Día 9

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El día ha transcurrido con total normalidad para mí, nadie podría pensar mal de ninguna manera

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El día ha transcurrido con total normalidad para mí, nadie podría pensar mal de ninguna manera. Sin embargo, la vigilia comienza a volverse insostenible, por momentos siento que voy a desmayarme, aunque aún consigo sostener la compostura a pesar de todo. Como antes le he dicho, se sorprendería de la fortaleza de mi mente.

No vi al Titiritero esta mañana en el comedor común, ni en el patio por la tarde; al menos de momento, todo parece estar encausado de acuerdo con lo planificado. Y quiero hacer especial hincapié en la frase «de momento», dado que, durante la tarde, ocurrió algo impensado: mientras escuchaba la música de alguna sintonía al azar, en la tranquilidad del patio junto a los pinos, la misma voz de mujer que el día anterior había parloteado confusamente entre el ruido rasposo del aparato, volvió a aparecer. ¡Y esta vez se dirigió directamente a mí! Pero lo más curioso de todo es que afirmó ser la enfermera muerta.

—Alan —dijo ella, luego de unos de minutos de cuestionarla sobre su identidad—, sabes muy bien que no estás a salvo aquí adentro.

Me quedé un instante en silencio tratando de analizarla, no estaba haciéndome una gran revelación, pero seguramente que tenía un punto.

—¿Y qué sugieres? —pregunté, tras acercar la cabeza a la radio, como esperando que me susurrara en secreto lo que estaba convencido que diría a continuación.

—Frente a ti tienes dos grandes problemas: el viejo loco que espera en la oscuridad y, lo más apremiante, mi muerte. El Titiritero fue una movida magistral, pero no van a tardar en descubrirte, y lo sabes... y luego te matarán.

—¿Matarme? ¿Por qué querrían matarme? Mi peligro real no viste con bata blanca.

—Cada evidencia, cada sector de este lugar está plagado de tus huellas: las llaves, las puertas, mi ropa, mi cuerpo... ellos piensan que cometiste algo que no hiciste, y si a eso le suman mi muerte, créeme, Alan, no eres alguien a quien quieran vivo —aseguró.

—No tiene sentido lo que dices —repliqué—, el Titiritero es un asesino en serie y lleva muchos años aquí, vivo.

—¿Sabés qué es lo que realmente hace peligroso a un loco?

—¿Qué?

—Su inteligencia. El Titiritero no puede hilar dos ideas seguidas con sentido, pero tú... tú eres el ser más racional que conocí. No hay peor loco que el que parece cuerdo.

—Yo no estoy loco —objeté.

—Para ellos lo estás, y eso te convierte en un problema que querrán eliminar.

—Repito, ¿qué sugieres?

—Tienes que huir de este lugar—. Y allí estaban, las palabras que sabía que diría, algo completamente descabellado e imposible de conseguir.

—¿Por qué quieres ayudarme? —pregunté—. Si yo fui el responsable de tu muerte.

—Eso ya no me importa —contestó, ahora con un tono más suave—, tus ojos me vieron de la misma forma en que mirabas a Anahí, lloraste mi muerte... entendí que me amaste de la misma forma que lo hiciste con ella.

Aquella confesión inesperada me dejó aún más estupefacto que antes. Lo cierto es que no podría existir en el mundo, ni siquiera en ella, belleza que despertase en mí tanto amor como lo hizo mi Anahí amada. No obstante, no pude negárselo, sólo callar, aunque la ausencia de respuesta implicaría una afirmación tácita para la mujer. No era prudente contradecirla, quitarle la vida ya había sido un acto terrible como para sumarle, a su deceso, un desamor. Es cierto, había llorado su muerte, pero por razones diferentes de las que ella creyó. ¿Amarla? ¿Cómo pudo ocurrírsele?

—Necesito meditarlo en soledad, por favor —concluí y no volví, hasta el momento, a cruzar palabras con ella.

En verdad, todo esto parece obra de la locura, lo sé. Pero debe creerme cuando le digo que de loco no tengo un pelo. La enfermera en el aparato radiofónico es tan real como las letras que usted recorre con su mirada.

Permítame confesarle algo: de pronto me siento más tranquilo. Esta aparición maravillosa no puede más que repercutir de forma favorable en mi situación.

Días de vigiliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora