Capítulo 12.

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Han pasado ya dos meses desde la última vez que escribí algo. Y es que, ciertamente mi vida ha sido muy monótona, nada digno de escribirse y mucho menos de leerse; mi relación con Paula ha mejorado, aunque no es la misma de antes, nos llevamos relativamente bien. A Gabriel lo veo todos los días en la preparatoria, aunque no me toquen todos los días su materia, en ocasiones lo encuentro en la cafetería a la hora del almuerzo. Y Edgar, a él también lo veo a diario, todos los días viene a visitarme, a veces -casi siempre - salimos a extrañas y divertidas citas.

Me encontraba acostada en mi cama viendo una película cuando el sonido del móvil me sobresaltó. Tomé el aparato, leí el nombre de Edgar en la pantalla, contesté al instante.

-¿Hola?

-Hola, linda. ¿Estás en tu casa?

-Sí, ¿por qué?

-Voy para allá. - Y sin decir otra palabra, la comunicación se cortó.

Me levanté rápidamente acercándome al espejo. Llevaba puesto un pijama de bob esponja y mi cabello era parecido al de Brian May -no en el buen sentido - Como pude me peiné un poco y cambié mi pantalón de la esponja cuadrada por unos jeans azulados.

El timbre sonó anunciando la llegada de algún visitante; yo sabía que era Edgar ¡cielos! Es que nunca se demoraba al llegar, en ocasiones me daba la impresión de que cuando hablábamos por teléfono él ya se encontraba afuera de mi casa.

Bajé las escaleras para recibirlo; nadie se encontraba en casa, salvo yo.

-¡Hola! - lo abracé al momento de abrir la puerta.

-Hola - respondió con menos efusividad que de costumbre, cosa que me resultó vagamente inquietante.

Me dio un corto beso en los labios y caminó hacia mi habitación, yo lo seguí un poco confundida.

- Necesitamos hablar - dijo cuando estábamos en mi cuarto.

- Está bien... ¿sobre qué?

- Mi madre... quiere que estudie fuera del país.

-Oh...

¿Qué se supone que responda?

Otro país, eso significaba muchas cosas. ¿Cómo era posible que dos simples palabras lastimaran tanto a una persona? Él se iría, me dejaría sola, se iría lejos.

- Me iré a Francia.

- ¿cuándo? - Logré articular a duras penas.

- Mañana.

-¿Y hasta ahorita se te ocurre decírmelo? - Protesté en voz baja.

- Lo siento, en realidad el plan original era no contarte nada, porque estaba decidido a no ir, pero surgieron... complicaciones - musitó con la mente perdida, como si estuviese recordando algo - tengo que irme.

- No...

Se acercó hacia mí y me abrazó, fue justo ahí, cuando sentí su cuerpo junto al mío, su respiración erizando el bello de mi cuello cuando supe lo que significaba estar lejos de él. No lo lograría. No podría hacerlo. La sola idea de no verlo todos los días me aterraba, me inducía a llorar como una niña pequeña.

- Lo siento.

-No te vayas... - Susurré con la voz entrecortada.

Escuché su tierna voz cantándome al oído un tema de los Beatles en español. Reí sin ganas, a Edgar no se le daba muy bien el inglés.

- Cierra tus ojos, te besaré. Mañana te extrañaré, recuerda que siempre te seré fiel. Y cuando esté lejos, escribiré todos los días a casa y te enviaré todo mi amor...

Rompí a llorar.

- No llores, hermosa. ¿Sabes qué quiero hacer ahora mismo?

Moví la cabeza en señal de negación.

- Secuestrare y llevarte lejos. Irnos, alejarnos del mundo, vivir solos, tú y yo; tenerte sólo para mí.

Tomó mi barbilla con sus dedos, obligándome a verlo a los ojos.

Me incliné hacia él, lo besé, sentí sus suaves labios acariciar los míos. ¿Esa era la despedida?

- ¿Sonará muy cliché decirte que eres lo mejor que me ha pasado? - pregunté con melancolía, un tono que no encajaba con la interrogante dicha.

- No, no si lo dices tú. ¿Sabes? Eres perfecta, eres mi muñeca, mi vida, mi alma, mi corazón, el sol que ilumina mis días y la luna que adorna mis noches.

- Edgar... eres tan cursi. ¿Sabías? - Traté de sonreír, aunque lo único que quería era llorar.

- Eh, ¿así es como le agradeces al galán que tienes aquí en frente de haberse pasado media noche escribiendo y aprendiendo ese lindo poema?

- Gracias.

- Te amo. - Dijo de pronto. Recordé la primera y última vez que me había dicho eso, habían pasado meses y yo no le había contestado.

- Yo también. - Dije al fin; sabía que un "te amo" no era los mismo a un "yo también", pero no podía decirle que lo amaba; decirlo significaba hacerlo realidad y la realidad dolía.

No sé cuanto tiempo estuvimos abrazados en mi cama, sin decir nada, compartiendo un lúgubre silencio, ambos pensando en el día siguiente. Aún me era muy difícil acostumbrarme a la idea de que no lo vería.

*

La luz del sol me cegó, desperté con pesar. Edgar aún estaba a mi lado, dormía plácidamente.

- Hey, Edgar...- le llamé, tratando de despertarlo.

Poco a poco abrió los ojos, se veía tan lindo.

- ¿A qué hora es tu vuelo? - pregunté tratando de sonar animada, pero al parecer fracasé terriblemente porque él volvió a abrazarme.

-Lo siento, perdóname... Vania.

-No tengo nada qué perdonarte, eh. Sólo irás a estudiar. No es un adiós definitivo.

-No, no lo es, trataré de venir a visitarte lo más seguido posible.

Asentí en silencio.

Ambos nos levantamos, quería acompañarlo al aeropuerto y así se lo hice saber, pero él se negó.

-¿Pero por qué no quieres que vaya?

- Si vas, créeme que no podré subirme al avión y si lo hago, será contigo.

-Está bien... - respondí tragando la tristeza que invadía mi garganta.

- Odio las despedidas. - Dijo en cuanto estuvimos en el umbral de la puerta principal.

-Yo también, creo que todos las odiamos. Las despedidas son dolorosas, nos separan de las personas que queremos seguir teniendo a nuestro lado.

Me sentía triste, deprimida, pero nada comparado a lo que sentí cuando vi a aquel hombre llorar...

- No..- susurré con desesperación tomándolo fuertemente entre mis brazos.

- Adiós, linda.

Se separó de mí, rompiendo el abrazo. Tomó mi mano y la besó con delicadeza para después subirse a su coche y alejarse.

¿Lo que pasó después? Me sorprendió no haberme deshidratado. Las lágrimas eran incontrolables, lloraba todos los días, todas las noches. Mi madre estaba asustada, estaba segura de que creía que me suicidaría. Paula trataba de consolarme, Yamileth me hablaba todos los días por teléfono con el mismo propósito. Pero nada.

Básicamente todos los días esperaba una llamada de Edgar, llamada que no llegaba.

Hasta que un día lo hizo, pero su llamada fue cortante, lo que, a decir verdad, no mejoró mucho la situación, de echo, la empeoró un poco.

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Hace siglos que no escribía, creo que les debo una disculpa. El tiempo en esta ocasión no fue una excusa, más la inspiración sí. Igual aquí está, para ustedes, un corto capítulo más. 

Él está casado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora