Capítulo 5: Primer castigo.

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Kirk se mantuvo muy precavido de que absolutamente nadie pillara los libros que él estudiaba por las noches, hasta que pasaron dos semanas completas de arduo estudio y pocas horas de sueño, lo que conllevó muchos insultos y regaños por parte de sus amos porque no estaba ejerciendo sus labores de manera adecuada, por culpa de la falta de sueño.

Aunque, a su criterio personal, Hammett consideraba que ya sabía lo suficiente y que no más le faltaba poner en práctica lo que aprendió para destruir la Dinastía Rómanov, por tanto, lo mejor era devolver a su sitio los libros que robó antes que le descubrieran y eso le trajera horrendas penurias en su contra.

Por más que odiaba su estilo de vida, no quería morir aún o que lo poco que vivía empeorara, por dentro seguía devastado, recordar que cerca de su habitación estaba el calabozo en que asesinaron a sangre fría a sus queridos padres... El moreno anhelaba venganza, amarga y cruel.

Subiendo y bajando escaleras de aquí, para allá, se dignó a regresar los libros en su lugar, teniéndolos muy bien ocultos entre sus holgadas ropas, hasta que olvidó que las escaleras eran viejas y de madera, que crujían con facilidad los peldaños, pequeño detalle olvidado y que le costó caro.

Uno de los guardias del Zar logró verlo cargando un bulto sospechoso entre sus prendas de vestir, entre varios guardias lo oprimieron y pensaban quitarle los libros, que estaban escritos en ruso antiguo, poco comprensible para el ciudadano de aquella época.

No lograron revisar el contenido de éstos ni saber de qué eran porque en el acto entraron Lars y Rasputín, quiénes miraron su esclavo con mucho enojo.

- ¡Y-yo no hice nada, se los juro! -trató de excusarse- E-estaba visitando el calabozo en que estuvieron mis padres y por ahí tirados los encontré, iba a devolverlos, ¡se los juro! Hace unas semanas atrás me contaron de que al señor Rasputín se le perdieron unos libros y creo que eran esos, no sé... no estoy seguro...

El consejero del Zar requisó los pesados libros, y su mirada ser tornó fría, asintió.

- Son míos -aclaró-. ¿Leíste algo? -negó- ¿Seguro? -insistió- Vale, ¿qué hacías, en primer lugar, en el calabozo en ves de estar trabajando? ¡Holgazán!

- Ehh... quería... ver... si estaban mis padres...

- Ya los mataron hace rato, sus cuerpos fueron quemados y sus cenizas lanzadas al río, y que no te sorprenda.

El muchacho de apellido hereje hizo una mueca, dolido por lo que escuchó. De hecho, hasta el chiquillo bastardo que oía la conversación sin decir nada, sintió bastante pena, ¿quién no, en realidad? Sólo un ser sin corazón podría no compadecerse del inocente condenado, lamentablemente, de todo el Imperio, sólo Lars tenía corazón, aunque no negaba que sentía asco hacia su esclavo, eso no era del todo así.

- No puedes andar merodeando por ahí como si nada, ¡tu trabajo no es ese! Te mereces un castigo por eso.

- Está bien, amo... -cabizbaja asintió ante lo que podrían hacerle.

- Para que aprendas la lección... -de los libros que Kirk regresó, habían otros objetos mágicos más, como lo eran unas esposas de larga cadena, esposó al esclavo y a... su hijo bastardo- Te quedas pegado a mi hijo hasta que aprendas a no andar metiendo la nariz donde no te corresponde y que debes hacer tu trabajo en vez de holgazanear, flojo de mierda.

- Pe-pero, p... ¡jefe! -suplicó sacado de onda Ulrich- ¡Yo mañana tengo que salir al pueblo para...!

- No me importa, si se escapa, es culpa tuya, sabandija... -el pálido de ojos verdes, aterrado ante las insensibles palabras de su padre, asintió- Tú verás que él haga bien su trabajo mientras tú haces el tuyo, así de fácil.

- Ah, ¿cómo le hacemos ahora en las noches? Digo... yo debo regresar con mamá y...

- No me interesa -perseveró con seriedad y enfado-. Te quedas a dormir aquí y lo vigilas bien.

- Sí, jefe...

- Esclavo, ¿tienes algo qué decir?

- No, amo... -murmuró, también cabizbaja.

- Vale, ahora vayan a dormir que se está ocultando el sol. Mañana será un gran día y no quiero más problemas que me dejen una mala reputación con el Zar.

De mala gana aceptaron el castigo, no se dirigieron la palabra en ningún segundo los dos jóvenes. Al llegar a la oscura habitación, se las arreglaron para que en esa alargada caja cupieran los dos sentados, manteniendo sus rostros recostados contra la muralla. Aunque no podían dormir, había una enorme tensión de por medio:

Se trataba de dos fuerzas muy opuestas forzadas a estar en compañía, a mantener el orgullo familiar propio sobre el razonamiento humano, a reservarse el dolor interno y verse como hombres fuertes y maduros que suponen ser.

Se resume todo en: egocentría, arrogancia. Su propio universo de ira y odio los hizo caer dormidos sin siquiera haberse deseado buenas noches o haberse mirado uno al otro.

The Slaughter Never Ends (Metallica, KLARS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora