Ya había pasado un mes desde el pequeño incidente que me dejó en el hospital inconsciente por dos días. La escuela había terminado, yo no pude ir los últimos días, porque, como he dicho, me encontraba inconsciente en una habitación blanca.
Mi relación amistosa con Edgar era un poco más estrecha, literalmente, ya que no se separaba de mí en prácticamente todo el día, seguía enseñándome a tocar guitarra y la verdad es que gracias a él, la tocaba mucho mejor de lo que imaginé que podía hacer. Susan y mi madre había hecho amistades y cada que mi mamá tenía tiempo, esa mujer venía a charla un rato con ella. En cambio, a Gabriel yo no le había dirigido la palabra desde aquella vez en la que me pidió olvidar lo que me confesó. En una ocasión, él y su familia se encontraban en el jardín de nuestra casa viendo cosas de la tradicional venta de garaje, cuando nuestras miradas se cruzaron yo me puse nerviosa sin razón aparente, por lo que entre casi corriendo a la casa para no seguir viéndolo.
Aunque he de confesar que cuando estoy en mi habitación y veo por la ventana su vehículo en el hogar contiguo al mío, me quedó ahí parada hasta verlo aparecer. Sí, sé que es estúpido, extraño y patético, pero no puedo evitarlo, si ya no puedo tener una conversación con él, me conformaba con verlo de esa manera.
Una vez Yamileth me descubrió y como consecuencia de eso me encerró junto con ella en mí alcoba hasta que le confesara todo. Hablamos largo y tendido y al finalizar lo sabía, mi mente ya lo había aceptado contra su voluntad. Sentía algo por él, rayos qué cursi suena, pero era cierto muy a mí pesar.
Recuerdo bien nuestra conversación:
“-Nunca te avergüences de lo que sientes. – me dijo observándome fijamente.
- No puedo evitarlo, ¿sabes por qué? Porque sé perfectamente que está mal, tiene hijos, Yamileth – sentí como una lágrima recorrió mi mejilla.
- Es difícil poder encontrar las palabras adecuadas para decírtelo, pero así es el amor, no puedes hacer nada en su contra, es un sentimiento que puede hacerte la persona más feliz del mundo o también puede destruirte por completo.
- Lo sé – respondí con un hilo de voz
- ¿Y qué harás?
- No lo sé.
- No se puede ocultar lo que uno siente por mucho tiempo, Vania.
- Yo trataré.”
- ¿Puedes pasarme el siguiente ingrediente? – la voz de mi madre me sacó de mis pensamientos, ese día era el cumpleaños de Paula, la chica que prácticamente me salvó de la muerte, después de darme de alta, mi madre decidió pedirle que viviera con nosotras, ella no tenía ningún lugar a donde ir, así que con un poco de timidez y una chispa de felicidad que iluminaba su rostro, aceptó. Nos encontrábamos en la cocina preparando lo que se suponía, era un pastel. Yamileth se había llevado a la cumpleañera al centro comercial, lo que nos daría tiempo de prepararlo todo.
- Claro aquí tienes – le extendí el pequeño recipiente de mantequilla, no sin antes leer de nuevo la receta.
- Gracias.
Después de unos minutos más el proceso estaba casi terminado, el pastel ya se encontraba en el horno y la decoración lista, así que decidí ir a arreglarme.
Desde que la estancia de mi prima se había prolongado a prácticamente todas las vacaciones, ella se había encomendado la misión de hacerme vestir más femenina y creo que en cierta forma lo había logrado. Cada vez que me decía “usa esto” en lugar de cualquier camisa de una banda que me gustaba que yo elegía, me hacía convencerme más de que la vez en la que me dijo “me gusta tu estilo” era una vil mentira.
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Él está casado.
RomanceVania es una chica que empieza a tener sentimientos por un hombre que ella considera fuera de su alcance, él está casado y eso la hace sentirse culpable, más por el hecho de que él tiene hijos, trata de evadirlo y olvidarle con Edgar, un chico que a...