Salí al pasillo tan pronto como me hube asegurado de que la enfermera y el guardia, aun si despertasen rápido, no significaran un inconveniente —los amarré con las sábanas, incluso por la boca para que no gritaran—. Junto a la puerta, el carrito con los desayunos —cada bandeja señalada con su correspondiente habitación— esperaba por los demás comensales. Para evitar sospechas, ingresé el artefacto al cuarto y puse llave a la puerta. Solo llevaba conmigo este diario y la radio con la que la muerta se hacía voz.
Pero, como era de esperarse —y me los esperaba—, los imprevistos se hicieron presentes, y mucho antes de lo que imaginé; como terminase de poner llave a la puerta, una figura que percibí por el rabillo del ojo se manifestó a mi derecha, no muy lejos de mí. Aunque por un instante sentí el terror de la incertidumbre, pronto me relajé cuando vi que se trataba de Flauta. Su mirada sumisa e inocente, como la de un niño que espera algo de su madre que es difícil de obtener, me decía mucho más de lo que pudieran haberme dicho las palabras si el loco hubiese podido emitir algo más que silbidos: sabía perfectamente que estaba escapando y quería huir conmigo.
La pregunta es: ¿qué mierda hacía Flauta ahí, en el pasillo junto a la puerta de salida al patio, fuera de su habitación en un horario no recreativo? En ese momento me dio lo mismo, no tenía idea ni tiempo para cuestionarme cosas que no necesitaban resolución, cada segundo que pasaba allí dentro ponía mi vida en riesgo.
Entonces, Flauta apuntó con el dedo índice en mi dirección, ¿y ahora qué le pasa?, me pregunté. Y, cual revelación divina, recordé el sueño de la noche anterior... Flauta no estaba apuntándome, estaba señalando lo que estaba a mis espaldas, al voltear, caminando en dirección a mí, se acercaba presuroso un guardia de seguridad. ¡CARAJO!
—Saldremos de acá, Flauta —dije, volviendo al otro, casi en un susurro inaudible—, solo te pido que mantengas la calma y me dejes guiar esta situación, tú solo sígueme el juego. —Lo sujeté del brazo y comenzamos a andar.
Me ubiqué detrás de mi compañero y crucé sus brazos detrás de su espalda, tomándolo con firmeza de las muñecas, de tal modo que pareciese que lo había esposado, tal como demandaban las recientes medidas de seguridad cuando un recluso era trasladado fuera de su cuarto en un horario de no recreación, en vista del reciente hecho ya bien conocido por usted, amigo mío. Además, en esta posición podía ocultar las manchas de sangre que llevaba en la ropa y, a medias, mi rostro.
Cuando nos acercamos al guardia, lo saludé con un arisco movimiento de cabeza, intentando mirarlo lo menos posible, solo lo suficiente para no parecer sospechosamente descortés —y que no me reconociese.
—Un momento —dijo entonces, cuando casi lo habíamos pasado. Me detuve en seco, correr no me llevaría a ningún otro lado más que a mi celda otra vez, por lo que decidí enfrentarlo con calma.
—¿Qué sucede? —Torcí la cabeza apenas, sin revelar demasiado mis facciones más allá de mi perfil. Su mirada bajó a la cucarda en mi pecho, sabía que la frase "Personal de seguridad" acompañada del nombre del sujeto estaban estampados allí. Él quería leerlos, quería saber de qué hombre o mujer se trataba porque, claramente, había descubierto la ficción.
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Días de vigilia
HorrorAlan es un prófugo de la ley, acusado de cometer un homicidio cuya autoría niega rotundamente, pues asegura que existe una entidad responsable de tal crimen que, desde que apareció, se ha dedicado a hacer de su vida un infierno. Así, se verá atrapad...