Ambulancia

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Cuando tenía nueve años, tuve que ir en ambulancia por un traumatismo en la cabeza. Solo recuerdo el traqueteo del vehículo y al técnico de emergencias que no paraba de hablarme para mantenerme distraída.
Pero esta vez solo veía fogonazos de luz y caras desconocidas. El interior de la ambulancia era blanco, y al contrario de lo que recordaba, no era frío.
Porque sentía la enorme mano de Noah en mi frente, como si quisiera tomarme la temperatura. Y tanto si tenía fiebre como si no, no quería que la quitara. Nunca.

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