Día 16 (II)

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¿Volver a vernos? ¿A qué se refiere con volver a vernos? Supuse que esta niña era la misma persona que había estado viéndome desde la vereda, cuando estuve en el techo

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¿Volver a vernos? ¿A qué se refiere con volver a vernos? Supuse que esta niña era la misma persona que había estado viéndome desde la vereda, cuando estuve en el techo. Tenía algo familiar en el rostro, pero su espectralidad hacía que no terminara de reconocerla, su esencia, en verdad, no era humana.

—¿Quién eres y qué quieres? —pregunté. Me resultó extraño oír mi voz más allá de mis pensamientos.

—La razón por la que estás aquí, así —respondió. Ni su pelo ni su vestido estáticos eran movidos por la brisa, como si formara parte de otra realidad.

—Estuviste siguiéndome, déjame en paz. —En ese instante, un recuerdo vago se activó en algún punto de mi mente, no estaba seguro, pero creí reconocerla, ¿acaso era Celeste Urquiza? La niña que encontraron muerta hacía algunos días, la misma Celeste que tomaba clases de inglés con Franco—. Yo... —Las palabras se agolpaban en mi boca, quería decir muchas cosas, pero no sabía qué ni cómo—. ¿Qué quieres de mí?

—A ti. —Un escalofrío recorrió mi cuerpo poniéndome los nervios de puntas, más de lo que ya estaban.

—Yo no... no... te hice nada —tartamudeé.

—Yo soy la verdad que necesitas, Alan, la única verdad.

Un silencio atroz se prolongó en tanto intentaba entender sus palabras y, sobre todo, deducir sus intenciones. La presencia de Celeste no tenía sentido, ¿acaso quería vengarse porque creía que maté a su profesor de inglés?

—Yo no maté a Franco, si es eso lo que estás pensando —hablé entonces. Solo pude ponerme a la defensiva y esperar que revelara algo más. Aunque huir era la opción más viable en ese momento.

—No vine a acusarte, estoy aquí para mostrarte una verdad —insistió, tan oscura y lúgubre como solo una pesadilla puede serlo.

Tuve la sensación de que el viento comenzó a intensificarse de nuevo, como si de pronto comenzara a aullar con sutileza. Tan solo unos segundos más tarde, aquella sensación se convirtió en una certeza, pues el silbido de Flauta inundó el patio desde todas las direcciones. Flauta, quien me salvara de mis captores. Flauta, arrollado por la libertad, por MÍ libertad. Flauta, cuyo silbido, ahora lo entendía perfectamente, no era casual, sino una advertencia y un perdón; antes en el techo, ahora en el patio, ambos escenarios con un único elemento común: el fantasma de la niña. Comprendí que Flauta siempre supo que, más allá de las circunstancias y las eventualidades, era mi amigo, que su ausencia era un dolor que nunca terminaría de llorar, y ahora podía verlo con claridad, él estaba ayudándome, diciéndome Alan, vete.

Si Flauta entiende que la presencia de Celeste no es buena, yo le creo, porque lo quiero y él a mí.

No perdí más tiempo en vano con la niña; abrí la puerta, presuroso, y, sin volver la vista a la aparecida, la cerré asegurándome de, además de ponerla bajo llave, trabar el pomo con una silla. Probablemente, una cerradura de mil llaves no sería obstáculo para ella dada su naturaleza inmaterial, pero, entonces, la búsqueda de un sentimiento de seguridad fue más rápida que la razón. La niña me asusta casi tanto como el que ríe, y la presencia de Flauta me indica que, por algún motivo, debo temerle. Como sea, el ente ya no volvió a aparecer. Allí estaba yo, en casa otra vez.

Busqué a mamá en cada rincón de la casa, pero no la encontré. Hambriento como estaba, esperé su regreso durante horas antes de abrir la heladera, pero jamás apareció. Es un hábito de ella visitar a mi tía Ana, su hermana menor —y única viva— en su casa a pocos kilómetros de esta ciudad, un pueblucho tan depresivo como ella misma. Lo hace al menos una vez al mes y acostumbra a quedarse algunos días —en el fondo sé que lo hace porque sabe que la mujer en cualquier momento se cuelga del techo y ella espera no sentirse tan culpable cuando suceda—, imagino que esa debe ser la situación.

También tiene sentido que haya decidido alejarse de su casa en tanto su hijo chiflado esté prófugo. Sí, me conoce bien, fue quien me crio, pero eso no quita que, a sus ojos y a los de todos, sea un homicida suelto que, quizás, busque el refugio de su casa y de su madre —lo que, de hecho, pasó—, y tenga miedo. En fin, me basta —y favorece, en realidad— con hallar simplemente el resguardo de mi hogar, a fin de cuentas, que ella no esté, me da tiempo para reordenar las ideas y pensar con más tranquilidad en cómo enfrentarla, y comer en paz, por supuesto.

Descongelé un filete de carne y puse a hervir unos huevos con arroz. Después de la basura, aquello era un manjar. Me senté a la mesa, tomé el control remoto de la televisión, pero, cuando puse el pulgar sobre el botón de encendido, lo quité inmediatamente, me aterraba ver lo que podía encontrar sobre mí. Sé que es una situación que deberé enfrentar con eventualidad, pero no era el momento, tenía comida caliente y jugo fresco frente a mí, y un hambre voraz... en verdad, no era el momento.

Mientras comía, los muchos portarretratos familiares eran mi entretenimiento visual. Había de todos los tamaños y en diferentes contextos, sin embargo, yo aparecía en solo uno de ellos, en brazos de mi tía Ana, detrás de la multitud. Era el cumpleaños número seis de Franco, quien soplaba las velas feliz junto a otros niños cuyos rostros recordaba a medias. Quien viera aquel altar en honor a la historia de mi hermano, el hijo amado, no me reconocería; Alan, el bebé en una foto... Alan, el pequeño que ni siquiera estaba en brazos de su madre porque ella debía abrazar al predilecto mientras era aplaudido por todos. Y no, no era el hecho de que quitara las fotos del fratricida, en verdad, yo nunca estuve allí.

Días de vigiliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora