Cap. 10 Parte II

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  • Dedicado a ¡A todos los lectores!
                                    

Escuché una voz susurrarme a lo lejos suavemente al oído, logrando que despertara de la inconsciencia en la que me había sumido a causa del cansancio tanto físico como emocional del día anterior.

Lentamente abrí los parpados, poco a poco iba siendo consciente del lugar, me dolía todo el cuerpo, las sillas de la sala de espera de los hospitales son todo, menos cómodas.  Lo primero que vi fue el rostro de Edgar, le sonreí aún adormilada.

- Hola – Me saludó correspondiendo a mí sonrisa.

- Hola – Me levanté del torturoso asiento para estirar las piernas un poco. – Estas sillas son demasiado incómodas – Me quejé observando lo que había sido mi lugar de descanso nocturno.

- Lo son, han torturado sin piedad mi espalda toda la noche – Rió Edgar, se le veía cansado, dos grandes ojeras adornaban la parte baja de sus ojos, me sentí culpable, debí de haber insistido más para que se marchase a dormir a su casa.

- Deberías ir a descansar – Exterioricé mis pensamientos .

- ¿De qué hablas? Ya lo hice. – Palmeó con su mano la bendita silla.

 - En una cama. – Respondí – No quiero ser la responsable de tus futuros problemas de espalda.

- Demasiado tarde, cuando seamos unos ancianos, te reprocharé todo el tiempo diciéndote que tú y solamente tú eres la causante de mi dolor. – Bromeó, pero yo me puse nerviosa, ¿Acaba de decir sutilmente que quiere pasar su vida conmigo? No, son tonterías mías, él no dijo eso.  ¿Verdad?

- Sí… ¿quieres ir a comer algo? Escuché que la comida de aquí es toda una delicia – Exclamé sarcasticamente, tratando de cambiar el tema.

- Con el hambre que tengo, me comería cualquier cosa que me pusieran en frente. – Contestó poniéndose de pie, ambos nos encaminamos a la cafetería del hospital, no había muchas personas en el lugar; optamos por un café y unas cuantas galletas.

Al parecer Edgar no bromeaba, porque las galletas desaparecieron por su boca en un santiamén.

- Vaya, sí que tenías hambre – Comenté mientras bebía un sorbo de café – Puta madre. – musité, estaba demasiado agrío, tomé un pequeño sobre de azucar y se lo agregué.  Una risa de Edgar hizo que dejara de prestar atención a lo que hacía, me giré hacía él, me veía con expresión divertida. Fruncí el ceño - ¿Qué? – pregunté confusa.

- Jamás te había escuchado decir groserías. – Aclaró sonriendo.

Puse los ojos en blanco, ¿era por eso qué se reía?

- Le faltaba azúcar al café – Apunté el líquido contenido en la taza blanca. Sin darme tiempo de decir algo más, él lo cogió y bebió.

- Pero si esto tiene más azúcar que café – se quejó regresando la taza a su lugar.

- No, está perfecto.  – Achiné los ojos defendiendo a mi café.

- Claro que no, el mío sí que está sabroso – Me lo extendió, invitándome a probarlo y así hice. Pero me arrepentí cuando aquel líquido entro en contacto con mis papilas gustativas, estaba peor que el mío antes de agregarle más azúcar.

- ¿Es qué no le echaste ni un poco de azúcar? – Le di su taza con una mueca de asco que no pude evitar – Eso sabe a rayos.

- No me gusta con azúcar – se encogió de hombros sonriendo.

- Lo note, no te preocupes.

Después de terminar nos quedamos un rato más hablando, antes de volver a la tortuosa sala de espera.

Él está casado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora