sobre los tejados; para yo poder llegar al patio de casa es necesario moverme por las alturas. Una vez alcanzado mi destino, suponiendo que nada haya sido alterado —no debería, tratándose del patio trasero y no del frontal—, la llave que abre la puerta de atrás debería encontrarse en el hueco debajo de la baldosa junto a la maceta de los claveles —los rojos, no los rosados.

Con este panorama en mente, debe saber que el punto inicial del recorrido se encuentra en la esquina transversalmente opuesta a la de la casa que le mencioné antes —la manzana es cuadrada—, es decir, mi sendero tiene forma de L.

El sol en esta época del año se oculta alrededor de las 19:30, por lo tanto, esperaré a que la luna llena se posicione en el punto más alto del cielo, lo que sucederá —aproximadamente seis horas después del ocaso— alrededor de la 1, momento en el que los vecinos estarán ya acurrucados en sus camas mientras yo, en complicidad de la madrugada calurosa y el ruido de las cajas de los aires acondicionados, cruzaré sobre ellos sin ser notado.

¿Qué sucederá dentro de la casa?, no lo sé, quizás estoy llevando al rey a un mate inevitable, sin embargo, mi vida está en jaque desde la muerte de Franco, por lo que no puedo más que pensar en la mejor estrategia de supervivencia considerando las probabilidades menos derrotistas existentes, aunque ello implique, a veces, muchísimo más riesgo del que me gusta asumir, pero las cosas son así.

Días de vigiliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora