Cap. 6 Parte I

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- Gabriel,  hay algo que tengo que decirte. – mi voz no sonó lo suficientemente fuerte como para que él pudiese escucharme, estaba nerviosa. Demasiado.  Así que tuve que repetir aquellas palabras que tanto me costaba decir, que la culpa atoraba en mi garganta sin dejar salir.

- ¿Pero es grave? Te veo algo nerviosa, ¿segura que estás bien?

-Me encuentro perfecto – mentí mediocremente – bueno, lo que pasa es que…

Antes de decir palabra, Marisol entró por la puerta junto con un puñado  de nuestros compañeros.

- Vania, hola  – me saludó sin reparar en el hecho de que estaba a punto de decir algo a Gabriel, los ojos de mi amiga lo observaban sin discreción, haciéndome sentir avergonzada, si las miradas pudieran comer, él ya estaría en el estómago de Marisol. 

 - Hola – respondí sin ganas, tirándola de la mano.

- ¿Vania, qué es lo que querías decirme?  - escuche al profesor de literatura preguntar, en sus ojos una chispa de curiosidad se asomaba, observándome fijamente.  Al parecer no se había dado cuenta del descaro de aquella amiga mía.

- Luego, ¿sí? – pedí, no me apetecía decirle ahí, el salón ya estaba casi lleno y noté con cierta incomodidad que muchos nos observaban curiosos, claro, más a él por ser el nuevo maestro.

 - Al final de clase – concluyó en un leve susurro, algo que sólo yo pude escuchar  – ahora ve a sentarte.

Obedecí  yendo a mi pupitre.

La clase comenzó y a decir verdad, él era un excelente profesor, me atrevería a decir que tanto o más que el anterior. Hacía que cualquier tema por más aburrido que pareciese, resultara extremadamente interesante. Ni siquiera me di cuenta del paso del tiempo, cuando la clase finalizó recordé con una mezcla de nerviosismo y culpabilidad lo que vendría a continuación.

Tardé más de lo necesario en guardar mis cosas, no quería que hubiera nadie espiando. Cuando comprobé que todos se habían marchado a excepción mía y de Gabriel, caminé hacía la puerta y la cerré con seguro, no quería que nadie interrumpiese esta vez. Tenía que decirlo y pues como he escuchado por ahí “al mal paso darle prisa”. 

 - Ahora sí. ¿Qué era aquello que me ibas a contar? – preguntó curiosamente.

-¿Recuerdas a Edgar? – respondí con otra pregunta sin saber bien a bien cómo iniciar. Mala idea, pensé, su rostro había adoptado una expresión no muy agradable a la mención de tal nombre.

  -Sí, cómo olvidarlo. – respondió casi escupiendo cada una de las palabras.

 - Bueno, él se ofreció a darme clases de guitarra – sentencié al fin en un susurro tan bajo que, desgraciadamente él había escuchado perfecto por el silencio que reinaba en el aula vacía.

- No entiendo. – contestó tenso, mientras entrelazaba sus manos frente al escritorio.

- Pues…  – me sentía en terreno cada vez menos seguro, ya no sabía cómo continuar, la idea de salir de ahí corriendo se me antojó apetecible en esas circunstancias, pero tenía que terminar de decírselo, sí o sí.  Pronto recordé como una señal divina el día de ayer, él se había marchado sin más, utilizaría eso como pretexto, no me quedaba de otra. – Ya que ayer tú tuviste que marcharte, supuse que eso pasaría muy seguido, eres un hombre muy ocupado, Edgar tenía razón, y no quiero hacerte perder el tiempo, debes tener cosas más importantes que hacer, como ir a comer con tu esposa – lo último salió de mi boca más como un reclamo, cosa que no me gustó ya que no tenía qué reprocharle nada, pero proseguí – él tiene más tiempo, de hecho, se quedó ayer a darme mi primer clase y descubrí que enseña de maravilla, ya aprendí a tocar una canción perfecto. – dije todo eso tratando de evitar su mirada, así me era más sencillo hablar, cuando supe que era tiempo de verlo, lo encontré frente a mí, demasiado cerca. ¿Pero cuándo se había movido? Mira que despistada…

Él está casado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora